Sería en 1.867 cuando, mediante Real Decreto de 20 de marzo, el Museo Arqueológico Nacional fuese fundado como institución, viendo finalmente la luz una idea forjada y apoyada por la Real Academia de la Historia, defensora desde el reinado de Fernando VII de la creación de un Real Museo Nacional de Antigüedades. Reinando entonces Isabel II, a poco de ser definitivamente destronada ésta con la Revolución de 1.868, la propia monarca borbónica había puesto un año antes la primera piedra, en 1.866, del que sería conocido como Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, diseñado en 1.860 por Francisco Jareño y Alarcón partiendo de otros modelos similares europeos que, como éste, habían sido ideados como sede del saber. En el caso del monumental edificio madrileño, sito en el conocido como Prado de Recoletos, iban a quedar albergadas en él tanto la Biblioteca Nacional como tal sociedad museística arqueológica, sumándose los fondos artísticos del popularmente llamado Museo de la Trinidad, oficialmente Museo Nacional de Pintura y Escultura, donde habían quedado adscritas muchas de las obras muebles artísticas recuperadas tras ejecutarse décadas antes las órdenes de desamortización y que, finalmente, pasarían a engrosar el listado de tesoros dependientes del Museo del Prado sin llegar a ser alojadas tales joyas del patrimonio en la sede que para ellas junto a las arqueológicas se estaba erigiendo en Recoletos, fusionadas sendas colecciones, Trinidad y el Prado, en una única durante el largo periodo en que se prolongasen las obras de construcción del ingente inmueble. La compilación arqueológica, por el contrario, esperaría pacientemente la finalización de la edificación de su novedosa sede albergada en lo que se conocía como Casino de la Reina, compuesto éste de una quinta regalada por el pueblo de Madrid a la reina Isabel de Braganza en 1.817, a la que se sumaban varios pabellones anexos precedidos por considerables y variados jardines hasta conformar tal compendio toda una finca de recreo enclavada junto a la glorieta de Embajadores de la capital española. Pasando a mediados del siglo XIX a manos del Estado, se decidiría preservar y ofrecer entre sus salas el conjunto de piezas arqueológicas del recién creado Museo Arqueológico Nacional, inaugurado el museo provisional en 1.871 por Amadeo de Saboya cuatro años después del decreto de fundación, necesarios éstos para, superados los acontecimientos políticos contemporáneos, se llevase a cabo la adecuación museística del inmueble hasta que, en 1.893, una vez terminadas las obras del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales en 1.892, fuese trasladada la colección patrimonial al edificio donde aún hoy en día mantiene tal institución su sede y exposición.
Respondía la fundación de tal institución museística no sólo a la moda europea triunfante por entonces en otras capitales del Viejo continente, donde gustaban de conocer el patrimonio arqueológico y herencia cultural de civilizaciones precedentes y arcaicas. En el caso español, rico en patrimonio arqueológico de todas las épocas y diferentes culturas dadas en el suelo patrio, peligraba la conservación de muchas de tales joyas en base tanto a la falta de formación y escrúpulos de una amplia parte de la población, como a la ausencia de medios y sedes específicas con los que poder controlar y donde poder salvaguardar tanto los tesoros conocidos como los que iban aflorando casual o deliberadamente a lo largo y ancho de toda la geografía. Si bien desde varios siglos atrás existía una concienciación paulatina sobre el valor del patrimonio arqueológico, reflejada en dictámenes a favor de su conservación como los municipales de Talavera la Vieja o de Mérida, fechados en los siglos XVI y XVII respectivamente, ordenando el respeto y la preservación de las antigüedades conocidas o de las que se tuviese conocimiento dentro de sendas poblaciones, no surgiría una normativa a nivel estatal hasta 1.803, cuando a través de la Real Cédula de 6 de julio se promulgase la conservación del patrimonio arqueológico y monumental, otorgando la inspección del mismo a la Real Academia de la Historia. Sin embargo, la simple inspección no bastaría ante la situación patrimonial derivada de la desamortización de Mendizábal, iniciada en 1.836, cuando además de darse la necesaria custodia de infinidad de pinturas y esculturas procedentes de los bienes inmuebles eclesiásticos incautados, era ineludible la protección de otras muchas obras patrimoniales forjadas en épocas precedentes y consideradas antigüedades, de tal alto e igual valor tanto artístico como histórico. Se instituyen así en 1.844, por Real Orden de 13 de junio, las Comisiones Provinciales de Monumentos, herederas de las Juntas Científicas Artísticas fundadas por Real Orden de 27 de mayo de 1.837, buscando la creación en cada provincia del país, dependientes a su vez de la Comisión Central de Monumentos, en Madrid, de una delegación encargada de la investigación del patrimonio histórico artístico provincial, así como de la conservación y restauración de aquél cuya titularidad fuera la estatal, respaldados en lo histórico por la Real Academia de la Historia, y en lo artístico por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, otorgándoles la potestad de creación de Archivos y Bibliotecas, la custodia de Museos de Pintura y Escultura, así como la promoción de excavaciones arqueológicas, encargados de la recogida y depósito de los bienes descubiertos a través de las mismas.
Arriba: histórica portada del Museo Arqueológico Nacional, abierta a la madrileña calle de Serrano, sita en el frontal oriental del conocido como Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales, acceso hoy en desuso para el público tras ejecutarse la última de las reformas edilicias vividas por la sede de tal institución, inaugurándose en 2.014 el novedoso aspecto del más relevante de entre los museos arqueológicos con que cuenta España.
La labor de las Comisiones Provinciales, sin embargo, no siempre era suficiente en lo referente a la salvaguarda tanto de una amplia parte del patrimonio desamortizado cuya propiedad había recaído en manos estatales, especialmente el arqueológico, como de aquellas piezas descubiertas a raíz de las propias excavaciones y estudios promovidos por ellas, careciendo en múltiples ocasiones de la posibilidad de dar con adecuadas sedes donde poder albergar las colecciones creadas, así como medios con qué poder vigilar y proteger las mismas. Habiéndose logrado crear dieciocho museos repartidos por todo el territorio nacional desde 1.836, veía necesario la Real Academia de la Historia tanto la fundación de un Museo Nacional de Antigüedades como la de diferentes Museos Provinciales respaldados por el Estado en aquellas provincias donde el número y cantidad de antiguos vestigios así lo recomendasen, retomándose y especializándose la labor ya iniciada por tal institución, fundada por Felipe V y dotada de su propio Gabinete de Antigüedades, gracias al cual y a pesar de las dificultades económicas del mismo, pudieron salvarse para el pueblo español algunas joyas que, descubiertas muchas veces por particulares, corrían el riesgo de ser vendidas al mejor postor, tales como el conocido como Disco de Teodosio, hallado en los alrededores de Almendralejo en 1.847. Fraguada la idea doblemente fundadora en el Real Decreto de 20 de marzo de 1.867 de creación del Museo Arqueológico Nacional y los Museos Provinciales, se iniciaría la colección nacional con los fondos del Museo de Medallas y Antigüedades de la Biblioteca Nacional, aquéllos pertenecientes a la Escuela Superior de Diplomacia, así como los arqueológicos existentes en la recopilación dependiente del Museo de Ciencias Naturales, advirtiéndose a través del legal escrito de la transferencia al Museo Arqueológico Nacional de todo patrimonio arqueológico que en adelante fuese de propiedad estatal, puntualizándose la necesidad de concreto consentimiento por parte de las corporaciones en caso de custodiar éstas material arqueológico conocido cuya cesión a la institución central fuese recomendable.
Además de iniciarse gestiones directivas en pro de la recopilación de antigüedades. fundamentalmente mediante la solicitud de patrióticas donaciones a los coloeccionistas más destacados de cada región, parten del Museo Arqueológico Nacional entre 1.868 y 1.875 las bautizadas como Comisiones Científicas por todo el territorio español. La proyección de las mismas era doble: por un lado el estudio in situ de los monumentos, recopilando por otra parte aquellos ejemplares arqueológicos que les debiesen ser entregados por las Comisiones Provinciales de Monumentos, Sociedades Arqueológicas, corporaciones, universidades e institutos, cumpliéndose el dictamen por el cual se resolvía la cesión a la institución museística central de un ejemplar de los objetos que estuviesen duplicados. Eran recogidos también aquellas piezas que, salvo una demostrada relevancia para la provincia o algún municipio, fueran consentidamente donadas por ser de mayor utilidad en la sede nacional, sumándose los ejemplares que, en manos de la Iglesia, no tuviesen uso litúrgico alguno, o todos aquellos que, de propiedad particular, se quisieran ofrecer, vender o cambiar en pro del enriquecimiento de la compilación arqueológica nacional. Las respuestas dadas a gestiones directivas y a las Comisiones, y con ellas al Museo Arqueológico Nacional, por parte de las provincias sería, sin embargo, muy variable. Mientras que provincias como Zaragoza, Toledo, Córdoba, Valladolid o Guadalajara destacan por su generosidad, otras como Badajoz, donde existía un espacio museístico en Mérida desde 1.838, naciendo el museo provincial con sede en la capital pacense en 1.867, se muestran reacias a donar material. De la provincia de Cáceres, cuyo museo tendría que esperar a 1.898 para conocer sus inicios, se menciona por el contrario la donación por parte de Gerónimo de Sande y Olivares, vecino de Garrovillas de Alconétar, de una piedra fósil procedente de la capital provincial, a la que acompañarían otros elementos romanos, especialmente numismáticos, así como materiales procedentes de un sepulcro megalítico desconocido, barajada la posibilidad de ser éste el conocido como de Holanda cercano a la población garrovillana, hecho que le valdría a tal personaje, eclesiástico del lugar, la obtención de la Cruz de Carlos III y el inicio de unas relaciones con el Museo Arqueológico Nacional, que se retomarían algunos años después tras el descubrimiento de los dólmenes de Guadancil, ampliándose lo que pasara a conocerse posteriormente como Colección Sande del Museo Arqueológico Nacional.
Arriba: destinada inicialmente la parte oriental del Palacio de Biblioteca y Museos Nacionales a convertirse en sede tanto del Museo Arqueológico Nacional como del Museo Nacional de Pintura y Escultura, popularmente llamado Museo de la Trinidad, la portada levantina muestra, en paralelo a las figuras relacionadas con la cultura y letras patrias que pueblan la portada de la Biblioteca Nacional, dos broncíneas esfinges, esculpidas por Felipe Moratilla Parreto y fundidas entre 1.893 y 1.894 en el taller de Ignacio Arias, elegidas por ser tradicional emblema de la guarda del saber, del que este edificio sería su templo, custodiadas éstas a su vez por las imágenes de Berruguete, de José Alcoverro, y Velázquez, de Celestino García Espinosa, en consonancia estos últimos con el compendio de joyas escultóricas y pictóricas que allí iban a ser acogidas, quedando la presencia de los insignes escultor y pintor descontextualizadas tras descatarse la mudanza al edificio de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y fusionarse la colección del Museo de la Trinidad con los fondos del Museo del Prado, no por ello las figuras ineficaces sin embargo en cuanto al ornato y personalización de la fachada museística del arca donde se custodian algunos de los más reseñables tesoros arqueológicos de España.
Sin embargo, la presencia de Extremadura en el Museo Arqueológico Nacional se convertiría, con los años, en una de las más destacadas. Procedentes cuantiosas piezas de entre las que conforman los fondos del museo central a raíz del resultado de algunas de las múltiples excavaciones arqueológicas llevadas a cabo por el Estado desde la creación de la institución tanto dentro como fuera del territorio español, destacando aquellos elementos cedidos por el Gobierno egipcio en contraprestación a las labores arqueológicas llevadas a cabo por España dentro del país del Nilo, un considerable grueso de la compilación deriva de las compras y donaciones, sin que falten daciones o intercambios, destacando dentro de este último apartado el que permitió la vuelta a España de dos de las piezas fundamentales de la colección y del patrimonio arqueológico español, como son la Dama de Elche y el Tesoro de Guarrazar. El descubrimiento fortuito sería el origen del conocimiento de las más relevantes de entre las piezas que procedentes de Extremadura terminasen en la institución central, como el casual hallazgo que, en 1.920, permitiese sacar a la luz la que es quizás la más renombrada aportación de la región extremeña al Museo Arqueológico Nacional: el Tesoro de Aliseda. Sería la aplicación de la Ley de 7 de julio de 1.911 sobre patrimonio arqueológico la que, dictaminada tras décadas de expolio y desaparición de piezas arqueológicas claves una vez que éstas caían en manos privadas, permitiese la salvaguarda por parte del Estado español del ajuar tartésico, impidiendo su venta particular declarándolo propiedad estatal. Era ésta, pues, una legislación donde el bien comunitario prevalecía por encima del derecho de propiedad particular, viendo ya como posesión nacional todo vestigio arqueológico hallado casualmente dentro del territorio español, ya fuera en el subsuelo del mismo o descubriéndose éste al demoler un edificio del que había formado parte. Reservándose a la par el derecho de hacer excavaciones científicas no sólo en terreno público sino inclusive en propiedades privadas, se venía a declarar la propiedad estatal de todo vestigio arqueológico descubierto frente a la posibilidad de usurpación y enajenación de los mismos por manos privadas, como había sido el caso de los broncíneos guerreros fenicios de Medina de las Torres, sacados fortuitamente a la luz durante la construcción de la estación de tren en 1.902 y actualmente sólo en paradero conocido el conservado por el Museo Británico, así como el de muchas de las piezas desenterradas por la Sociedad Excavadora que a finales del siglo XIX intervino en el yacimiento frexnense de Nertóbriga Concordia Iulia, entregándose algunas al Museo Provincial de Badajoz, depositándose otras en el Museo Arqueológico Nacional, pero perdiéndose muchas de éstas entre manos particulares, hasta llegarse inclusive a dar casualmente con un ejemplar epigráfico en 1.894 en el popular Rastro madrileño, adquirido finalmente por manos eruditas que supieron donar la antigüedad a la Real Academia de la Historia.
Al igual que el Tesoro de Aliseda, serían declarados bienes estatales otros tesoros de igual manera y posteriormente descubiertos o desenterrados por casualidad en diversos puntos de la región, tales como los tesoros de Bodonal de la Sierra, Sagrajas o Berzocana. Indemnizados por imperativo legal descubridor y dueño de la propiedad donde se diese el hallazgo, entraría en muchos casos ya no la disputa entre prevalencia del bien comunitario o el derecho a la propiedad privada, sino la discrepancia entre la preeminencia de la capital estatal frente las provincias, manifiesta cuando, argumentando una mejor vigilancia de las piezas incluso cuando ambas capitales regionales ya contasen con Museo Provincial propio, estos tesoros fuesen conducidos a Madrid para ser preservados y custodiados en el Museo Arqueológico Nacional hasta que, en principio, las sedes museísticas extremeñas contasen con medidas adecudas de seguridad, con billete sin embargo aún hoy de ida pero no de vuelta. Controversia que no podría darse por el contrario en los casos de compra a particulares, como el llevado a cabo por el Museo Arqueológico Nacional en 1.930, con el añadido de un artesonado en 1.934, cuando adquiriese un relevante lote de antigüedades depositado en Almendralejo y primitivamente perteneciente al V Marqués de Monsalud, D. Mariano Carlos Solano y Gálvez, gran apasionado éste a la arqueología y miembro de la Real Academia de la Historia que llegaría a albergar en el Palacio familiar almendralejense una considerable colección de piezas arqueológicas, muchas de ellas originarias de excavaciones ejecutadas en la región, entre las que destacaría la considerada inicialmente Diana cazadora, hoy vista como Ascanio, depositada en la actualidad en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida.
Un togado de taller emeritense, primera de las piezas de las primigeniamente reunidas por el Marqués de Monsalud en ser adquirida por el Museo Arqueológico Nacional, o el retrato de Agripina procedente del también emeritense Templo de Diana e igual compilación, siguen por el contrario exponiéndose entre las salas dedicadas a Roma del Museo Arqueológico Nacional junto a otros variados elementos originarios de entre las más de 140 piezas adquiridas por la institución nacional de la bautizada como Colección Monsalud. Pero la presencia extremeña entre las vitrinas de la institución central va mucho más allá de las estancias donde se recoge la herencia romana, pudiéndose disfrutar hoy en día, desde la Prehistoria hasta la época visigoda, de más de 130 piezas procedentes o vinculadas con las tierras que hoy conforman Extremadura. Además del surtido arqueológico de más de veinte objetos de factura romana procedentes de Mérida, a los que podríamos sumar, de semajante periodo histórico, otras variadas joyas descubiertas en diversos puntos de la comunidad, como el exvoto dedicado a Ataecina de Malpartida de Cáceres, destacan de entre los descubrimientos arqueológicos acontecidos en la regíon los diversos tesoros datados en época prerromana bautizados con el nombre de la localidad donde se ejecutase el hallazgo: Berzocana, Bodonal, Sagrajas o Navalvillar de Pela. Joyas artísticas que junto al Tesoro de Aliseda permiten poner a Extremadura en la cabecera dentro del capítulo arqueológico nacional dedicado a tan particular herencia patrimonial orfebrística. Tesoros a los que se podría sumar, aunque fechado siglos más tarde, durante el dominio visigodo y con vinculación bizantina, el del Turuñelo, desenterrado en suelo metellinense como igualmente lo fuesen los enterramientos y sus correspondientes ajuares datados ante de la conquista romana, viendo nuevamente la luz ejemplares capitales como el bautizado como Kylix de Medellín, cerámica helena a despuntar entre las joyas arqueológicas rescatadas de tal necrópolis orientalizante. Anteriores en el tiempo son las conocidas como estelas decoradas o de guerrero, donde Extremadura juega un papel fundamental dentro de este patrimonio cultural inscrito en el Suroeste peninsular. Algunos de los más brillantes ejemplares descubiertos en la región de lo que tradicionalmente se consideró lápidas funerarias de la Edad del Bronce se muestran en Madrid, bautizados con el nombre de su enclave de origen: Solana de Cabañas, Hernán Pérez, Magacela, Fuente de Cantos... También propios del Suroeste ibérico son los llamados ídolos placa. Extremadura volvería a jugar un papel destacado. Inscritos muchos de ellos a su vez en la categoría de ídolos oculados, múltiples de estas representaciones antropomorfas abstractas elaboradas por la cultura megalítica y destinadas a formar parte de los ajuares que acompañarían a los difuntos, serían rescatados del interior de los abundantes dólmenes que salpican la región, dando el ejemplar de Granja de Céspedes, en las inmediaciones de Badajoz, veinticuatro ejemplares que pasarían al Museo Arqueológico Nacional, expuestos ocho de ellos completos a escasa distancia del llamado Ídolo de Extremadura: joya artística del Calcolítico ejecutada en alabastro, considerado uno de los grandes tesoros arqueológicos del museo que, a pesar de ser según los últimos estudios originario de la cuenca del Guadalquivir, exhibe aún el nombre de la región con la que se le vinculó, como auténtico abanderado extremeño dentro del panorama patrimonial español.
Arriba: de apenas 19 cms. de altura, la escultura cilíndrica ejecutada en alabastro, artísticamente grabado mediante incisión persiguiendo una abstración de la figura humana resumida en ojos, cejas, cabello y posible tatuaje facial, conocida tradicionalmente como Ídolo de Extremadura, se presenta no sólo como uno de los ejemplares capitales de entre los ídolos oculados elaborados por la cultura megalítica que se expandió a través de una amplia zona del suelo peninsular entre el Neolítico y el Calcolítico, sino a su vez como todo un abanderado por su nombre y edad del patrimonio arqueológico vinculado con el territorio que hoy conforma la región extremeña presente en el Museo Arqueológico Nacional, si bien los últimos estudios hacen pensar en un origen cercano a la vega del Guadalquivir, en tierras de Andalucía.
Conscientes de su indiscutible vinculación con tierras extremeñas, donde muchos de ellos fueron creados, empleados, depositados y donde finalmente todos aguardaron pacientemente su descubrimiento en pro del resurgir de la cultura que los forjó, ilustrándonos sobre la etapa histórica que conocieron así como las circunstancias particulares que vivieron, desde Extremadura: caminos de cultura hemos pensado en ofrecer, aun saliendo para ello de la región, rompiendo nuestra propia costumbre y dirigiendo nuestros pasos hacia Madrid, un paseo entre las múltiples salas del excelso Museo Arqueológico Nacional en pro de presentar un álbum fotográfico que muestre al visitante y lector una visión aproximada del patrimonio arqueológico procedente de tierras hoy extremeñas expuesto en la galería capital de entre las arqueológicas de nuestro país, a fin de conocer una magnífica herencia mueble cultural de todos los españoles en general, y de los extremeños en particular, que nos habla inmejorablemente del pasado que vivió nuestra tierra, que fue también la suya, ayudándonos como joyas patrimoniales capitales que son, entre datos de sus etapas cronológicas, sus devenires así como circunstancias que rodearon o acompañaron su descubrimiento, a un mejor conocimiento de nuestra historia colectiva, nuestro acervo cultural y, en definitiva, las bases de nuestra identidad.
EXTREMADURA EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO NACIONAL:ÁLBUM FOTOGRÁFICO
1) Prehistoria: ídolos placa y estelas de guerrero.
En 1.959 D. José Fernández López, dueño de la conocida Granja "Céspedes" o Granja de Céspedes, sita en las inmediaciones de Badajoz, en el enclave popularmente mencionado como Rincón de Caya, donaba al Museo Arqueológico Nacional el conjunto total de piezas halladas varios años antes en el interior de su finca, en febrero de 1.956, cuando durante las obras de explanación que se estaban llevando a cabo en las cercanías de los edificios de la hacienda éstas fueran sacadas a la luz. El director de las labores arquitectónicas que se estaban dando en la hacienda, D. Eduardo Palmeiro, consciente de la importancia de los elementos rescatados, paró inmediatamente los trabajos logrando no sólo impedir el destrozo o extravío de las joyas prehistóricas desenterradas, sino inclusive la paciente búsqueda de todo elemento que pudiera completar el lote, llevándolo inmediatamente a Mérida donde pudiera estar debidamente custodiado. Clasificados los elementos hallados como piezas de ajuar acopiadas en el interior de una construcción megalítica que, sin embargo, no se preservaba, posiblemente arrasada ya en época romana a juzgar por los elementos que de tal fecha posterior salpicaban el lugar del hallazgo, la compilación, que habría quedado presuntamente enterrada con el tiempo en su mismo lugar de depósito y vuelta a la superficie con el nuevo remover de los terrenos, constaba de un hacha de piedra, una alabarda de sílex y dieciocho cuchillos de similar material a ésta, a los que se sumaban veinticuatro ídolos-placas, algunos completos y otros parciales, conformando éstos toda una compilación de los mismos que, en su alto número y reseñable manufactura artística, convertían al yacimiento del que procedían en uno de los más destacados de entre sus iguales.
Mientras que los conocidos como ídolos oculados se han rescatado de yacimientos diseminados por varias regiones peninsulares, los llamados ídolos-placas, que a su vez pueden incluirse dentro del grupo anterior según si coinciden con éstos en la representación ocular de las figuras antropomorfas que representan, se concentran básicamente en el Suroeste Ibérico, entre Extremadura y el Alentejo portugués, vinculados con la cultura megalítica que entre el Neolítico y el Calcolítico afloró y ocupó esta zona de nuestra Península, presentándose como piezas características de tal etapa histórica vivida en las tierras que conforman nuestra región, aportación por tanto prácticamente inédita en el panorama arqueológico nacional. Los ocho ejemplares que de Granja de Céspedes fueron escogidos por el Museo Arqueológico Nacional como muestra expositiva del conjunto son, además de las mejores piezas de la colección de Granja de Céspedes, espectaculares ejemplos de este tipo de elaboración escultórica humanizada abstracta de entre los hallados en nuestra comunidad, compartiendo vitrina con otros dos excelentes ídolos-placa aportados por Extremadura, procedentes esta vez tales piezas de entre aquéllas halladas entre los tres dólmenes de la Vega del Guadancil, o dólmenes de la Era del Garrote, sitos en el término de Garrovillas de Alconétar y hoy bajo las aguas del pantano de Alcántara. Los ejemplares pacenses comparten con uno de éstos dos últimos una de las características más repetidas entre los ídolos placa: su elaboración en pizarra o esquisto. El ejemplar garrovillano restante, aunque igualmente pétreo, está ejecutado en arenisca. Todos ellos, sin embargo, coinciden en su paralelepidismo, decorados con grabados realizados por incisión, convertidos los ejemplares cacereños en ídolos oculadas mediante la perforación en la placa de los supuestos ojos, sencillamente dibujados en el más relevante de los ídolos placa del conjunto badajocense.
Sería en 1.879 cuando D. Jerónimo de Sande, que ya habría colaborado con el Museo Arqueológico Nacional en la inicial formación de su colección con un fósil, varios ejemplares de época romana y material prehistórico procedente quizás del garrovillano Dolmen de la Holanda, donase a éste tras la celebración de la Exposición Universal de París de 1.878 el compendio de elementos prehistóricos mandados a la capital francesa y por el que se interesaría la institución nacional. El eclesiástico, autodidacta en materia arqueológica, había logrado recopilar el material durante el estudio y exploración llevados a cabo en los tres dólmenes que, junto a la vega del Guadancil y cercanías de la ribera del río Tajo, descubriese en 1.874 tras darle aviso un vecino suyo y dueño de los terrenos de la existencia de extraños materiales en lo que se pensaron inicialmente que eran cuevas. Si bien no todo lo rescatado y catalogado se remitiría a París, quedando en manos de Sande un nutrido grupo de piezas que, años más tarde, poseería D. Vicente Paredes Guillén, formándose la conocida como Colección Paredes que, salvo algunos ídolos-placas remitidos a Museo Arqueológico de Lisboa, serían entregados al Museo de Cáceres, el Museo Arqueológico Nacional recibiría de entre lo rescatado de los mencioandos conjuntos megalíticos garrovillanos, también llamados Necrópolis de Guadancil, además de varios ídolos placas, expuestos los dos más sobresalientes hoy al público, una colección de puntas de flecha, cuentas de collar, un puñal de sílex o un vaso calizo, formando junto a lo donado por el autodidacta en 1.868 la denominada Colección Sande del Museo Arqueológico Nacional.
No sería un aficionado sino todo un erudito, D. Mario Roso de Luna, quien en 1.898 donase a la institución nacional la que sería la primera en ser descubierta de las bautizadas como estelas decoradas o de guerreros del Suroeste, hallada la pieza en la población de Solana de Cabañas, dependiente ésta de Cabañas del Castillo. Si bien el conocido como Mago rojo de Logrosán no asistió personalmente al descubrimiento del ejemplar, adquirió el mismo advertido de su relevancia arqueológica y, tras llevarlo a su residencia logrosana, remitió éste a Madrid, indicando que el mismo, aparecido durante ciertas labores agrícolas dadas en la finca La Piedra, tapaba supuestamente un sepulcro cuyos vestigios no se llegarían a conservar. Fechada en la Edad del Bronce, las estelas decoradas, como los ídolos placa, son posiblemente los elementos más singulares e identificativos de lo que sería la prehistoria de las tierras de Extremadura, repitiéndose el hallazgo de estelas, como de placas, a lo largo y ancho de la región, a los que se sumarían otros ejemplares descubiertos en enclaves circundantes e igualmente inscritos en el Suroeste peninsular, de provincias como Córdoba o Toledo, sin que falten ejemplos rescatados en el Alentejo portugués. Conservándose la que es posiblemente la más nutrida colección de estelas decoradas en el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz, al Museo Arqueológico Nacional llegarían, tras la de Solana, otros varios ejemplares surgidos en tierras extremeñas de lo que se ha considerado desde lápidas, cenotafios o monumentos funerarios a señales paisajísticas, expuestas al público en la actualidad las de la jerezana Granja de Toriñuelo, donada a la institución en 1.935 por Ramón Peche y Valle tras ser advertido su valor en 1.934 por el arqueólogo alemán Georg Leisner cuando éste la viese en 1.934 en el patio de la finca, allí depositada recién entonces descubierta arando el lugar, la de Fuente de Cantos, desenterrada en 1.965 por un tractor en la finca El Risco y comprada en 1.966 a D. José María Cordón Fernández, la de Magacela, ofrecida al museo en 1.983 por parte de D. Fernando Durán tras haber recorrido la pieza diversas vicisitudes en su localidad de origen, como su inserción en un muro o su conservación en el edificio concejil, o la estela de Hernán Pérez VI que, junto a sus otras siete hermanas, fuese llevada a Madrid a comienzos de los pasados años 70 tras advertir de las mismas a la institución el maestro D. Julio Morano y su amigo D. Luis Blanco, compartiendo con seis de ellas unas características artísticas y ornamentales similares a las ofrecidas por el ejemplar de Jerez de los Caballeros que las hacen ser interpretadas, dentro del grupo de estelas decoradas, como un subgrupo de estelas diademadas o ídolos-menhir, enlazados artísticamente con ejemplares conocidos de diversas regiones atlánticas europeas, cerciorándose el vínculo de las regiones occidentales peninsulares, entre ellas Extremadura, con otros pueblos de la Europa del Atlántico, prolongándose las relaciones que ya la cultura megalítica dejaron al descubierto, desentrañadas al público que visita el Museo Arqueológico Nacional deseando conocer la prehistoria peninsular gracias a las aportaciones que a modo de ídolos-placa y estelas decoradas ha sumado Extremadura a la institución arqueológica patria.
Arriba y abajo: a escasa distancia de la vitrina que acoge el conocido como Ídolo de Extremadura, el Museo Arqueológico Nacional presenta varios ejemplares de ídolos-placa, subgrupo dentro de los bautizados como ídolos oculados, si bien no todas las placas muestran ojos dibujados o perforados pudiendo así estos elementos escultóricos antropomorfos abstractos protagonizar un apartado propio dentro del arte vinculado con las culturas megalíticas desarrolladas a lo largo y ancho de diversas regiones peninsulares, surgidos estos elementos tomados como ídolos, representaciones de una deificada Madre Tierra o interpretaciones de difuntos, grupos o miembros familiares, en el Suroeste peninsular, ofreciéndose así como un elemento característico y particular de las tierras que hoy conforman Extremadura al panorama arqueológico y prehistórico nacional, destacando las piezas halladas en la pacense Granja de Céspedes, inserta la finca en el popularmente conocido como Rincón de Caya, limitando con la frontera portuguesa, donadas a la institución central en 1.956 por el dueño de la hacienda tras surgir éstos, junto a otros elementos que completaban el rico ajuar de un dolmen desaparecido, expuestos hoy al público los ocho mejores ejemplares (arriba y abajo), elaborados en pizarra y grabados mediante incisión, rondando entre los 15 y los 20 cms. de longitud, al igual que el ídolo-placa que, descubierto en la garrovillana Necrópolis del Guadancil, permanece junto a ellos (abajo, siguiente), compañero del ejemplar labrado en arenisca (abajo, tercera imagen), encontrado partido en dos y característico por mostrar, además de ojos perforados y presuntos tatuajes faciales, sendos brazos y triángulo púbico, donado como el anterior al Museo Arqueológico Nacional por Jerónimo de Sande y Olivares tras haber sido éstos y otras piezas rescatadas de los dólmenes de Guadancil en la Exposición Universal de París de 1.878, poco años después de haber sido rescatados.
Arriba y abajo: como bien indica mi amigo personal y colega bloguero Jesús López Gómez a través de su blog Extremos del Duero (http://extremosdelduero.blogspot.com/2015/09/la-estela-decorada-de-solana-de-cabanas.html), la pieza que en 1.898 donase el erudito logrosano Mario Roso de Luna a la institución central tras adquirir ésta una vez descubierta la pizarrosa laja de 1,30 metros de longitud en la finca La Piedra de Solana de Cabañas (arriba), se presenta por el Museo Arqueológico Nacional como una de las grandes joyas de su extensa y excelsa colección de arqueología, convirtiendo así el ejemplar extremeño en uno de los tesoros de la antigüedad de nuestra región, y una de las capitales aportaciones de ésta al museo patrio, primera de las bautizadas como estelas decoradas o de guerrero del Suroeste y, a la par, una de las más artísticas de entre tales manifestaciones pictóricas elaboradas a base de grabado y tallado sobre la piedra, propias de los grupos que en la Edad del Bronce y final de la prehistoria ocuparon esta sección peninsular, cuyos elementos reflejados, representaciones esquematizadas de lo que parecen ser guerreros acompañados de sus útiles bélicos, pudieran entroncar con las pinturas esquemáticas que entre el Neolítico y el Calcolítico también aflorasen en los abrigos que salpican la zona, expuestos al público tanto el ejemplar de Solana como los hallados en Magacela y Fuente de Cantos (abajo), de 1,42 metros la primera, en granito y alcanzando los 2,35 metros su compañera.
Abajo: englobadas dentro del grupo de estelas decoradas del Suroeste, el Museo Arqueológico Nacional muestra al público dos ejemplares de lo que se ha considerado un subgrupo dentro de éste, si bien algunos autores las presentan dentro de un grupo propio bajo la denominación de estelas-guijarros, donde el motivo artístico cincelado, al contrario que en sus hermanas las estelas básicas de guerrero, muestran personajes femeninos relevantes del clan que, como en el caso del guerrero y vertiente masculina mostrado con su equipo armamentístico, son representadas con sus elementos característicos, en este caso la joyería y piezas con que se ofreciesen tocadas ante el grupo al que pertenecerían tales féminas, sobresaliendo de entre los elementos ornamentales y orfebres mostrados la diadema que portan sobre sus esquematizadas cabezas, alhaja particular en consonancia con la orfebrería atlántica que llevaría culturalmente a relacionar, apoyándose tal teoría además en la presencia de similares ídolos-menhir por diversos puntos de la Europa del Atlántico, estos pueblos del Occidente peninsular con el resto de las culturas atlánticas del continente, donde la tierra de Extremadura cobraría relevancia tal y como demuestran las estelas de Granja del Toriñuelo, hallada en tal finca del término municipal de Jerez de los Caballeros, y Hernán Pérez VI, descubierta ésta junto a otras seis piezas similares a la misma.
2) De la Edad del Bronce a Tartessos: tesoros, ajuares y necrópolis orientalizantes.
El final de la Prehistoria vendría, tras el Neolítico, acompañado de la aparición unos 6.000 años antes de nuestra Era del uso de los metales que, gracias a sus propiedades, poco a poco comienzan a alternar o inclusive reemplazar la piedra a la hora de elaborar muchos de los objetos cotidianos. Esta práctica, responsable del surgir de las Edades de los Metales, se reforzaría tras las Edades del Bronce y del Hierro durante la Protohistoria o Edad Antigua, saliendo de los talleres metalúrgicos desde fabulosas armas, como la broncínea espada de Alconétar, datada en la Edad del Bronce y hallada bajo el lecho del río Tajo dentro del término municipal de Garrovillas de Alconétar, cuando en 1.931 la erección del pilar número 11 del puente ferroviario que entonces se estaba construyendo permitiese con la remoción de tierras su descubrimiento, entregándose al Museo Arqueológico Nacional por la Compañía Nacional de los Ferrocarriles del Oeste de España, a infinidad de joyas y útiles donde el oro adquiriría el papel fundamental aún hoy en día conservado como elemento representante del poder y valor económico de su propietario, usadas las piezas áureas que metalúrgicos y orfebres forjarían como moneda de cambio o adornos que, a la par de embellecer, demostrasen el rango, autoridad o pujanza de su portador. Adquirido en 1.870 por el Museo nacional un disco áureo por 60 escudos, se iniciaba la salvaguarda por parte de la institución central de muchos de los que popularmente se conocerían como tesoros, descubiertos habitualmente de manera fortuita mediante labores agrícolas a lo largo de todo el país y especialmente en diversas zonas rurales de nuestra región, comprándose pocos años después, en 1.877, al vecino de Hornachos D. Manuel Pérez Giménez un brazalete de oro macizo del que penden una suerte de espirales de igual naturaleza que presuntamente ese mismo año, tras un temporal, las aguas desenterrasen haciéndolo aparecer en un cauce cercano a tal localidad. Entendidos por algunos como joya, otros autores lo consideran un antecedente premonetal, pieza precursora de las monedas de cambio datado en la Edad del Bronce enlazado con otro tesoro también sacado a la luz en un rincón de la comunidad, concretamente en Navalvillar de Pela, ingresando en el Museo Arqueológico Nacional en el primer tercio del siglo XX.
Pero los tesoros que el Museo Arqueológico Nacional custodia procedentes de Extremadura más relevantes de la Edad del Bronce serían los renombrados de Bodonal de la Sierra, Sagrajas y Berzocana, oferentes estos dos últimos de un estilo similar y particular que abriría dentro de la metalurgia de finales de la Prehistoria un subgrupo conocido como orfebrería Sagrajas-Berzocana, característico del Suroeste peninsular. Mientras que entre las diecinueve piezas que componen el Tesoro de Bodonal de la Sierra, descubierto en la finca Los Llanos en 1.943 al parecer dentro de un recipiente de barro no preservado, los torques ofrecen unas características propias de regiones atlánticas de la Europa septentrional, deformados y llegados a Extremadura al parecer como materia prima con la que poder elaborar joyería autóctona, sus hermanos de Sagrajas y de Berzocana serían fruto del trabajo de talleres propios donde a la pieza de oro, una vez forjada, se le añadiría en muchos casos como ornamentación una serie de grabados geométricos incisos, como los observados en el doble torque de Sagrajas, hallado junto a las otras seis piezas que componen el resto del tesoro del que forma parte en 1.969 por un joven colono originario de Feria en las tierras de labor acondicionadas por el Plan Badajoz cercanas a la población de la que tomase el nombre. Con motivo de una exposición efectuada en 1.970 en el Museo Arqueológico Nacional, sendos tesoros, de Bodonal y Sagrajas, custodiados hasta entonces por el Museo de Badajoz, viajarían a Madrid, donde se quedarían en la sede de la institución central alegando motivos de seguridad hasta que definitivamente en febrero de 1.975 se dispusiera por orden ministerial su traspaso final al museo patrio.
Varios años antes del desentierro del tesoro de Sagrajas, en 1.965 se vendería a la institución nacional por Luis Morales de Cala el conocido como torques de Azuaga. Ejemplar inscrito en la misma rama de la orfebrería autóctona de tal periodo metalúrgico prehistórico que diese el tesoro rescatado junto a la vega del Guadiana, las piezas claves de esta sección artesanal a la que Extremadura daría sus mejores ejemplares dentro de la metalurgia prehistórica peninsular serían las componentes del Tesoro de Berzocana, descubiertas en 1.961 por el cabrero Domingo Sánchez Pulido en el paraje conocido como El Terrero dentro de la finca Los Machos. Entregado por el dueño de la finca al Juzgado de Paz de Navezuelas, se haría cargo del mismo el Museo de Cáceres hasta que en 1.964 pasase definitivamente, alegando como en los casos de Bodonal y Sagrajas una mejor custodia, al Museo Arqueológico Nacional, una vez satisfecha la idemnización legal correspondiente a descubridor y propietario de la hacienda no exenta de polémica, pues la sospecha de la venta clandestina de un tercer torque que acompañase a los dos declarados a un joyero de Navalmoral de la Mata, fundido y perdido después, daría lugar a un procedimiento judicial que finalmente sería sobreseído. El juego de torques, delicadamente ornamentados y usados posiblemente más que como alhaja como ajuar ceremonial o material relevante en actos litúrgicos, sería rescatado junto a los vestigios de un cuenco broncíneo donde fueron primitivamente depositados y que durante milenios les serviría de protección, ejecutado éste al parecer en talleres chipriotas demostrándose así el vínculo de los pueblos del final de la Prehistoria con el resto de culturas mediterráneas y orientales, antecedente del inmediato periodo orientalizante que caracterízaría la Protohistoria vivida en tierras de nuestra región, evidenciado a través de los ajuares rescatados de diversas necrópolis halladas en variados puntos de Extremadura, ofreciendo la de Mengabril, en las cercanías de Don Benito, un magnífico ejemplar de recipiente elaborado en alfarería siguiendo técnicas propias de Oriente, ésta concretamente bajo la llamada tipología Cruz del Negro, usado como urna funeraria. Pero será la necrópolis de Medellín la que, con sus cerca de doscientos conjuntos funerarios, capitanee el panorama sepulcral de influencia oriental desde que, a mediados de los años sesenta del pasado siglo, la perforación de un pozo al pie del Cerro del Castillo sacara a la luz los vestigios de un kylix ático que llevaría al estudio y excavación del lugar durante diversas campañas ejercidas entre 1.969 y 1.986, de cuyo yacimiento podemos ver expuestos en el Museo Arqueológico Nacional, además de la copa helena salida del taller de Eucheiros que demuestra indubitativamente la relación entre pueblos autóctonos y comerciantes mediterráneos, dos pendientes áureos, así como los elementos constitutivos de varias sepulturas y bustas, las primeras depositarias de las urnas donde se guardaban los restos incinerados del difunto acompañados de su correspondiente ajuar, sepultados los vestigios del difunto en el propio lugar de cremación en el segundo de los casos, rescatándose entre cerámicas y fíbulas diversos escarabeos que certifican la llegada de la cultura egipcia a estas tierras de la Península, destacando el datado en el reinado de Tutmosis III encontrado en la pira funerario o bústum 19.
Pero la influencia orientalizante más notable sería la que viniese a través del reino de Tartessos, cuyos límites tanto geográficos como culturales se adentrarían desde Huelva en los territorios de la actual provincia de Badajoz hasta alcanzar el corazón de Extremadura. La Jarra de Valdegamas, presuntamente originaria de un taller íbero influenciado por las técnicas orientales y el arte etrusco, sería posiblemente utilizada para las libaciones durante las ceremonias religiosas y/o funerarias ejecutadas en el edificio identificado como presunto santuario cercano a Don Benito de entre cuyos vestigios fuese rescatada, cuando en 1.953 la reja de un arado que faenaba en la finca Valdegamas de Abajo la descubriese, adquirida por el Museo Arqueológico Nacional en 1.984 tras haber permanecido previamente en manos privadas. Pero la gran aportación de Extremadura a la colección que del mundo tartésico se conserva y exhibe en el Museo central es sin duda el Tesoro de Aliseda, descubierto en lo que por entonces eran las afueras de tal localidad el 29 de febrero de 1.920 cuando el sobrino de los hermanos Juan Jesús y Victoriano Rodríguez Santano, tejeros de profesión y dueños en litigio con el Ayuntamiento por la propiedad de los terrenos y horno allí inscrito donde se dio el suceso, conocido como El Ejido, se encontraba excavando tierra para hacer tejas, avisando el menor, Jenaro Vinagre, a sus tíos, recogiendo al parecer éstos negligentemente las piezas que entonces vieron y consideraron valiosas, destrozando otras. Tras llevar lo recolectado a los plateros de Cáceres para su venta, denunciada ésta inmediatamente por el secretario del Ayuntamiento aliseño, se iniciarían rápida y seguidamente las correspondientes gestiones por parte de diversas autoridades a fin de obtener la recuperación del tesoro y el impedimento de su venta o salida del mismo del país, recabando la Comisión de Monumentos la presencia del arqueólogo y entonces director de la institución central D. José Ramón Mélida en la ciudad quien, tras el estudio y presentación de las piezas como de origen feno-púnico por Ortí Belmonte, se erigiría como revelador de su valor histórico-artístico.
Sobreseído el caso judicial abierto a fin de esclarecer los hechos y reunidas todas las piezas de las que se tuviese hasta entonces conocimiento, ampliada la compilación según se excarbaba en el yacimiento, sometido éste finalmente a un estudio arqueológico en 1.921 por Juan Cabré que poco pudo ampliar debido a la continua remoción de tierras y desmantelamiento del supuesto túmulo sepulcral donde pudiera haber estado el tesoro depositado o escondido, pasaría la colección al Museo Arqueológico Nacional tras recogerla personalmente Mélida en Cáceres el 25 de septiembre de 1.920, no dejando de recibirse por la institución central hasta entrados los años setenta las diversas piezas aisladas que poco a poco iban recuperándose. La singularidad de este yacimiento, compuesto por 285 elementos de orfebrería áureos acompañados de un brasero de plata, una pátera de oro, un espejo broncíneo, dos grandes vasos de plata y una jarra de vidrio de manufactura egipcia, usados presuntamente los primeros como ajuar de un supuesto dueto aristocrático formado por hombre y mujer en cuya libación funeraria fuesen usados los segundos ejemplares, reside en la muestra de una simbiosis cultural entre las técnicas y gustos autóctonos con aquéllos de importación fenicia introducidos en el interior de la Península a través de Tartessos, manifestando la influencia de estos últimos en los primeros observada a través de la presencia de deidades orientales tales como Melkart, así como el uso de métodos orfebres como el granulado o la filigrana en elementos salidos de un taller indígena fechados entre finales del siglo VII y comienzos del siglo VI a.C.
Arriba y abajo: pocos años después de fundarse el Museo Arqueológico Nacional, en 1.870 ingresaría en la colección arqueológica patria procedente de Extremadura un disco áureo de apenas 5,80 cms. de diámetro externo (arriba) con el que se iniciaría una serie de aportaciones por parte de la región a la metalúrgica y orfebrería peninsulares datada entre la Edad del Bronce y el protohistórico reino de Tartessos, en cuyos ejemplares se evidencia poco a poco la influencia cultural por parte de otras civilizaciones mediterráneas, visto en la soldadura y la filigrana de esta concreta pieza, verificándose así el surgir de las relaciones comerciales con Oriente de la misma forma que en milenios pasados se había estado dando con las regiones atlánticas europeas, aún mantenidas en las etapas metalúrgicas de la prehistoria del Suroeste peninsular, reflejada no sólo en las piezas pétreas como las estelas diademadas, sino también en trabajos orfebres como las conocidas como cadenas de espirales, surgiendo de entre los campos extremeños varios ejemplares de lo que se ha considerado más que alhaja auténticas piezas áureas premonetales, como el descubierto en Hornachos en 1.877 (abajo), o las espirales de Navalvillar de Pela (abajo, siguiente), inscritas en el Museo Arqueológico Nacional en el primer tercio del siglo XX.
Arriba y abajo: descubierto en 1.943 en la finca Los Llanos de Bodonal de la Sierra, con el hallazgo fortuito del conjunto áureo que llevaría el nombre de tal localidad (arriba) se inauguraba el listado de una serie de tesoros aportados por Extremadura que recopilaría el Museo Arqueológico Nacional gracias a los cuales se podrían conocer y entenderse las cualidades y particularidades de la industria metalúrgica ofrecida por la población que durante la Edad del Bronce ocupase este espacio de la geografía peninsular, consideradas las piezas de Bodonal restos áureos de joyería propia de las Islas Británicas o la Bretaña francesa importadas a la Península a fin de ser convertida en la materia prima con la que poder elaborar tal joyería autóctona, siendo ejemplares de esta última la orfebrería rescatada en Sagrajas (abajo y siguiente), en 1.969, o la descubierta en Berzocana (abajo, imágenes tercera y cuarta), en 1.961, mostrando éstas una tipología artesana particular que recibiría en su honor el nombre de técnica de Sagrajas-Berzocana, en la que se podrían inscribir otros ejemplares como el torques de Azuaga, desde 1.965 en la colección del Museo Arqueológico Nacional, o el torques y los cuatro brazaletes que conforman el Tesoro de Valdeobispo, custodiado en el Museo de Cáceres, procedimiento el de Sagrajas-Berzocana bajo la cual el oro, como el que conforma las piezas de Bodonal, sería transformado en macizos y pesados torques y brazaletes, muchos de ellos, como los dos torques conservados de Berzocana o el torques doble de Sagrajas, grabados con una fina y exquisita decoración geométrica cincelada, resultando piezas cuyo uso como alhajas ha sido cuestionado, usadas posiblemente como ajuares representativos o material litúrgico empleado en las ceremonias, provistos de un valor excepcional para sus propietarios que les llevaría a ser delicadamente custodiados, en cuenco broncíneo de manufactura chipriota los de Berzocana (abajo, imagen quinta), convertido el que fuese su joyero en el envase de protección que los salvaguardaría durante milenios escondidos en el corazón de las Villuercas.
Arriba y abajo: si a través de alguno de los tesoros forjados durante la Edad del Bronce, como el disco áureo adquirido por el Museo Arqueológico Nacional en 1.870, ya comienzan a observarse en las piezas técnicas artesanas propias de otros pueblos de la cuenca mediterránea, la vinculación entre el Mediterráneo y el Suroeste peninsular se afianzaría alcanzada la Protohistoria, descubriéndose en diversos rincones de la región, entre ajuares y sepulcros, tanto elementos en cuya constitución queda impresa la influencia de la tecnología aplicada en otras regiones orientaless, del que es ejemplo la urna que, bajo la tipología denominada Cruz del Negro, fuese rescatada en la necrópolis de Mengabril (arriba), como ejemplares directamente manufacturados en otros enclaves de tal sección geográfica inscrita entre Europa, Asia Menor y Norte de África, arribados a la Península gracias al comercio y a la comunicación entre metrópolis y colonias, como es el caso del Kylix de Medellín (abajo y siguiente), procedente la pieza cerámica del ático taller de Eucheiros, tal y como se indica mediante firma en la propia pieza, ornamentada bajo la técnica de figuras negras sobre fondo rojo destacando entre la iconografía reflejada la imagen del olímpico dios Zeus, descubierta en el Cerro del Castillo cuando a mediados de los pasados años 60 la excavación de un pazo lo sacase a la luz, formando parte de un extenso conjunto funerario donde los cerca de doscientos enterramientos, entre sepulturas y bustas, se ofrecen como la constitución de la necrópolis orientalizante más destacada del Suroeste peninsular, rescatándose entre los ajuares allí depositados piezas autóctonas y otras de importación donde se aprecia esa relación comercial derivada en simbiosis cultural adquirida por los pueblos que a mediados del primer milenio a.C. residieran en el territorio que hoy es Extremadura, expuestas al público entre las vitrinas del Museo Arqueológico Provincial dos pendientes áureos de tradición fenicia depositados por el Museo Arqueológico Provincial de Badajoz (abajo, imagen tercera), el ajuar correspondiente a la sepultura nº 11 compuesto por urna, cuenco, fíbula, cuchillo afalcatado y escarabeo (abajo, imágenes cuarta a sexta), el ajuar compuesto por urna, cuenco y broche de cinturón de la sepultura nº 21 (abajo, imágenes séptima y octava), el ajuar del bustum o pira funeraria nº 19 dotado de copa, pareja de cuchillos afalcatados, fíbula anular, cuentas de collar y escarabeo egipcio datado en el reinado de Tutmosis III (abajo, imágenes novena y décima), así como el ajuar de la busta nº 20, donde se conservaba además de un plato con ofrendas o un broche de cinturón restos de la carbonizada madera utilizada en la cremación del difunto allí mismo incinerado y depositado (abajo, imágenes undécima a décimotercera).
Arriba y abajo: el culmen de la influencia de los pueblos del Mediterráneo oriental llegaría durante la Protohistoria a las tierras de Extremadura de la mano de Tartessos, reino inscrito en la región comprendida entre las actuales provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz que, entre los siglos VI y V a.C. se adentraría en territorios de lo que hoy es la provincia pacense, hasta alcanzar la vega del Guadiana y el corazón de Extremadura dejándonos, además de yacimientos como el de Cancho Roano en Zalamea de la Serena, Las Matas en Campanario o El Turuñuelo en Guareña, piezas y tesoros donde se aprecia la relación comercial y cultural entre tartésicos y otros pueblos mediterráneos, patente en la broncínea Jarra de Valdegamas (arriba y anterior) desenterrada en las cercanías de Don Benito, de 29 cms. de altura y manufactura al parecer ibérica donde se presenta como remate del asa, junto a su trilobulada boca y rodeada de una pareja de leones de inspiración etrusca, como Potnia Theron o Señora de los animales la cabeza de la diosa fenicia Astarté, si bien sería en Aliseda donde se hallase, en 1.920, la más excelsa de las aportaciones de Extremadura al pasado tartésico en particular, posiblemente la más destacada entre las realizadas en general a la completa colección del Museo Arqueológico Nacional (abajo), basado ésta en lo que parece ser un ajuar funerario perteneciente al menos a una pareja de difuntos, hombre y mujer, rescatadas hasta 285 piezas áureas de un tesoro cumplimentado con diversos elementos usados presuntamente durante la liturgia y libación funerarias de los cadáveres, tales como un vaso y un brasero de plata (abajo, siguientes), una pátera de oro y un espejo broncíneo (abajo, imagen quinta), y una jarra de cristal de supuesta manufactura egipcia (abajo, imagen sexta), sobresaliendo del conjunto las joyas y alhajas que el propio José Ramón Mélida mostrase a Howard Carter cuando el descubridor de la tumba de Tutankhamón visitase Madrid en 1.924, donde además de colgantes y collares (abajo, imágenes séptima a novena), brazaletes y arracadas ornamentadas con palmetas, flores de loto y sacros buitres (abajo, imágenes décima y undécima), se advirtiese la presencia de lo que se considera una diadema femenina y un cinturón masculino, fabulosas producciones de orfebrería a base de filigrana y granulado (abajo, imágenes duodécima a décimosexta), cuya técnica, así como la presencia del dios fenicio Melkart luchando contra el león en las placas áureas que componen el cinto, repetidas las manifestaciones artísticas y religiosas fenicias en el sutido de colgante de sello giratorio, anillos y sortijas originarios de un taller fenicio que cumplimentan el tesoro aliseño (abajo, imágenes decimoséptima a vigésimo-segunda), verifican la impronta que la cultura oriental venida con el comercio o las colonias de la costa andaluza marcase en Tartessos y los pueblos del Suroeste peninsular, hasta llegas a fusionar con la tecnología propia como demostraría más tarde el Tesoro de Serradilla cuando éste fuese dado a conocer en 1.965, hoy custodiado en el Museo de Cáceres.
c) Roma: Emérita Augusta.
La llegada de Roma a los territorios que hoy conforman Extremadura vendría de la mano, tras la definitiva conquista geográfica y social, de una profunda romanización en lo cultural que en este concreto rincón peninsular supondría la fundación, entre otras ciudades, de la que sería capital de una de las provincias administrativas en que quedase dividida la Península Ibérica, considerada por diversos autores una de las urbes más relevantes no sólo en suelo hispano, sino inclusive dentro del panorama imperial general: Emérita Augusta. Tal significación adquirida por la primigenia Mérida vendría acompañada, a su vez, de la posterior conservación de un abundante y excelente patrimonio arqueológico de cuyo valor ya el pueblo emeritense era consciente en la Edad Moderna, dictaminándose normas locales para el respeto y preservación de sus monumentos, iniciándose con el Renacimiento alguna colección, como la privada del noble D. Fernando de Vera Vargas y Figueroa en el siglo XVI, a la que seguiría la compilación reunida por el concejo en las dependencias de la alcazaba a partir de 1.724, o el llamado Jardín de Antigüedades que en el Convento de Jesús Nazareno, hoy Parador de Turismo, reunía en la zona de huertas las piezas salvadas por los miembros de la comunidad religiosa allí residente. Sería la necesidad de custodiar ésta tras la desamortización del edificio en 1.836 la que generase, a través de la Real Orden de 26 de marzo de 1.838, la fundación de un acertado e inevitable Museo Arqueológico de Mérida donde pudiera tal compilación ser conservada, sumándose poco a poco el resto de piezas tanto de manufactura romana como visigoda que fuesen descubriéndose entre los cimientos y rededores de la ciudad. Salvaguardadas dentro de su propia localidad de origen las piezas, sería innecesario por tanto el amparo de las mismas por la institución central. Sin embargo, la presencia emeritense en un museo nacional destinado a mostrar las glorias del pasado patrio se vería solventada lentamente con la adquisición e inclusión de diversas piezas procedentes, a tavés de donaciones y compras, de colecciones y manos privadas, como la donada estela funeraria de Quinto Licinio Paterno que en 1.607 apareciese en uno de los soportales de la plaza, el ara dedicada al Liber Pater Sacrum descubierta alrededor del año 1.881 o la ofrecida a Ataecina hallada en la plaza de Luis Chamizo, el altar donado que fuese erigido a Cibeles por Valeria Avita, descubierto por D. Antonio Izquierdo en una huerta próxima a la estación de ferrocarril, la edícula de Ulpia Iuniana y Antonio Saturnino regalada a la institución en 1.962, la donada estela funeraria de Lebisinia Auges, o las de Silvano, Aurelio Rufo y Lucio Licinio que junto a un altar votivo a Juno y la lápida votiva dedicada a Nerón se conservaban como parte de la colección de D. Pedro de Ávila en el abulense Castillo de las Navas del Marqués, donadas en 1.903 por la Duquesa de Denia. Les siguen el pedestal marmóreo de una efigie áurea de Tito depositado por la Real Academia de la Historia, el speculum hallado por Juan F. Gragera Alvarado en 1.918 en un sepulcro de la calle Pérez Hernández y donado por él mismo a la institución, o el vaso de ágata con forma de cabeza de Sileno que ese mismo año el propio José Ramón Mélida entregase. Compilación que se vería incrementada cuando en 1.930 la institución lograse adquirir mediante compra uno de los lotes en que quedase dividida la colección arqueológica del V Marqués de Monsalud donde, entre sus más de 140 piezas, se registraban diversos ejemplares rescatados de algunas de las excavaciones llevadas a cabo a lo largo del siglo XIX en la ciudad, tales como la escultura de un togado descubierto en 1.881 en la calle Portillo, adquirido por un vecino de Almendralejo que a su vez vendiese la escultura al aristócrata, el retrato de Agripina salvado de entre las ruinas del templo de Diana, una estela dedicada a Juno, el ara de la niña Cartilia Pantoclia, alojada en la casa del labrador José Hernández, o la lápida sepulcral paleocristiana del presbítero Orbannus.
Pero la aportación extremeña al pasado romano hispano reflejado en el Museo Arqueológico Nacional ofrece también llamativas piezas halladas en otros muchos puntos de la región que vienen a demostrar la gran influencia cultural que Roma ejercería sobre estas tierras más allá de Emérita Augusta, a través de los muchos municipios, asentamientos y villas que salpicarían un territorio entonces repartido entre la Lusitania y la Baética. Uno de los más singulares y celebrados es, sin duda, la cabritilla broncínea votiva dedicada a Ataecina que en 1.885 un bracero hallase en la finca La Zafrilla, dentro del término de Malpartida de Cáceres, trasladada inicialmente a la casa del X Marqués de Castrofuerte, D. Miguel María Jalón y Larragoiti, propietario de los terrenos donde se diese el descubrimiento y hombre de peso en la política y cultura de la capital provincial, vendida finalmente al museo nacional en 1.943 por su sobrina Dña. María del Rosario Jalón y Finat. Broncíneos también serían la estatuilla que del dios galo Sucellus procedente de Puebla de Alcocer y descubierta en 1.928 donase el arqueólogo Antonio García Bellido a la institución central tras haberla adquirido a un anticuario de Madrid en 1.957, así como los balmasarios de Valencia de Alcántara y Villafranca de los Barros, procedente el primero de la Colección Bauer, donado al museo por el erudito y coleccionista D. Ignacio Bauer Landauer en 1.926, mientras que el segundo, derivando igualmente de una prestigiosa colección, la del arqueólogo Antonio Vives Escudero, sería comprado por la institución a éste dentro de uno de los varios lotes en que se adquiriese tal compilación, ingresando en el museo los bronces de que constaba la misma en 1.913, originaria esta concreta pieza a su vez de la Colección del Sr. Ariza, vecino de Sevilla, donde se cree que ingresó alrededor de 1.890 y de donde D. Antonio Vives la adquiriese durante una estancia del mismo en la capital hispalense. También de Villafranca de los Barros sería original la placa en arcilla con texto epigráfico que Manuel Gómez-Moreno Martínez donase en 1.954, mientras que un trabajo orfebre romano más cuyo origen, aunque sin certeza plena, se encuentra en nuestra región sería la menuda estatuilla de la diosa Isis fundida en oro, posible amuleto o alhaja de alguna fémina de alto rango o poder que residiese en los territorios que hoy componen Extremadura, tal y como lo hiciese igualmente Avita Avia, relevante personaje femenino a quien su nieta dedicase una estatua en recuerdo del otorgamiento de la ciudadanía caparense a su abuela, conservado por el museo nacional el marmóreo pedestal donde quedase sustentada la misma en el corazón de Cáparra, atisbado por el humanista italiano Michelangelo Accursio en 1.527 en Oliva de Plasencia, de donde pasase a la ciudad del Jerte según informe del canónigo Gaspar de Castro fechado en 1.551, ingresando finalmente en la colección arqueológica que D. Pedro de Ávila formase en su castillo de las Navas del Marqués, donado en 1.903 a la institución central por la Duquesa de Denia.
Arriba y abajo: fallecido en 1.910 D. Mariano Carlos Solano y Gálvez, V Marqués de Monsalud, irían paulatinamente sus herederos enajenando y deshaciéndose del patrimonio recopilado por éste, entre el que destacaría una relevante colección de piezas arqueológicas vinculada con la región extremeña, donde el aristócrata residía habitualmente albergando en su palacio almendralejense de Monsalud tal compilación cultural, logrando el Museo Arqueológico Nacional comprar para el Estado español en 1.930 un cuantioso lote que superaba los 140 elementos, al que se sumaría años posteriores un artesonado que coronaba una de las salas de mencionada residencia palaciega, logrando así la institución central aumentar su propia colección de piezas procedentes de la antigua Emérita Agusta, contando ya Mérida desde 1.838 con su propio Museo Arqueológico local, destacando entre las piezas remitidas a Madrid una escultura tomada inicialmente como Diana Cazadora, reinterpretada después como la figura de Ascanio perteneciente al grupo que junto a su padre Eneas y su abuelo Anquises fuera primitivamente expuesto en el foro municipal de la ciudad, hoy exhibido en el Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, si bien otras figuras pertenecientes primitivamente al foro de la colonia siguen pudiendo contemplarse entre las salas dedicadas a Roma del museo nacional, tales como el togado marmóreo que en 1.881 fuese descubierto en la calle Portillo (arriba), o la cabeza-retrato de Agripina la Menor vinculada con el Templo de Diana (abajo), acompañadas en su exposición al público de otras piezas de la Colección Monsalud, tales como un ara dedicada a Juno (abajo, siguiente), labrada en una pieza de mármol de 40 cms. de altura con la que, consagrada por Claudio Dapyno, se cumplían votos ante la diosa del matrimonio identificada con el pavo real, cincelado en relieve el animal en sendos laterales del altar, o la estela funeraria de 56 cms. de altura de la niña Cartilia Pantoclia (abajo, imagen tercera), fallecida en el siglo II d.C. a la edad de 3 años y dedicada a su memoria por sus padres, cumplimentada la exposición con los vestigios de la lápida sepulcral paleocristiana del presbítero Orbannus (abajo, imagen cuarta), acompañada en su panel expositivo de otras lápidas de similar etapa y emeritense origen, reflejo del apogeo del cristianismo en la capital de la hispana provincia de la Lusitania.
Arriba y abajo: nacido en 1.492 en la abulense localidad de Villafranca de la Sierra, D. Pedro de Ávila y Zúñiga heredaría de su progenitor los títulos de Conde del Risco y Señor de Villanueva, a los que sumaría en 1.533 el de Marqués de las Navas por concesión otorgada por el propio emperador Carlos V, a quien sirviese como contador mayor de Castilla, estableciendo el aristócrata en tal localidad, conocida desde entonces como Las Navas del Marqués, una de sus más relevantes residencias tras levantar en 1.540 el que sería llamado como castillo de Magalia, donde quedase reflejado el espíritu renacentista de su mecenas, quien en su gusto por lo clásico reuniría una colección de piezas arqueológicas dentro de tal fortaleza, estudiadas y dadas a conocer por los arqueólogos D. Antonio Vives Escudero y D. José Ramón Mélida Alinari a comienzos del siglo XX, encargado este último del traslado de las nueve piezas que, repartidas entre el zaguán, galerías del patio y muros del salón principal del monumento, la Duquesa de Denia, propietaria de las mismas en 1.903, donase a la institución central, encontrándose entre ellas varias muestras epigráficas procedentes de Mérida que se creían perdidas, como una placa perteneciente al foro municipal cuya inscripción hace alusión a la aclamación del emperador Nerón por parte de la ciudad (arriba), un altar votivo dedicado a Venus en el siglo II d.C. por el médico de origen heleno Lucio Cordio Symphoro (abajo), la estela funeraria que la liberta Prepis erigiese a la memoria de su patrono Silvanus (abajo, siguiente), única conservada de la Hispania romana dirigida a un margaritario o artesano de perlas, el ara sepulcral dedicada a Lucio Licinio (abajo, imagen tercera), originario éste de Salacia, hoy la portuguesa Alcaçer do Sal, que antiguamente formase parte del pavimento de la hoy concatedral emeritense de Santa María, así como la lápida funeraria que por su hijo se le erigiese a finales del siglo II d.C. a Aurelio Rufo (abajo, imagen cuarta), archivero provincial fallecido a los 33 años de edad, sumando al grupo el pedestal marmóreo de 1,10 metros de altura que, originario de Cáparra y tras pasar por Oliva de Plasencia, Plasencia y Las Navas del Marqués, terminase en Madrid como reflejo de la amplia romanización de las provincias hispanas más allá de capitales como Emérita Augusta, base éste de la estatua que Cocceia Severa, natural de Norba, hoy Cáceres, le dedicase a su abuela Avita Avia en recuerdo del otorgamiento a ésta de la ciudadanía caparense (abajo, imagen quinta).
Arriba y abajo: si bien las piezas procedentes de las Colecciones Monsalud y Pedro de Ávila han sabido cumplimentar la representación que se diese de Mérida en un museo, el Arqueológico Nacional, al cual era innecesario el traslado en pro de su salvaguarda de las piezas descubiertas en la ciudad emeritense gracias a la existencia desde 1.838 de un Museo Arqueológico en la propia población pacense, fundado acertadamente ante la riqueza y abundancia arqueológica heredada por la que fuese capital de la Lusitania, fueron otras diversas donaciones y adquisiciones las que iniciarion y ampliaron después tal compilación expositiva que del yacimiento romano hispano por excelencia se muestra entre las salas dedicadas a Roma del museo arqueológico patrio, descubriéndose entre sus vitrinas, además de dos retratos marmóreos varoniles (arriba), el majestuoso vaso del siglo I d.C. realizado en ágata simulando la cabeza de un sileno que el propio arqueólogo y director del Museo, D. José Ramón Mélida, donase a éste en 1.918 (abajo), o el espectacular espéculo vaginal broncíneo (abajo, siguiente), único en España y uno de los seis tan sólo conservados del mundo romano, que el arqueólogo Juan Francisco Gragera Alvarado hallase ese mismo año en un sepulcro de la ciudad, a los que se podrían sumar varias aras votivas como las dedicadas al Liber Pater Sacrum (abajo, imagen tercera), a la diosa Cibeles otorgada por Valeria Vita (abajo, imagen cuarta), o aquélla erigida a la deidad de origen prerromano Ataecina (abajo, imagen quinta), seguidos del pedestal que originariamente sustentase una áurea escultura que al emperador Tito le donase la provincia lusitana (abajo, imagen sexta), procedente muy posiblemente del Templo al Culto Imperial del Foro Provincial y hoy, tras haber pertenecido la pieza al escritor emeritense Fernando de la Vera e Isla, expuesta en el Museo Arqueológico Nacional por depósito efectuado en 1.908 por parte de la Real Academia de la Historia, cediendo ésta igualmente en depósito un año después dos inscripciones funerarias originarias de Jerez de los Caballeros, no exhibidas en la actualidad como sí lo son otros ejemplares rescatados del antiguo mundo funerario emeritense, tales como la lápida de Quinto Licinio Paterno (abajo, imagen séptima) que en 1.607 se conociese inserta en uno de los soportales de la plaza principal emeritense, hoy Plaza de España, o el ara dedicada a Lebisinia Auges en el siglo II d.C. por sus marido e hijo (abajo, imagen octava), así como la edícula escultórica datada en el siglo III de Ulpia Iuniana y Antonio Saturnino (abajo, imagen novena) donada a la institución en 1.962 por Jesús Gabriel y Galán, donde además de la epigrafía mortuoria se muestran los retratos de sendos difuntos, perdido el femenino y conservado el del varón, originario éste de la africana Madauro.
Arriba y abajo: ofrecido sobre una teja o placa de arcilla de 55 cms. de longitud (arriba), se donaría al Museo Arqueológico Nacional en 1.954 un nuevo ejemplar epigráfico que, expuesto junto a los modelos emeritenses, cumplimenta la aportación que Extremadura ofrece sobre inscripciones romanas entre las salas dedicadas a Hispania de la institución central, consistente ésta en la misiva que un patrono, Máximo, remite a su hombre de confianza, Nigriano, haciendo mención a ciertos hechos ocurridos con una esclava, registrándose la respuesta dada por el hacendado ante la situación, puntualizándose la ubicación de la finca sobre la que se encargan además trabajos de demarcación cerca del monte Tanceti, hoy Sierra de Montánchez, demostración, junto al haber aparecido la pieza arqueológica en Villafranca de los Barros, de la amplia romanización acontecida a lo largo y ancho de las tierras que hoy conforman Extremadura, rescatándose igualmente de esta última localidad un balsamario broncíneo escultórico datado en el siglo II d.C semejando un retrato femenino (abajo), excelente trabajo metalúrgico al que se podría sumar como representación de los trabajos de orfebrería rescatados a través de diversos puntos de la región otro balsamario más, originario éste de Valencia de Alcántara (abajo, siguiente) y que en 1.926 donase al Museo Arqueológico Nacional el empresario y coleccionista D. Ignacio Bauer Landauer, gran amante del arte y arqueología que un año antes adquiriese para la institución en plena fiebre por el pasado egipcio varias piezas remitidas desde el Museo del Cairo, entre ellas la momia de Nespamedu, si bien entre los ejemplares broncíneos hispanos donados por Extremadura sería posiblemente el más destacado la cabritilla votiva que, descubierta en 1.885 en la finca malpartideña de La Zafrilla junto a una pieza hermana hoy entre los fondos del Museo Víctor Balaguer, se dedicase a la deidad prerromana Ataecina vinculada con la diosa Proserpina (abajo, imagen tercera), tal y como señala la propia inscripción sobre la que se yergue el animal, corroborando ésta la asimilación religiosa que durante la romanización se hizo de los cultos autóctonos, de igual manera que diversas liturgias extranjeras proliferasen por las diversas provincias del Imperio, como el culto orientado al dios galo Sucellus, descubierta una estatuilla broncínea del mismo en 1.926 en Puebla de Alcocer (abajo, imagen cuarta), o el dirigido hacia la egipcia diosa Isis, demostrando un menudo busto realizado en oro de la esposa de Osiris cuyo lugar de procedencia, aunque desconocido, se ha situado tradicionalmente en Extremadura (abajo, imagen quinta), la vinculación cultural de las tierras que hoy componen nuestra región con el resto del mundo romano donde la misma quedase inscrita.
d) Reino visigodo: elementos basilicales y un tesoro bizantino.
Dividio el Imperio Romano y caída la sección Occidental tras las sucesivas incursiones de las tropas germánicas o bárbaras en el territorio, sobreviviendo el subgrupo Oriental convertido en el Imperio Bizantino, tras ser ocupada Hispania por vándalos, alanos y suevos son los visigodos quienes finalmente se harán cargo del gobierno peninsular, surgiendo el que sería conocido como Reino hispano-visigodo de Toledo, lográndose la fusión entre la herencia hispano-romana con la cultura visigoda, tomando la religión cristiana, oficialmente arrianos en sus inicios cediendo al catolicismo después, como base de su civilización. Al igual que en los últimos siglos de dominación romana, sería la fe cristiana la que terminase dominando todos los aspectos de la vida cotidiana hispano-visigoda, especialmente el cultural, heredándose de esta histórica etapa que escribiese los inicios del medievo en suelo hispano una serie de vestigios arqueológicos vinculados en su amplia mayoría con la creencia en Cristo, de la que dan fe las cruces que de Burguillos del Cerro y Garrovillas de Alconétar se exponen en el Museo Arqueológico Nacional. De bronce la primera, aparecería en 1.897 ésta junto con otros variados elementos cerámicos contemporáneos a la misma, fundamentalmente baldosas decoradas, cuando en la Dehesa de Matapollitos se abría una zanja de cimentación para la edificación de una casa de labor. Un epígrafe grabado en el corazón de la propia cruz de altar ha permitido conocer el nombre de la iglesia a la que pertenecía, de la Santa Cruz de Yanises, pasando a conocerse el yacimiento del que surgió como de Santa Cruz-Matapollitos, explorado por el erudito local D. Matías Ramón Martínez y Martínez al poco del descubrimiento y donándose las piezas al museo central en 1.916 por Siro García de la Mata, propietario de la finca, tras serle así solicitado por José Ramón Mélida cuando el que fuese director de la institución central se interesase por las mismas. Medio siglo después, en 1.969, sería cuando, a raíz de la construcción del embalse de Alcántara, fuese estudiada y excavada por Luis Caballero Zoreda la basílica visigoda que en el sitio de Alconétar, en la vega del río Tajo, fuera a ser sepultada bajo las aguas estancadas, emergiendo de entre sus vestigios, concretamente en el recinto funerario anexo a la cara meridional de la capilla, una cruz marmórea inscrita en láurea y labrada sobre previa lápida funeraria. Riquezas arqueológicas vinculadas con basílicas de manufactura visigoda que vendrían a corroborar la proliferación de éstas a lo largo y ancho de todo lo que fuese el terreno de lo que hoy es Extremadura, vertebrando religiosa y culturamente una región donde Mérida mantendría su relevancia geopoblacional y fervorosa, como demuestra la colección de arte hispano-visigodo dependiente del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida, única en nuestro país, que de igual manera y bajo el mismo celo que cubriese el patrimonio romano, se vería conservada mayoritariamente dentro de su misma localidad de procedencia, compartiendo espacio museístico con las piezas romanas en el primitivo Museo Arqueológico de Mérida fundado en 1.838 y reunido en la Iglesia de Santa Clara, donde aún hoy la colección visigoda se mantiene reunida. No por ello, sin embargo, el pasado visigodo emeritense dejaría de tener presencia en el Museo Arqueológico Nacional. Nuevamente es la Colección Monsalud la que permitirá a la institución central contar con piezas venidas de Mérida, datadas en esta ocasión durante tal etapa histórica protagonizada por el gobierno visigodo, expuesta al público la lápida sepulcral de Eugenia que a Joaquín Rodríguez Márquez adquiriese el V Marqués de Monsalud.
Pero la aportación de Extremadura más relevante de entre las fechadas en el periodo visigodo es, sin duda, el conocido como Tesoro del la Granja del Turuñuelo, localizado dentro del término municipal de Medellín. Hallado en 1.960, estudiado por María Jesús Pérez Martín e ingresado en el Museo Arqueológico Nacional en 1.963, de lo que parece ser el ajuar funerario de una relevante dama pudo rescatarse una serie de áureas alhajas tales como dos zarcillos y una sortija, una hebilla broncínea chapada en oro, el armazón igualmente áureo de un bolso o vaina, así como hilos de oro y vestigios de hasta quince apliques labrados de similar material que formarían parte de la vestimenta con que fuese sepultado el cadáver de la dama, destacando una fíbula formada por dos placas cuyas juntas permanecen fundidas entre sí, figurando bajo la técnica del repujado en una de ellas, la anterior, una Epifanía donde la escena protagonizada por los tres Magos acercándose a una entronizada Virgen María con el Niño Jesús en su regazo, aparece bordeada en sus vertientes superior e inferior por un epígrafe en griego donde puede leerse una oración mediante la cual invoca la portadora de la joya la protección de la Madre de Dios, adivinándose una manufactura sirio-palestina que apuntaría hacia el origen bizantino de la pieza, verificando tanto unas relaciones comerciales y culturales peninsulares con el otro extremo del Mediterráneo, como el relieve histórico de las tierras de lo que iba a ser Extremadura, caída desafortunadamente en un lamentable ostracismo siglos después del que los vestigios del pasado, como las piezas arqueológicas que conserva el Museo Arqueológico Nacional, han permitido recuperarla volviendo a traer su presencia al presente, rememorando ante el público que visita las salas de la institución arqueológica patria el apogeo de que gozase nuestra región.
Arriba y abajo: solicitada su donación a la institución central por el insigne arqueólogo y director del Museo Arqueológico Nacional D. José Ramón Mélida, una vez percibido y corroborado el excelso valor arqueológico de la pieza, la broncínea cruz de altar datada en el siglo VII y hallada en 1.897 en el yacimiento burguillano de Matapollitos (arriba), de tipología patada, con 22 cms. de longitud y parte del brazo derecho perdido, se muestra ornamentada con diversas circunferencias concéntricas grabadas a las que se suma una inscripción latina donde queda reflejado tanto el nombre del donante, Esteban, como la advocación del lugar al que iba destinada, la basílica de la Santa Cruz de Yanises, epigrafía realizada a fin de ser mostrada al fiel a diferencia de aquélla que, por el contrario, se intentase ocultar de la pieza marmórea que primigeniamente fuese destinada en el siglo V a lápida sepulcral, reconvertida en el siglo VII en la cruz laureada hallada en 1.969 durante los trabajos arqueológicos llevados a cabo en la basílica visigoda de Alconétar (abajo), sita en el margen derecho de la vega del Tajo que iba a ser inundada por las aguas del embalse de Alcántara, restando algunos de los primitivos caracteres latinos en la porción del ejemplar preservado bajo la patada cruz con el que poder hincar ésta en alguna superficie preparada para tal fin permitiendo la exposición de tan capital simbología cristiana, descubierta en la zona de necrópolis anexa a la vetusta capilla.
Arriba y abajo: constando Mérida como uno de los núcleos poblaciones peninsulares claves durante el periodo de gobierno visigodo, la creación en 1.838 del Museo Arqueológico de Mérida aupició poder conservar e incluso exponer al público en su propia localidad de hallazgo el material arqueológico que tanto de época romana como aquél de manufactura visigoda iban descubriéndose en la ciudad, permitiendo sin embargo al Museo Arqueológico Nacional la adquisición de un amplio lote de piezas procedentes de la Colección arqueológica del V Marqués de Monsalud contar con diversas piezas visigodas halladas en Mérida, como son la lápida con inscripción latina de Eugenia datada en la segunda mitad del siglo VII (arriba), restos de un epitafio sepulcral, una pilastra y un cancel decorados, así como alguna otra procedente de otros puntos de la región, como lo es un capitel visigodo de Badajoz, si bien posiblemente la joya arqueológia por excelencia de entre las que Extremadura aportase a la sección visigoda del museo nacional sería el bautizado como Tesoro del Turuñuelo o de la Granja del Turuñuelo (abajo), rescatado de tal finca sita dentro del término municipal de Medellín, dándose en 1.960 el descubrimiento de lo que aparenta ser el presunto ajuar de una poderosa dama del que sobrevivirían diversas alhajas áureas, como son un dueto de zarcillos, un anillo epigrafiado, una broncínea hebilla bañada en oro o el áureo armazón de una vaina (abajo, siguiente), destacando entre ellas, sin olvidar el hilo de oro y los adornos labrados decorados con rostros y motivos geométricos provenientes de la suntuosa vestimenta con que fuese el cadáver amortajado (abajo, imágenes cuarta a sexta), una fíbula de 5 cms. de diámetro datada a finales del siglo VI y compuesta por dos placas fusionadas por los bordes que, en su cara anterior (abajo, imagen tercera), sería grabada mostrando en relieve una escena de la Epifanía de claro sabor bizantino, donde las figuras de los tres Magos y la Virgen María con el Niño en su regazo, a modo de theotokos, figuran enmarcadas entre los caracteres griegos que conforman una oración dirigida a Santa María en pro de la protección de su portadora, demostrando el nacimiento en Bizancio de la pieza, salida posiblemente de algún taller orfebre sirio, que corroboraría la vinculación cultural entre los visigodos peninsulares con los bizantinos enclavados entre las costas hispano-sureñas y levantinas y los confines opuestos del Mediterráneo, gracias a tan particular herencia arqueológica aportada al Museo Arqueológico Nacional por Extremadura.