Eyes Wide Shut. Los sueños diurnos, de Hilario J. Rodríguez

Publicado el 13 febrero 2013 por José Angel Barrueco

No creo que un filme sea mejor o peor simplemente por haberse basado en tal o cual libro y tampoco me parece que un libro sea más o menos significativo por haber servido de base a un filme. Una consideración tan boba lo suele reducir todo a cómo le habría gustado a un espectador/lector hacer las cosas, con lo cual ya hay un a priori de rechazo casi seguro ante los resultados de un filme, cuando no una engañosa condescendencia. Hoy la literatura es tan necesaria como el cinematógrafo, si bien el segundo está más en consonancia con los modos actuales para llegar al conocimiento, pues suele ser a través de imágenes y no a través de ideas. Además, la imagen es en general, por no decir siempre, anterior al conocimiento. De esa manera se podría considerar a la imagen la parte abstracta e inefable del conocimiento, de hecho su materia prima, acaso más profunda e ininteligible que cualquier posibilidad de expresión; muchos símbolos lo atestiguarían de forma obvia.
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Kubrick, que grosso modo solía mantener la cámara en un movimiento constante, acaso en busca de un elemento invisible, supo inmovilizarla al filmar las escenas de las dos narraciones de Alice, con un leve movimiento de aproximación en ambos casos hacia el rostro de Bill, para magnificar el peso de dichos relatos en su mente. La cámara, sin abandonar por completo un aspecto clínico y hasta cierto punto alejado, en
Eyes Wide Shut tiene atisbos de contacto con lo humano. La escena, por ejemplo, entre Domino y Bill en el apartamento de la primera es casi una antesala a la orgía, cargada de un erotismo turbador. Y también la visita de Bill al depósito de cadáveres, con ese plano sostenido mientras él va acercándose a la mujer muerta y está a punto de besarla, es hiriente, porque niega lo que en definitiva, creo, perseguía desesperadamente Kubrick, a saber: captar el encuentro de la carne en algo más allá del sexo, en algo semejante al vértigo del amor, un amor que siempre pierde a una de sus partes bien por mirarse en exceso a sí misma bien por estar muerta.