Exodus. Dioses y Reyes: épica fácil e historia débil

Publicado el 12 diciembre 2014 por Noemi Megustamibarrio @megustamibarrio

Dos cosas destacan de Exodus: Dioses y Reyes. En el lado positivo, la perfección técnica de Ridley Scott como director de espacios abiertos. En el lado negativo, todo lo demás. La epopeya bíblica del pueblo hebreo es, por desgracia, el fiasco cinematográfico de la temporada. Presupuesto: 140 millones de dólares.

Vayan a verla porque el placer estético, aunque grandilocuente, es innegable. Pero háganlo el día del espectador. Relájense y disfruten de los impresionantes escenarios que Rid aprendió a manejar en Gladiator (2000) o El Reino de los Cielos (2005) y que sabe sintetizar en la historia de Moisés. Pero poco más.

Olvídense (lo harán pronto) del drama. El largometraje carece de consistencia a la hora de narrar el éxodo judío por una razón: Rid cree en una épica fácil de paisajismo y se olvida del resto. Los protagonistas carecen de carisma y capacidad de emocionar, los secundarios prometen pero se convierten en sombras, la trama tiene inexplicables agujeros y hay un desequilibrio general en cuanto a minutos dedicados a cada asunto.

Moisés-Batman-Christian Bale (no ha tenido que bajar de peso para mostrar su talento), es un general egipcio que descubre por casualidad su origen hebreo. Además, está destinado a liberar a dicho pueblo, subyugado por una faraónica esclavitud, porque así lo quiere un dios caprichoso, infantil, histriónico y políticamente incorrecto.

El resto, es conocido. Expulsión y viaje a una arcadia pastoril donde se casa con una poco convincente Séfora-María Valverde (pasará a la historia del cine por su nariz); vuelta a Egipto para liberar al pueblo elegido tras una frágil conversión; derroche visual (y temporal) en plagas siniestras; poco dramática salida del país del Nilo; muchos efectos especiales en el Mar Rojo y unos extrañísimos e inconsistentes minutos finales.

En conclusión, Rid tenía un problema cuando decidió rodar Exodus: la soberbia, inigualable y magistral versión de la epopeya de Cecil B. DeMille, Los diez mandamientos (1956). En su afán por reinventar géneros pasados de moda (péplum o caballerías), el director británico siempre tropieza en la misma piedra: inconsistencia. Se mira en espejos demasiado sólidos, quizá.

Además, no pretendan comparar a Charlton Heston con Christian Bale, ni a Yul Brinner con Edgerton. Y, es que, salvo el gladiador Máximo Décimo Meridio, el resto de los protagonistas pretendidamente épicos de Rid hacen más aguas que el Mar Rojo.