Hoy de repente salió el sol en Holanda. Sin pensarlo dos veces salí a dar un paseo alrededor del lago: estas oportunidades inusuales hay que pillarlas al vuelo para poder recargase un poco de la vitamina D que tanto nos falta en los países del norte.
Mientras andaba disfrutando de un precioso paisaje otoñal, cálido, regalándonos los últimos rayos de una época aun no tan severa, mi mente no le dejaba de dar vueltas al post de hoy: la efe. ¿La efe de fe, de fidelidad, de felicidad, del futuro? Pero al final todas se resumían en una sola: fe. La fe engloba tantas cosas. La fe es la confianza en uno mismo, en los demás, es la fidelidad a nuestros principios, a los que nos quieren y queremos, es la fe en el mañana, en el futuro, en que el sol saldrá y que tendremos salud suficiente para irnos a trabajar o proteger a nuestros hijos. La fe es uno de los motores de nuestra vida. Es la fe en el amor, la fe de que hay una luz al final del túnel, de que por muy mal que nos vaya ahora (sea la pérdida del trabajo, la falta de dinero, problemas familiares, de salud, etc.) al final las cosas se acabarán resolviendo.
Y mientras caminaba observando la quietud del inmenso lago de un intenso azul bajo los tímidos rayos de sol norteño, me preguntaba a mí misma por mi futuro, por mi fidelidad a mí misma, por mi fe. Me di cuenta de que perder la fe es algo que nos pasa muy a menudo. Que cuando peor estamos, cuando el destino nos obliga a abandonar la tan querida zona de confort, nos sentimos perdidos, tenemos miedo y nos falta la fe. Y es entonces cuando queremos huir y evitar el problema de algún modo. Pero esta no es la solución. Como lo dije en mi anterior artículo, las emociones negativas hay que vivirlas a fondo, es la única forma de que se pasen de verdad.
Ese paseo no iba sólo enfocado a la tan necesaria vitamina D en otoño, servía también para poner en orden mis ideas, mis planes, mis proyectos del futuro. ¿Escribir y terminar una novela, volcarme en ella de lleno o aparcarlo como he hecho hasta ahora, devolviéndole su función de hobby y enfocarme a mejorar mis estudios, buscando una mejor salida laboral en el mundo tan competitivo y tan cambiante en el que vivimos? ¿Aprender holandés, con miras a largo plazo en Rotterdam o perfeccionar mi inglés, sabiendo que éste es el idioma que en realidad mueve el mundo? ¿A alguien le interesa mi blog? ¿No escribiré ideas absurdas, carentes de sentido hoy en día, que harán sonreír a más de uno? ¿Quién soy para opinar de temas tan globales, qué experiencia de la vida tengo, cuántos conocimientos de verdad poseo?
Me sentía perdida, sin rumbo (a pesar de estar caminando con pasos firmes), y con cada pregunta que me hacía, me daba cuenta de que lo que me faltaba era precisamente eso: la fe. Sí, esa fe con la que todos vivimos, la que nos da la seguridad, la que nos proporciona fuerzas para seguir con lo que hacemos, para conseguir aquello que soñamos.
La fe no es sólo un asunto de religión. Por muy ateos o agnósticos que nos consideremos, no podemos vivir sin la fe ni un segundo de nuestra vida. Lo contrario de la fe es la desesperación, es la depresión, es el miedo. La fe en nosotros es la fuerza principal que nos da pie para avanzar, para levantarnos cada mañana de la cama e iniciar otro día más en nuestra vida. Un día precioso y único, aunque muchas veces no somos capaces de verlo así. Tal vez sea el sol de hoy el que me hace ver con claridad que debemos buscar esa fe, debemos rescatarla del fondo de nuestra alma, debemos abrirle las puertas de par en par para que un soplo de aire fresco la inunde y la haga vibrar.
La fe en el futuro es lo que nos falta hoy: época de crisis y de grandes cambios. Siempre está ahí, por eso respiramos, pero muchas veces dejamos de sentir su presencia. La fe no es contraria a la ciencia. La fe está en nuestra psique y en nuestro corazón. Como decía el gran empresario Henry Ford: Tanto si piensas que puedes como si piensas que no, tienes razón. Al final es todo cuestión de fe, de su fuerza para que consigamos algo o no. Es la fe que parte de nuestra mente o del alma, como nos guste más llamarlo, pero la fe es lo que determina quiénes somos, cómo nos relacionamos con los demás y lo que hemos conseguido en esta vida.
Aunque según el pensamiento védico, sólo la fe en Dios es capaz de darnos una seguridad y una ausencia del miedo absoluta. Creer en los demás es algo esencial para vivir, pero somos humanos y no hay un ser humano que sea invencible. Somos frágiles, poseemos cuerpos caducos y las pasiones nos pueden. Lo mismo ocurre con la fe en uno mismo: es tan difícil mantenernos firmes en nuestros propósitos, se necesita de tanta fuerza interior y es tan simple caer, olvidar lo prometido a los demás o a nosotros mismos. Por ello los Vedas nos recomiendan creer en alguien que está por encima de nosotros, porque al igual que ocurre con la felicidad, la fe en Dios es un manantial inagotable de fuerza, de valentía y de confianza en que no estamos solos, en que todo irá bien.
Lo que me gusta de los Vedas es que no nos incitan a seguir una determinada religión, creyendo que es mejor que otras. Nos dicen que todas las religiones auténticas guían al hombre hacia Dios, y por tanto no tiene sentido cambiar de religión. En cada religión hay una compresión propia de lo que significa Dios pero Dios es único y creó todas las religiones con una sola finalidad: que cada persona pueda acercarse a Dios, de acuerdo con su naturaleza.