“Explicar el mundo. El descubrimiento de la ciencia moderna”, de Steven Weinberg

Por Guillermo Guillermo Lorén González @GuillermoLorn

«Steven Weinberg Premio Nobel de Física»

Cubierta de: Explicar el mundo

Hay una frase de Albert Einstein que nos viene al pelo en relación al libro que nos ocupa: “Lo verdaderamente incomprensible, es que el mundo sea comprensible”, y eso es precisamente lo que hace Steven Weinberg en este libro, hacer comprensible lo que a muchos nos parece incomprensible.

En esta historia de la ciencia, tan irreverente como ambiciosa, Steven Weinberg nos conduce a través de los siglos desde la antigua Mileto hasta el Bagdad medieval y Oxford, desde la Academia de Platón y el Museo de Alejandría hasta la escuela de la Catedral de Chartres y la Sociedad Real de Londres. El autor nos traslada a la mente de los científicos de la Antigüedad y la Edad Media para mostrarnos cómo ellos no sólo no entendían lo que nosotros ya entendemos del mundo; en realidad, tampoco sabían qué era lo que había que entender, ni por supuesto cómo entenderlo.
Sin embargo, durante los siglos, a raíz de la lucha por resolver misterios tales como el curioso movimiento retrógrado de los planetas y la subida y bajada de las mareas, finalmente emergió la disciplina de la ciencia moderna. Weinberg examina los enfrentamientos y las colaboraciones que, a lo largo de ese tortuoso pero fascinante camino, se dieron entre la ciencia histórica y esferas competencia de la religión, la tecnología, las matemáticas, la filosofía y la poesía.
Una reveladora exploración del modo en que vemos y analizamos el mundo que nos rodea, Explicar el mundo es un impresionante relato de lo difícil que fue descubrir los objetivos y métodos de la ciencia moderna, y el impacto que ese descubrimiento tuvo en el conocimiento y desarrollo humano.

Steven Weinberg, aborda en el libro Explicar el mundo una historia del pensamiento científico que abarca desde sus orígenes hasta la revolución científica del siglo XVII, con la síntesis de física y astronomía llevada a cabo por Newton, que sienta las bases de la ciencia moderna. El autor se centra en estos dos campos de la ciencia —la física y la astronomía— porque fue en el momento en que la física, aplicada de forma sistemática a la astronomía, cuando la ciencia adquirió por primera vez una forma moderna.
El origen de este libro está en el trabajo hecho por el autor para preparar clases de historia de la ciencia destinadas a alumnos que no tienen una especial preparación en física, matemáticas o astronomía. No es, por lo tanto un libro especializado que requiera un sólido conocimiento científico previo para ser disfrutado.

Hay una frase en el Prefacio del libro que me parece muy esclarecedora en relación al interés del autor: “este libro no trata tan solo de cómo llegamos a aprender diversas cosas sobre el mundo, que es, naturalmente, el tema de cualquier historia de la ciencia. Lo que he pretendido en este libro es un poco distinto: se trata de cómo aprendimos a aprender lo que es el mundo”.

La investigación y análisis del pasado, de la historia de la ciencia, es importante porque puede arrojar luz y contribuir a la investigación actual. Conocer la historia de la ciencia contribuye a motivar a los científicos del presente en su trabajo actual. Por otra parte, el enfoque que presenta el autor en su libro no es el habitual en determinadas historias de la ciencia. El criterio del autor (que él mismo califica de «pantanoso») es el de juzgar el pasado de la ciencia con los criterios del presente. El autor no teme criticar los métodos y teorías pretéritos desde un punto de vista actual. La perspectiva del libro es la de cómo ve un científico actual en activo la ciencia del pasado. El libro tiene, por tanto, cierto tono que el propio Weinberg adjetiva como «irreverente»: «Me ha proporcionado cierta satisfacción descubrir unos cuantos errores cometidos por héroes científicos que nunca he visto mencionar a los historiadores».

El libro se divide en cinco partes. La primera parte es La física griega; y en ella podemos leer una frase realmente interesante: “Sin embargo, creo que no deberíamos insistir tanto en los aspectos modernos de la ciencia de la Grecia clásica o arcaica. Hay un importante rasgo de la ciencia moderna que no está presente de ninguna manera en los pensadores que he mencionado, desde Tales a Platón: ninguno de ellos intentó verificar y ni siquiera justificar (aparte quizá de Zenón) de manera fundamentada sus especulaciones. Al leer sus textos, uno se pregunta continuamente: «¿Cómo lo sabes?». Y esto se puede decir tanto de Demócrito como de los demás. En ninguno de los fragmentos de sus libros que sobreviven vemos el menor esfuerzo por demostrar que la materia realmente está compuesta de átomos.

La segunda parte se ocupa de La astronomía griega. Como explica Weinberg en la introducción a esta segunda parte, «La ciencia que más progresó en el mundo antiguo fue la astronomía, por la razón de que los fenómenos astronómicos son más simples que los que ocurren en la superficie de la Tierra.». Desde nuestro planeta, el Sol, la Luna y los demás planetas parecían moverse de una manera predecible y regular que podía estudiarse —y se estudiaba— con considerable precisión.
“Por culpa de sus extraños movimientos, los planetas no servían como relojes, ni calendarios ni brújulas. En la época helenística y posteriormente se les dio un uso distinto en la astrología, una ‘falsa’ ciencia aprendida de los babilonios. La nítida distinción actual entre astronomía y astrología era mucho menos clara en la época antigua y medieval, porque todavía no habíamos aprendido que los asuntos humanos son irrelevantes para las leyes que gobiernan las estrellas y los planetas. A partir de la época de los Ptolomeos, los gobernantes apoyaron el estudio de la astronomía, sobre todo con la esperanza de que les revelara el futuro, con lo que los astrónomos dedicaron gran parte de su tiempo a la astrología”.

En la tercera parte nos encontramos en La Edad Media. El mundo medieval no alcanzó, evidentemente, el esplendor que el pensamiento científico adquirió en la antigua Grecia; pero tampoco es el páramo intelectual que a veces se supone. Los logros de la ciencia griega se conservaron y, en algunos casos, se mejoraron. Además, tuvo lugar una prolongación del debate de ideas entre la ciencia, las matemáticas, la filosofía y la religión. Todo ello sirvió de abono para la revolución científica posterior.
El primero de los dos capítulos de que consta esta tercera parte del libro está dedicado al desarrollo de la ciencia en el mundo islámico. Bajo el califato abásida se fomentó una gran tarea de traducción y conservación de manuscritos griegos, que enriquecieron el acervo científico y cultural de los árabes. El siguiente capítulo se centra en la Europa medieval. A través de los sabios árabes asentados en la península ibérica, Aristóteles llegó a Occidente y trajo consigo un intenso debate intelectual, filosófico y religioso. Además de ser cuestionado en ciertos aspectos por el poder eclesiástico, se estableció en Europa una dicotomía similar a la de los árabes, entre la visión ptolemaica y la aristotélica.

Por fin llegamos a la cuarta parte, La revolución científica, donde el autor repasa los hitos fundamentales de los grandes científicos de los siglos XVI y XVII para confirmar su postura. Así, el capítulo 11 versa sobre la comprensión prácticamente definitiva de la mecánica que rige los movimientos de los planetas en el sistema solar (modelo copernicano, complementado por las observaciones de Tycho Brahe y Johannes Kepler). 
El capítulo 12 examina un principio fundamental de la ciencia, no practicado hasta entonces: la experimentación como herramienta fundamental de la investigación científica que complementa a la observación. Los experimentos de Galileo GalileiChristiaan Huygens, Evangelista Torricelli y otros desempeñan un papel central en el capítulo. 
El capítulo 13 se centra en cómo la ciencia indaga sobre su propio método de investigación, con las aportaciones —y fracasos— de René Descartes, y Francis Bacon («Descartes y Bacon son solo dos de los filósofos que a lo largo de los siglos intentaron formular reglas para la investigación científica, algo que nunca funciona. Aprendemos a practicar la ciencia no imponiendo reglas acerca de cómo practicarla, sino a partir de la experiencia de trabajar en ella»). 
El capítulo 14 recoge la fundamental aportación de Isaac Newton a la revolución científica. Su teoría de la gravitación universal pretende ser (y en cierto modo lo es) la síntesis de todo el saber anterior, contrastada, experimentada y expresada matemáticamente, para formular un modelo mecánico en el cual se basa todo el universo conocido. Que la mecánica newtoniana no funcione a determinados niveles y esté condicionada por los parámetros del espacio-tiempo (como propuso Einstein en su teoría general de la relatividad) no resta importancia a la aportación de Newton al pensamiento científico. Al fin y al cabo, la teoría de Einstein tiene mucho que ver con el estilo de la de Newton“Se basa en principios generales que se pueden expresar como ecuaciones matemáticas, de los que se pueden deducir matemáticamente consecuencias para una amplia variedad de fenómenos, que cuando se comparan con las observaciones permiten que se verifique la teoría. La diferencia entre las teorías de Einstein y las de Newton es mucho menor que las diferencias entre las teorías de Newton y las de cualquiera de sus predecesores”.

Tras el estudio de la revolución científica culminada por la aportación de Newton, el autor cierra el libro con el epílogo (titulado «La gran reducción»), donde explica cómo la unificación de la física del cielo y la Tierra descrita a cabo por Newton llevó a una serie de logros —en los campos del electromagnetismo, las fuerzas nucleares, la química e incluso la biología— que acabaron formando parte de una concepción de la naturaleza («unificada aunque incompleta») que parte de la física.

Al final del libro nos encontramos con varios apéndices: Notas, bibliografía, índice analítico, y uno muy interesante titulado Notas Técnicas, que en casi cien páginas nos va a explicar de una forma sencilla lo que es/son: El teorema de Tales, los sólidos platónicos, el paralaje lunar, telescopios, aceleración gravitatoria, la teoría del arcoíris, la aceleración centrípeta, o las masas planetarias; así hasta 35 cuestiones importantes.

Lo confieso, es uno de los libros más interesantes que he leído en este año. Altamente recomendable para cualquier lector interesado en el tema, tanto lego como versado.

Steven Weinberg

El autor:
Steven Weinberg nació en Nueva York, Estados Unidos, el 3 de mayo de 1933; es físico teórico, y obtuvo el Premio Nobel de Física, la Medalla Nacional de Ciencias, el Premio Lewis Thomas (que se concede a los mejores escritores divulgativos de Ciencia) entre otras numerosas condecoraciones y galardones. Es miembro de la National Academy of Science, de la Royal Society de Londres, de la American Philosophical Society, entre otras academias. Fue durante muchos años colaborador de The New York Review of Books, y además de importantes tratados de física teórica, es también autor de libros como Los tres primeros minutos del universo (Alianza Editorial) o El sueño de una teoría final (Editorial Crítica).

El libro:
Explicar el mundo. El descubrimiento de la ciencia moderna (título original: To Explain the World: The Discovery of Modern Science, 2015) ha sido publicado por la Editorial Taurus en la Colección Pensamiento. Traducida del inglés por Damià Alou, 2015. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 424 páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo un vídeo muy interesante en inglés con motivo del World Science Festival en el que John Hockenberry entrevista a Steven Weinberg por su libro To Explain the World.

Para saber más:

https://web2.ph.utexas.edu/~weintech/weinberg.html

Steven Weinberg en Wikipedia.