Hace unos días una parte del team ADC se reunió para ir a ver a un grupo amigo de la casa, Imperio Maltés. Lindo lugar en el barrio de Palermo, buen número de gente, y una banda con un sonido tan encantador como indescifrable, al que terminamos de denominar pop de taberna. Que puede funcionar en un pueblo de la provincia de Buenos Aires o en medio de la zona rural de los Balcanes. En medio del show, una fan se quejó porque estaba mirando a la banda con los brazos cruzados. Y tenía razón. No era música para escuchar tan quieto. Daba para bailar pero hace rato que no ejerzo esa actividad. Si bien fue un comentario pasajero, y debo reconocer que luego me solté un poco, me quedó rebotando la cuestión. ¿Estoy entrando en la fase amarga del disfrute musical? ¿Qué pasaría si un día voy a Los Angeles a ver bandas y me cruzo con una como la Extra Action Marching Band? Creo que tengo que bailar. O la voy a pasar mal.
Llegué a ellos por el libro Diarios de Bicicleta de David Byrne. Cuenta el amigo rodante que estos tipos tienen la costumbre de hacer intervenciones en lugares a los que les falta onda. Aparecen, llenan el lugar de chicas, minifaldas, brillantina, percus y trompetas, y al parecer se pudre todo. Para que se den una idea, Byrne terminó bailando arriba de la mesa donde 15 minutos antes había hablado ante un estático auditorio de tecnología y cultura. Una banda que es un permanente desfile en movimiento y que toma lugares para transformarlos. Qué lindo concepto. Busco un poco eso para este blog este fin de semana. Necesitamos desordenar un poco la casa, total el lunes limpiaremos con alguna sanadora canción folk las huellas de semejante desastre.
Extra, extra!
El David