Agricultores de libertad
En el barrio San Carlos de La Plata chicos y adolescentes aprenden a producir alimentos de buena calidad alrededor de una huerta, en un centro vecinal en reactivación. Este año, los coordinadores buscan extender la apuesta puertas afuera, para fomentar que las familias de la zona vuelvan a sembrar.
Por Josefina Garzillo (Publicado en Revista La Pulseada)
Diez pares de manitos hunden papa andina en la tierra húmeda. En un cantero de dos metros de largo hay varios surcos abiertos con ramas.
−Hundís el dedo así…−.Una nena de unos siete años entierra su índice pequeñito para enseñara sembrar.
Es sábado a la tardeen el barrio San Carlos, de La Plata. El sol picante cae sobre las cabezas casi en vertical y el Centro Vecinal El Triunfo (que queda en 135, entre 524 y 525) está lleno de gente en plena actividad. En el taller de huerta, algunos siembran mientras otros trepan al tanque de agua para llenar botellas y regar las acelgas, espinacas, remolachas, perejiles, brócolis y tomates que el calor de variosdías amenaza con secar.
“El taller surgió como una iniciativa para recuperar saberes olvidados, volver a relacionarnos con nuestro entorno de una manera sensible y producir alimentos para que los chicos tengan una nutrición de calidad. Trabajar esto con ellos es sembrar futuro”, cuenta Jeremías Cafure, un fueguino que llegó a La Plata hace cuatro años y fue aprendiendo el oficio de trabajar la tierra en el comedor Los Luceros, de la localidad bonaerense Benavidez, junto a la organización Cultivarte, que construye huertas comunitarias.“Es una apuesta de todos por construir otras lógicas de sociedad. Si uno sabe cómo atender sus necesidades básicas, la dependencia pierde terreno”.
Mientras charlamos entre los verdes intensos que brotan de los canteros, los chicos son pura corporalidad; saltan, ríen, algunos continúan la tarea muy compenetrados, tomando la posta de la siembra, mientras otros se corren esquivando plantas y salpicándose con un preparado casero que acaban de armar para alejar de su huerta a los bichos. Todo huele a ajenjo y lavanda, la mezcla con la que aprendieron a bañar sus alimentos para evitar el uso de plaguicidas químicos. El remedio sale de la propia huerta. No hacen falta plata ni grandes maquinarias; sólo impulso y manos dispuestas, como las de Jeremías, Paz, Luciana y Segundo,que coordinaron el taller el año pasado e hicieron crecer esta huerta comunitaria convecinos e integrantes del Centro.
Para todos, entre todos
En febrero de 2012, con la iniciativa entre manos, el clubEl Triunfo salió a contar el proyecto al barrio. Tenían ganas y solidaridad: bastaba para arrancar. Varios vecinos juntaron residuos orgánicos (yerba, café, cáscaras de fruta) para el compost que daría fuerza a los cultivos; después recibieron una donación de plantas por parte de un vivero, y el resto—herramientas, semillas y sembradores—se fue consiguiendo mediante el boca a boca.
Entre los surcos, Diego, 13 años, amante del fútbol y ahora de su huerta, arranca unas hojitas frescas de lechuga, les echa sal, las prueba y convida. En la otra punta, una nena protege la siembra de papa con pasto seco y se queja del puñado de tierra que acaba de recibir en los pies. “La tierra no ensucia, che”,le contesta el de la broma.
A fin del año pasado, en el taller se sentaron a reflexionar tras meses de trabajo práctico: “¿Qué es la huerta para nosotros?”, preguntaron los coordinadores. “Es cosecha y crecimiento”. “Me gusta, distrae y relaja”. “Tenemos voluntad y es divertido”, respondieron chicos de entre 5 y 16 años que participan del espacio.
Puro movimiento
Mientras el taller de huertatrabaja en el fondo del club, algunas vecinas montan una feria de ropa en la entrada. Juntas, cada sábado, estas actividades son el corazón del Triunfo. “Con el Centro Vecinal nos propusimos desde un principio acabar con el no ‘te metás’ y tenemos claro que esto se logra colectivamente”, reflexiona Matías, integrante del Centro.
Desde 2008, con ese espíritu, se activaron varios talleres más. Hoy tienen una murga, danza y fútbol;además, dos veces por semana funciona el Plan Nacional de Finalización de Estudios Primarios y Secundarios (Fines); y acaban de arrancar con un encuentro de jóvenes para abordar las preocupaciones e inquietudes de los pibes. Es al calor de esta red de reorganización barrial que la huerta se levanta y crece.
Jeremías traduce el objetivo de Matías en una imagen cotidiana:“A veces es difícil trabajar, los chicos son dispersos, se pelean… pero nada se compara con lo hermoso que es darse cuenta de cómo se ayudan entre ellos. Ver a un chiquito que no llega al tanque de agua y que otro grandote le llene la botella para que pueda regar emociona. Esas imágenes te quedan grabadas”.
“Con la huerta apuntamos a reconstruir esos lazos… los pibes viven una realidad jodida, con un barrio contaminado por el arroyo El Gato y las amenazas de las drogas. Apostamos a un trabajo cooperativo, donde los chicos vean de manera pedagógica que uno puede ser el productor de sus propios alimentos, generando un cambio de conciencia sobre la base de la unidad barrial. Muchos recuerdan que alguna vez tuvieron huerta. Los saberes están en la gente, hace falta desenterrarlos, nomás”, explica Jeremías con una simpleza que asombra.
La segunda etapa del proyecto, prevista para este año, apunta a salir del centro vecinal y empezar a trabajar con las familias de la zona para que produzcan alimentos en sus casas.
La lección
Hasta 2008, el Centro Vecinal estaba casi abandonado, con poca actividad para el barrio, y los vecinos no lo sentían como un espacio propio. Ese año, un grupo armó un proyecto para construir aulas, pintar y conseguir equipamiento para talleres a través del Presupuesto Participativo (PP). Ganaron. Ese día la felicidad no cupo en la habitación grande que hace de salón, espacio de talleres y reunión, único lugar cerrado que tienen hasta hoy. Pero “las obras planeadas nunca existieron”, sostiene Matías.
Como compensación, la Municipalidad les ofreció revocar y pintar el frente del Centro. “El 25 de mayo de 2009, aparecieron [el intendente Pablo] Bruera y los aplaudidores. Venían a inaugurar las obras hechas con el PP del año anterior. Fue un descaro”. La gente se sintió insultada: “¡Acá falta plata!” —les gritaron—. “¡El presupuesto original era de $250.000, demasiado para un revoque!”. Sólo recibieron un cartel que señalaba en verde y naranja las supuestas obras.
Matías reconstruye la historia mientras, entre risas, Jeremías señala desde la huerta lo que dejó el PP: “Esa lonita ahora nos sirve para tapar el compost”. Pese a la tristeza, la experiencia los fortaleció y aleccionó: aprender a autogestionarse. En cinco años, El Triunfo se va afirmando, entre talleres artísticos y de oficios. “En nuestro intento porque el club sea un espacio de encuentro, debate y organización barrial, la huerta colabora mucho. Desde el principio la hicimos entre todos, con la ayuda del barrio”, concluyen los coordinadores.
Publicado en Revista La Pulseada: http://www.lapulseada.com.ar/site/?p=4473