La noche del lunes al marte pasado fue una de las mejores experiencias científicas que he vivido. El Teide es conocido mundialmente por ser uno de los mejores lugares naturales, con una fauna y flora única, además de una maravilla geológica donde se pueden apreciar los diferentes tipos de erupciones volcánicas en tan sólo 189 km2. El edificio principal es un gran estratovolcán con una altitud de 3.718 m, siendo el pico más alto de España y el tercer volcán más grande del mundo, convirtiendo a la isla canaria en la décima más alta del mundo. Es el parque nacional más visitado de España y eso se entiende una vez que lo visita, con una magnífica vista del edificio principal y los roques de García, creando una de las estampas más famosas de la naturaleza.
Ahora vamos a la principal razón de esta entrada: la experiencia científica. Como ya he nombrado, la noche del lunes al martes me quedé en el Parador del Teide, el único lugar para pasar una noche en el Parque Nacional a parte del albergue. Tras varios contactos con la naturaleza del lugar a través de senderos y una buena cena, llegó la noche. Debido a la gran altitud del Teide, el mar de nubes, un fenómeno que se da en las islas producido por los vientos alisios, queda por debajo y el cielo se despeja completamente. Estos factores hacen que las condiciones para la observación del cielo nocturno sean perfectas. Suele ocurrir así, pero esa noche la luna estaba casi completa y su luz provocó que la calidad de observación del cielo fuera menor.
Sí, seguramente ya lo habréis adivinado (en parte gracias al título de la entrada), realizamos una observación del cielo. Y como el Teide es un lugar único para practicar la astronomía, la experiencia fue increíble. Después de una apetitosa cena, salimos a la calle con una temperatura que rondaría los 15º, diez grados de diferencia respecto al mediodía (es una zona de alta montaña).
Nada más levantar la vista al cielo, quedas en un estado de "embriagadez" producido por el maravilloso cielo nocturno. Y con ayuda de un telescopio prestado por el Parador y unos prismáticos de 7x50, la experiencia fue fantástica. La única pega fue la luna creciente llegando casi a llena, siendo el objeto más brillante del cielo. De todos modos le pudimos sacar un lado positivo a la peor calidad del cielo, ya que con ayuda del telescopio fuimos capaces de observar cada detalle de la cara no oculta de la Luna.
Después de la Luna, dirigimos el telescopio hacia el resto de estrellas: buscando la estrella Polar (Polaris), el brazo de la Vía Láctea, una visión impresionante, y todas las constelaciones visibles desde el Hemisferio Norte, eso a simple vista. El brazo de la Vía Láctea, ese objeto que tanto gusta fotografiar a los aficionados a la astrofotografía, es en realidad uno de ellos, el brazo de Orión, aquel donde se encuentra el Sistema Solar y por lo tanto nuestro hogar, la Tierra.
A parte de estas maravillas astronómicas que espero volver a observar con esa calidad, el cielo nos permitió divisar el planeta Saturno, el gigante de los anillos. En realidad fuimos capaces de identificarlo gracias al mapa estelar de la app Google Sky Map, aunque una vez que miramos por el telescopio pudimos observar con mayor detalle (aunque sin mucha calidad) los anillos de este planeta gaseoso.
Si queréis vivir estas experiencias científicas os recomiendo que mirés en internet alguna asociación astronómica de aficionados, donde otros observadores más experimentados os pueden ayudar a identificar con mayor facilidad objetos en el cielo, mejorando la experiencia de disfrutar de la astronomía y del Universo.