«No, no tendría una segunda cita con él porque no es mi prototipo». En Cicely no hay wifi ni apenas cobertura así que, a ratos, me sumerjo en el mundo que enseña la televisión y que mucha gente cree real. Echo un rato viendo de reojo First Dates. Lo veo de reojo no porque me avergüence de verlo sino porque no puedo soportar la idea de que todas esas personas no tengan a nadie a su alrededor que les diga: «¿A First Dates? Ni se te ocurra». Sí, ya sé que cada uno puede hacer lo que quiera y que quién soy yo para criticar al que va a ese programa. Cada uno puede hacer lo que quiera pero como alguien que lleva veintiún años trabajando en televisión, en serio, no vayáis a First Dates. «No me importa, yo voy a pasármelo bien y a conocer los presentadores. Soy como soy». No, en serio, que no. En ese programa a nadie le importa quién eres tú o si quieres pasártelo bien, la gracia está en exprimir lo peor de ti: lo que de más vergüenza, lo que resulte más repulsivo, lo que dé más pena.
Un par de personas dicen eso de «no es mi prototipo». Dejando de lado el uso completamente erróneo de la palabra prototipo (que por supuesto ningún redactor ni directivo del programa corrige porque ¡qué gracioso!) me quedo pensando en qué idea tenemos de las personas que creemos que nos van a gustar. ¿De dónde viene la idea de mi hombre/mujer ideal?O ¿Cuál es mi tipo? Nadie dijo nunca mi tipo es alguien feo, aburrido, con pelos largos saliéndole de las orejas, sin inquietudes y que lo único que le guste sea jugar a las chapas. Todos pensamos o creemos o queremos que las personas que nos gusten sean buenas, inteligentes, cariñosas, divertidas, compasivas y lo más atractivas posibles porque, en el fondo, nosotros queremos ser así. ¿Vienen estas aspiraciones de los libros? ¿De las pelis? ¿De los poemas amorosos? ¿De las canciones medievales? ¿De Shakespeare?
No sabemos cuál es nuestro tipo. El que no nos hablará en el desayuno y nos dejará repetir las historias veinte veces mostrando el mismo interés. El tipo de verdad, el que va a llegar y nos va a cambiar la vida a mejor. Me pregunto si Toñito, el hombretón que tiene el huerto enfrente de nuestra casa, piensa en un prototipo. Charlo con él a través de la tapia mientras se cambia las zapatillas mugrientas que lleva por otras igual de mugrientas. Cuando se marcha, me regala una lechuga, miro mis pies y veo que yo también llevo una zapatillas mugrientas que ya tienen diez años y que, claramente, son mi “prototipo”.