Experimento ético

Publicado el 21 junio 2014 por Nicolau Ballester Ferrer @ColauBallester

Experimento ético.
Cuando empezaba a escribir este post se me ha ocurrido que, en lugar de contaros algo más o menos curioso, interesante o tedioso, tal como viene siendo habitual, podría plantearos un dilema para que reflexionaseis vosotros mismos, tanto si tenéis costumbre como si no. Los temas que voy a proponeros son obra una muy famosa filósofa británica, ya fallecida, cuya obra puede que conozcáis, se trata de Philippa Foot (1920-2010). Como buena filósofa, planteó varios experimentos mentales, entre los cuales hoy me gustaría plantearos uno y considerarlo desde tres situaciones diferentes. Tened en cuenta que Philippa era especialista en ética —pionera en los estudios sobre la ética de la virtud—,lo que os puede hacer suponer que dicho experimento plantea, sin duda, un tema ético. Disculpadme si salgo ligeramente del enunciado exacto del experimento de Philippa, pero creo que es una buena idea adaptarlo someramente al momento actual y que sirva de entretenimiento para todos. Muchos habréis oído hablar de estas teóricas situaciones, pero esto no supone ningún inconveniente puesto que siempre es motivador recordarlo, cuando menos para comparar los razonamientos que se hicieron en su momento con los actuales y apercibirse de la evolución de nuestras “firmezas” morales. Puede ser un buen argumento para pensar y cambiar puntos de vista con nuestra pareja, con nuestros hijos o con los amigos, y de paso compartir una actividad que no suele ser muy habitual: reflexionar, argumentar, contrargumentar, en esencia, razonar. No se acepta: “—Yo opino esto… Y ya está”. No. Es necesario fundamentar la opinión en una base lógica y racional, o sea, la vuestra, la que os hace únicos. Esta es la función del experimento.
   Philippa plantea la siguiente situación: mientras damos un paseo, vemos un tren descontrolado que se dirige a toda velocidad hacia cinco senderistas que circulan sobre la vía que creen en desuso. El conductor está inconsciente, posiblemente debido a un ataque al corazón o cualquier otro motivo que le haya provocado un desvanecimiento severo. El tema es que el tren los va a atropellar sin esperanza alguna de salvación para ninguno de ellos. Pero hete aquí que unos metros antes de los senderistas hay una bifurcación de la vía y que podemos activar desde una palanca que precisamente tenemos a nuestro lado para que el tren haga un cambio de vía. El problema es que en la otra vía a la que podríamos desviar el tren, pasea tranquilamente otro senderista solitario, ajeno a cualquier peligro. Bueno, en realidad todos son ajenos al peligro a excepción de nosotros que somos los únicos que observamos la situación y que tenemos la palanca a mano para decir si el tren debe seguir y matar a los cinco caminantes o bien accionar la palanca para que solo mate a uno. ¿Qué haría cada uno de vosotros en este caso? ¿Accionaría la palanca para que solo falleciera una persona o se abstendría de tocar nada y fallecerían cinco?   Bien, esta es la primera de las tres cuestiones que voy a proponer. Pensad que todas las posibilidades pueden ser válidas según el punto de vista de cada uno. Se trata de encontrar y argumentar la mejor.   Vamos a suponer ahora que ese tren descontrolado se dirige hacia los cinco senderistas, pero no existe la posibilidad de bifurcación. Solo hay una solución y la tenemos cerca, por lo que también depende de nosotros. En este caso permanecemos sobre un puente, situado entre el treny los excursionistas y sobre la vertical de la vía. Tenemos a un hombre gordo a nuestro lado disfrutando del horizonte, que está de pie sobre una trampilla que se abre con una palanca a la que tenemos acceso —igual que la del caso anterior—, que de abrirse hará que el hombre gordo caiga justo encima de la vía, y, al quedar atrapado bajo las ruedas del tren este se irá deteniendo dando la posibilidad a que los cinco senderistas se salven. No cabe decir cómo quedará el hombre gordo.   Estamos en el mismo caso anterior, tenemos en nuestras manos la decisión de que mueran cinco personas o que solo muera una, pero las circunstancias parecen algo diferentes. ¿Qué creéis que sería lo más adecuado en esta situación? ¿Accionar la palanca y sacrificar al hombre gordo o no hacer nada y sacrificar a los cinco paseantes?Bueno, ahora vamos a manipular la tramoya para cambiar de escenario y olvidar los trenes para acomodarnos en la sala de urgencias de un hospital donde hay un hombre que requiere un trasplante de corazón urgentemente, puesto que en su defecto fallecerá en cuestión de horas. Por otra parte, una mujer necesita que le sea trasplantado el hígado inmediatamente, ya le ha dejado de funcionar y su muerte es casi inminente. A su lado, un niño ha perdido la funcionalidad del único riñón que le queda y si no llega uno para serle trasplantado enseguida, morirá irremisiblemente (siempre se muere irremisiblemente). En un rincón, una mujer, todavía joven, necesita unos pulmones nuevos puesto que los suyos han sido consumidos por un cáncer inmisericorde. Finalmente un hombre está esperando la llegada de un páncreas puesto que el suyo ha dimitido y su tiempo se acaba. Recapitulando, estamos en una sala de urgencias con cinco moribundos cuya única oportunidad de subsistir es que lleguen los órganos que necesitan, pero no llegarán. En un momento determinado, entra en la sala de urgencias un hombre o una mujer con una salud envidiable, de una edad que todavía no ha llegado a la madurez pero que se despide de la juventud, etc. En este caso vamos a ponernos en lugar del director del hospital, y nos planteamos el dilema siguiente: van a morir cinco personas si no hacemos algo rápido. Existe la posibilidad de coger a la persona sana que acaba de entrar, extirparle todos los órganos, trasplantarlos a los enfermos y, de esta manera, salvar a cinco personas en detrimento, de una sola. En realidad se trata del mismo caso que los anteriores ¿o no? ¿Sacrificar a uno en beneficio de cinco? A vuestra razón encomiendo el dilema por si creéis oportuno dedicarle unos minutos.      Como veis los tres casos son muy parecidos, pero también algo hay que los hace diferentes, o no. Quizás sirva la misma respuesta para los tres, quizás no. Quizás haya que matizar mucho, pero no os andéis por las ramas, no adhiráis otros factores que los concisamente expuestos. Es decir, trabajad única y exclusivamente con los datos aportados. ¿Cuáles serían vuestras conclusiones?   Si alguien quiere compartirlas con todos nosotros, serán extraordinariamente bien recibidas como comentarios al post y, a buen seguro, muy ilustrativas.
    He de deciros que existen experiencias históricas, reales (por eso son históricas) en los que se dio una u otra alternativa, en ambos casos fueron consideradas las más convenientes en ese momento. Si alguien está interesado en conocerlas, no tiene más que decírmelo. (No las expongo para no influir en vuestra reflexión).
   ¡Ah! Se me olvidaba. Antes de pasaros la patata caliente a vosotros yo ya lo he meditado largamente y os voy a dar mi opinión, y espero que no os influya, entre otras cosas porque no es más que una opinión como cualquier otra, con mis fundamentos, pero tan válidos como lo serán los vuestros. Es esta: “yo, en ninguno de los tres casos jugaría a ser Dios”.
Colau