La entrada de ayer ha empezado a dar sus frutos y, otra mamá, amiga y comentarista de este blog, se ha animado a enviarme su experiencia de parto.
Se trata de la experiencia del segundo parto de MamadeBegues, a la cual recordaréis porque la semana pasada compartió con nosotras su historia sobre la lactancia y el embarazo.
Os dejo aquí su historia, que seguro os va a conmover mucho....
Hola, me llamo Neus y soy madre de dos preciosas niñas. Clàudia, la mayor tiene casi tres años y Martina, la pequeña acaba de cumplir seis meses y medio. Cada una es especial a su manera, cada parto fue especial a su manera.
Me ocuparé en este escrito del nacimiento de Martina. Primero porque se lo debo a Pepi, me lo pidió hace exactamente seis meses y medio y aun no lo había hecho. Segundo, sin desmerecer mi primer parto, el nacimiento de Martina ha sido una especie de “revelación”, si me permitís la expresión. Comencemos sin más, el relato.
Empezaré por comentar que vivo fuera de Barcelona a unos treinta minutos, sin tráfico, del Hospital en el que me tocaba parir. Primero debo recorrer una carretera de curvas (vivo en lo alto de una montaña, bajita pero montaña). Después enlazar con la C-32 (una vía de acceso a Barcelona muy transitada) y desde esta llegar a la B-20 (la Ronda de Dalt, vía que rodea Barcelona pensada para no tener que atravesar la metrópolis).
Pongámonos en situación. Diez de Mayo de 2010. Estoy de cuarenta semanas y seis días. Tengo ganas de parir pero no quiero pasar ni un segundo más de lo imprescindible en el Hospital. Es una tarde preciosa, de primavera al 100%. Al recoger a Clàudia vamos a pasear por un prado cercano a su escuela. Recogemos flores, jugamos un poco. Me siento bien.
Mientras cenamos me noto diferente. No son contracciones, no es dolor, me siento diferente nada más. Una vez se ha dormido mi pequeña y su papa, me apetece ver un ratito la TV. Me siento en el sofá pero no encuentro la posición. No acabo de estar cómoda. Me estiro y siento algo en la pelvis. Un movimiento quizá. En seguida me doy cuenta de lo que ha pasado. He roto aguas. Bueno tengo una horita para llegar al Hospital (eso dijeron en la última visita), voy al baño y…vaya empiezan las contracciones. Son fuertes, dolorosas y muy seguidas.
No hay que perder tiempo. Despierto a Rafa (compañero y papa fiel, cariñoso y paciente). “Deprisa esto va muy rápido”. Se levanta y mientras se ocupa de llevar a Clàudia a casa de unos vecinos yo me voy vistiendo. Deambulo por casa moviendo la pelvis, caminando, poniéndome en cuclillas. Así alivio el dolor. A pesar de todo, me siento bien, ligera, fresca, feliz.
Estas sensaciones me acompañaran todo el trayecto al Hospital. Cojo unos zapatos pero no me veo capaz de ponerlos. Bajo descalza al parking con dos toallas, una para el asiento y la otra, por si Martina nace en el coche para poder envolverla en algo limpio. Allí me espera Rafa. Subo. No puedo parar de hablar. Estoy feliz. Me siento ligera y fresca a pesar de las contracciones. No, no estoy, SOY feliz.
Durante el viaje todo me parece diferente. El coche, Rafa, el paisaje (al que apenas presto atención) yo misma me veo, me siento diferente. Todo está envuelto en un aura de romanticismo, todo es bello.
Siento la imperiosa necesidad de empujar, menos mal ya estamos en la puerta del Hospital. Allí un camillero que está en un descanso nos ve, intuye la urgencia y tira su cigarrillo, corre a por una silla de ruedas. Rafa ha salido del coche y entra para avisar. Yo desde mi burbuja de “bienestar” grito “ No me dejes sola !!“.
En seguida me están visitando. Yo repito una y otra vez que quiero empujar. Ya en el paritorio de urgencias me ayudan a quitarme la ropa. Menos mal, me molesta todo lo que llevo encima. Me ponen en posición ginecológica y Rafa que acaba de llegar me ayuda a mantenerme sentada.
Yo repito “quiero empujar!!!” y una comadrona (lo siento, no recuerdo tu nombre) me contesta “Adelante” . Es tanto mi ímpetu que tienen que dirigirme un poco. Empujo una vez, empujo de nuevo. Me dicen si quiero tocar su cabecita, está ya asomando. La toco, húmeda y calentita, es mi niña. Otro empujón y un par más.
Oigo como la comadrona me dice si quiero sacar yo a la pequeña. Si, quiero. La cojo con mis manos por debajo de sus bracitos y estiro suavemente llevándola hacia mi pecho, esta húmeda, caliente y grasienta, es preciosa.
No siento más que un gran alivio y placer. Si, aliviada después del dolor. No recuerdo el dolor sino como una presión enorme en la pelvis, ya no recuerdo el dolor. Empiezo a temblar. Pero no tengo frío. Oigo de lejos, sigo en mi burbuja de felicidad. Solo veo a mi niña, sigo liviana y fresca. Solo siento a Rafa a mi lado, sigo en mi felicidad.
Ya en la habitación las enfermeras insisten en que duerma. Dormir?!?, no puedo dejar de sonreír, no puedo dejar de rememorar todo el viaje desde casa hasta aquí. Estoy eufórica y quieren que duerma…que sabrán estas mujeres…
Aun me siento ligera, fresca y feliz y no es hasta horas después que me doy cuenta de todo lo que he sudado. No es hasta la mañana siguiente que el cansancio aparece…
Han pasado ya seis meses desde aquel día. Fueron sin duda los cuarenta minutos más gloriosos, felices y plenos que jamás haya vivido. Gracias Pepi por tu apoyo en los momentos difíciles, por tu ayuda y por tus consejos que se revelaron sabios en el momento de aplicarlos. El próximo bebe, en casa!!!!!