PorMariana Iglesias
Guardaron deseos en una cápsula que un grupo de montañistas depositó a 5.470 metros de altura.
Escalar una montaña supone un tremendo esfuerzo físico y emocional. A la adrenalina se le suma el miedo y la ansiedad por no saber qué viene después. Y también puede provocar un dolor tal que de ganas de abandonar. Entonces es cuando se hace necesario que aparezca otro que empuje y de ánimo para seguir. Pero la entereza individual, además, se combina con factores externos, que a veces ayudan y a veces no. De alguna manera, escalar una montaña puede ser tan duro y complejo como sobrellevar una enfermedad.
Un grupo de entusiastas montañistas se juntó con chiquitos con cáncer. Los grandes les contaron sobre las dificultades de llegar a la cima. Los chiquitos entendieron perfectamente. Estos chiquitos de la Fundación Natalí Flexer –Brisa, Antonio, Yamila, Jessica, Malena, Giuliana, Elián, Florencia, Juan Alberto, Daniela, Gisell, Román, David, Martín, Matías, Leandro, Guillermo, Gastón, Guadalupe, Gonzalo, Thiago, Lourdes, Natalí, Sabrina, Lucas, Tomás– tienen 3, 4, 10, 12 años. Todos están en tratamiento. Luchan contra leucemias, tumores, linfomas.
Están llenos de dolor, ansiedad y miedo, pero también de esperanza.
Ellos escribieron sueños y deseos que estos montañistas dejaron dentro de una cápsula en la cima del cerro Vallecitos, Mendoza, a 5.470 metros de altura. Allí mismo volveran en el 2016, para recuperar la cápsula y volverla a traer para compartir con estos mismos nenes todos sus deseos.
En papelitos de colores, con formas de estrellas o corazones, pidieron curarse, terminar con sus tratamientos, volver a sus casas, juntarse con sus familias, crecer sanos. Pero también pidieron trabajo para sus padres, una casa para vivir, que no se separen sus familias, comida. La mayoría de estos nenes viene de familias sin demasiados recursos económicos. Muchos son del interior.
“Sí, hemos llorado mucho”, dice Martín Iglesias, el licenciado en Sistemas de 47 años que dirigió esta expedición Bicentenario. Los chicos ayer escuchaban fascinados a estos montañistas a los que les regalaron diplomas y bombones por haber llevado tan lejos sus sueños. Gush Lattanzi, que tiene leucemia, iba a subir con ellos, pero finalmente no pudo. En la reunión de ayer también había otro grupo, Generación Vida. Son, como dicen ellos mismos, los “sobrevivientes”, jóvenes que alguna vez tuvieron cáncer y que ahora volvieron a la Fundación para ayudar y contarle sus historias a los chiquitos que hoy son pacientes, y a sus papás. Cintia Lazarte tiene 22 años, una sonrisa enorme. Cuenta que a los 12 le descubrieron un linfoma en el abdómen, pero logró superarlo tras diez meses de quimio. Emanuel Martínez, de 21, tuvo leucemia en el 2004, pero en dos años la venció. María Laura Troisi, de 24, superó el Mal de Hopkins en nueve meses. A Mercedes Garea le llevó dos años terminar con un tumor en la cabeza cuando tenía 10. Hoy, a los 20, derrocha simpatía a tantas almas vulnerables.
“Nos gustó la idea de la Expedición Bicentenario porque nos pareció que las dificultades de subir una montaña podían relacionarse con las dificultades de la enfermedad, y de la vida”, dice Edith Grynszpancholc, quien en 1995 creó la Fundación Natalí Dafne Flexer en memoria de su hija. Hoy, son 1.200 los chiquitos y sus familiares que se acercan a alguna de las cuatro sedes para recibir apoyo práctico y emocional para pasar la enfermedad de la mejor manera posible.
Ayer, distendidos, disfrazados, con jugos y tortas de colores, preguntaron a los montañistas qué se come en la montaña, si tenían una tele, si hacía frío o si habían saltado sobre las nubes.
Fuente: clarin.com