En ese escenario por el que sólo pasean los olvidados, es por donde Pat Hobby recorre los estudios cinematográficos buscándose la vida, ora pidiendo trabajo al productor Jack Berners, ora dándole un sablazo al corredor de apuestas Louie, sin olvidar el pasarse por la peluquería o detenerse ante el limpiabotas por si cae algo. Rasgos que de una u otra forma, retratan el carácter y el rechazo en el que se ve inmerso el protagonista, que aunque ha perdido agudeza a la hora de crear historias, todavía tiene un pronunciado sentido de buscavidas, del que el destino en el último minuto, siempre acaba apiadándose. La idea de Fitzgerald de que a los cuarenta y nueve años ya se le ha escapado la vida, hoy en día nos puede resultar cuando menos grotesca, pero quizá no lo sea tanto si recordamos que él fue un joven alto y guapo, que alcanzó el éxito desde el principio. Ese reflejo mal digerido de quien consigue aquello que anhela tan pronto y de una forma tan arrolladora, le pesó al escritor durante toda su vida, pero visto el resultado final, parece que no hizo lo suficiente para impedirlo.
Aunque la verdadera visión irónica de la derrota a la que asistimos, es la pérdida del talento de este gran escritor; pues lo dejó huir en pequeñas batallas en forma de relatos con los que se ganaba la vida. Si su empeño hubiese sido mayor a la hora de enfrentarse con la escritura de verdad, de su mente hubiesen salido muchas y grandes novelas como El último magnate, donde recrea su fascinación por el mundo del cine y en la que se encontraba trabajando cuando le sorprendió la muerte.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.