La jornada empezó estupendamente jugando con mis cuatros retoñas en la cama, desayunando casi sin dramas y dejándonos llevar por el día sin mucha hora ni concierto presas de una vagancia de esas que dan mucho gustirrinín sobretodo cuando llevas muchos días sin ver el sol. A media mañana mi crisis existencial hizo un amago de presentarse pero cuando una es madre hasta las crisis vitales tienen que plegarse al horario de pañales, papillas y baños así que muy educadamente me la despaché con un lo siento ahora no puede atenderte y seguí a lo mío.
El culmen de lo bucólico pastoril lo alcanzamos cuando la vecina nos invitó a cortar unas acelgas de su jardín para la cena. Que una acelga podía ser un espectáculo tal de luz y color no me lo esperaba yo. Me volví encantada con mis acelgas multicolores en mi cesto de mimbre a punto de entrar en éxtasis de puro trendy-doityourself-biodelamuerte que me vi. Hasta fotos nos hicimos con el ramillete.
Del subidón llegue a creerme incluso que yo con mis cuatro pies conseguiría transformar aquello en un plato delicioso y multivitamínico. Más me hubiera valido ponerlas en un jarrón y seguir con mi plan original de judías verdes de toda la vida. Inasequible al desaliento conseguí transformarlas en un engrudo casi comestible para acompañar la pechuga de pollo y peleé la cena cual último mohicano de la dieta sana. Con sangre, sudor y lágrimas.
Cual no sería mi desolación cuando casi en el postre nos atacó un virus gastrointestinal y mis codiciadas acelgas acabaron o bien vomitadas o bien defecadas según la niña. Por no hablar de mis suelos fregados con el sudor de mi frente y mis wáteres desinfectados a cuatro patas. Las mías. En estas llegó el marido justo a tiempo de recoger un vómito en tiempo real. Conseguimos manejar la situación como padres bien curtidos en estas lides y ya por fin, con todas acostadas, mi crisis existencial se plantó en el salón y nos hizo un no nos moverán que ni el barco de Chanquete. Inciso: ¿Cómo nos tragamos este momento veranoazulado sin liarnos a pedradas con el televisor? No salgo de mi asombro.
Volviendo a lo mío, como todas las crisis la mía empezó dando rodeos. Y tú como una incauta te lías a discutir sin saber muy bien por qué ni para qué pero sigues erre que erre con toda la vehemencia que sufrir una crisis existencial te otorga. Cuando una se pasa de intensa o en su defecto tiene el periodo como era mi caso, puede que la crisis se transforme en una posesión demoniaca y bipolar que te envuelve en un tormento sucesivo y aleatorio de llantinas, despechos, incomprensiones y mucha mala baba. Se me hizo todo mucha bola. Mucha. Tanta que no vi otra salida digna más que meterme en la cama y desfallecer. Calculo que debían ser las nueve y media. A mucho echar.
Esta mañana El Marido con santa paciencia me ha ayudado a desenhebrar un poco el embrollo hasta que me ha arrancado la triste verdad a traición: Yo es que quiero ser mujer florero. Y punto. Y madre y devota esposa. Claro. Vamos que lo que no quiero es trabajar. Por nada del mundo.
Ahí queda eso.
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