Las Cortes Generales, dónde se va a debatir la ILA -Iniciativa Legislativa Animal- sobre Humanos Sí, Humanos No, están ocupadas por cuatro especies políticas: las liberales gallinas, que son de izquierdas, y los percherones inmovilistas de la derecha tienen casi la totalidad de la cuadra. Los zorros independentistas, pese a ser una pequeña camada son los que en realidad gobiernan -por la astucia, ya se sabe-, mientras cierra el cuarteto de especies un ínfimo grupo de camaleones de la izquierda más ladeada, que se sabe que están pero a los que no se les ve.
El debate es curioso, los antihumanistas arguyen que hay que salvar al hombre del sufrimiento y del dolor que se les causa en la ciudad, con su familia y sus amigos, con esos bares llenos de humo dónde se les castiga el hígado con esas copas de Jack Daniel's que no hay quien las tome -¿verdad?-, esas playas caribeñas donde se bañan aún siendo mamíferos o las pobladas salas de cine, dónde se les recuerda y atormenta con una cascada de sentimientos tan bellos o intensos como irreales. ¡Qué tortura! Qué mejor que llevarlos a dónde sus antepasados, a la selva o a las cavernas, con el taparrabos, sin comida, sin farmacias, dónde no haya Obamas ni Bin Ladens. Allí estos humanos sí que serán felices, y nunca se extinguirán.
Los grupos humanistas consideran que es tradición, desde Adán y Eva nada menos, que el hombre viva en las ciudades, que se alimente de sus carnes y se aproveche de su trabajo. Ve en este asunto un peligroso transfondo político. Además si prohíben los pepes o los pacos, que va a ser lo siguiente, ¿los hombres lobo? ¿los centauros? ¿los vampiros? ¿Belén Esteban? También es cultura, sólo hay que ver la Gioconda, el David de Miguel Ángel o la interpretación de Bogart en Casablanca. Eso por no hablar del monoencaste del hombre blanco, mucho más endeble que el de hace unos siglos, y que no será capaz de soportar la áspera selva o las húmedas cavernas, terminando por desaparecer. Estos aficionados a los humanos, tienen las de perder, las sociedades animales han evolucionado más que Darwin se podía imaginar y son dueñas del mundo y de lo que en él se cueza. Para muestra, un botón:
Como jueces encargados de impartir justicia ejercen los grandes tiburones. Los más viejos de estos escualos, los de aleta pronunciada como quijada de burro, son los que componen las instancias superiores del organo nacional de justicia. Los hospitales los regentan osos pandas y koalas, de ahí las largas lista de espera y el olor a eucalipto de algunos quirófanos. Imparten clases en la Universidad algunos asnos que hacen las veces de rectores, y viejos lobos a los que, mientras enseñan el oficio más duro y viejo del mundo, el de vividor, se les pone la lengua de metro y medio mientras sueñan con repetir el cuento de Caperucita con las lozanas alumnas. Los grandes centros comerciales están dirigidos por grandes langostinos, unos frescales con extensos mostachos. Los bancos y las cajas de ahorro las llevan con gran interés -nunca mejor dicho- bandadas de ávaras urracas. De la agricultura se encargan a medias los estorninos y los marditos roedores, de ahí que cada año las cosechas sean más pequeñas. En temas ganaderos los magnates son los cerdos, a tal influencia han llegado que han logrado que prohibieran el 11 de Noviembre, San Martín.
Las religiones siguen enredando el mundo. Hay dos mayoritarias: la católica y la islámica. Desde el Vaticano, cocodrilos y caimanes de lágrima fácil y apetito voraz se encargan de marcar el rumbo del cristianismo, que queda en manos de los lindos mininos de negra sotana, muy dados a la nocturnidad, las caricias y a los meneos de cola. El islamismo ya no es lo que era, sustituyeron a Mahoma por Bambi, quedando más frívolo, pero mucho más tierno eso de si Bambi no va a la montaña, que la montaña vaya a Bambi. En las mezquitas las tercas mulas se han hecho imanes y con su tozudez ha vuelto a cobrar fuerza la Yihad. Sus fuerzas terroristas son los talibanes, esos canosos y barbados monos, los babuinos, tan amigos de volar por los aires.
En el cine siguen triunfando las estrellas de mar; en el fútbol a los ciempiés no les hace falta la mano de Dios para salir en el Marca; en poesía y literatura, gracias a su verbo fácil, los loros se están llevando de calle a las ninfas; los pavos reales -talla 12- se pavonean en la pasarela Cibeles, entre las medidas de protesta de hipopótamos y ballenas, que están preocupadas por sus crías, por la discriminación a la que pueden ser sometidas por estar rellenitas; los canarios timbrados de la pajarería de Operación Triunfo gracias a su trino más comercial, llenan las listas de ventas, destronando el cante jondo del jilguero y el ruiseñor; en los museos lo último en escultura vanguardista son las boñigas esféricas que esculpen los escarabajos peloteros; los óleos han sido sustituidos por obras realizadas por los pulpos, con cuya tinta emprenden viajes hacia el abstractismo más depurado, obras tan feas y modernas que podrían valer para el cartel del próximo año en La Maestranza de Sevilla.
Las hormigas obreras y los pájaros carpinteros de los astilleros no cesan en sus huelgas: las primeras protestan por la esclavitud de sus horarios, los segundos por la escasez de trabajo que hay en el sector a causa del aumento de la inmigración en las termitas. Las Fuerzas de Seguridad del Estado son patrullas caninas. Los sabuesos trabajan para la Policía Nacional, las plantillas de la Policía Local están llenas de perros pachones y el tricornio lo lucen con orgullo grandes mastines.
Con este mundo tan loco, no sorprendió a nadie que la ILA prosperara. Los zorros querían la independencia del gallinero, con sus gallinas dentro, y éstas quieren seguir poniendo -y tocandose- los huevos con tranquilidad y salvar el pescuezo, aunque sepan que un día más cercano que tardío los zorros convertirán el gallinero en zorrera, y todos los que allí convivan, aunque sean alados y picudos deberán cambiar el cacareo por el gañido y la pluma por el pelo. Con esta situación lo normal era lo que pasó, que un pacto entre raposos y gallináceas abolieran al hombre de la Tierra. A esto los animales lo llaman democracia. Pero como las cuentas pendientes, son como las meigas, haberlas haylas, no se conformaron con mandar a todos los humanos al inframundo. No. Quisieron más, había un grupo a los que había que ajusticiar: los taurinos.
El juicio, una patraña celebrada en la sala núm. 10 del Alto Tribunal de lo Animal, sito. en la Castellana, no pudo empezar peor. Empresarios, ganaderos y apoderados, fugados. En busca y captura están. Al parecer, izaron velas, levaron el ancla, recogieron el tesoro que habían enterrado junto a la Fiesta y marcharónse en un cohete hasta Marte. Cuentan los espías que allí ya han montado negocio, que los cráteres son Monumentales, que corren marcianitos y que incluso hay reventa. También se habla de algún ganadero que está cuidando el negocio, poniéndoles fundas a los marcianitos para que lleguen lo más antenifinos posible al cráter.
Los toreros, cuadrillas y ayudantes están solos, desamparados. Había unas cuantas camadas de toros dispuestas a declarar a favor de los maestros, pero el juez, antitaurino declarado -el tiburón Puyol- los ha expulsado de la sala por escándalo. Silencio en la sala. Aquí no se dice ni mú -había advertido antes de que un carriquiri metiera la pata-. El único clavo ardiendo del escalafón era un abogado de oficio, un puercoespín que era mal estudiante, primo de Espinete para más inri. Con todas y con esas, que no eran pocas, el pleito no parecía que pudiera llegar a gran cosa. En teoría no había acusaciones, ni pruebas de gran enjundía contra los matadores. Un caballo de picar que de tanto cegarlo tenía un ojo vago pedía un resarcimiento; los gusanos de seda reclamaban una compensación por los derechos de imagen del torero, pues el traje de luces es en parte suyo; y una pastora alemana, viuda con cachorros huérfanos, pedía una indemnización por la muerte de su pareja, producida durante una tienta por un puntazo de uno de esos toros a los que echaron del tribunal. El problema radicaba en que al chucho no lo tenían dado de alta en la Seguridad Social. ¡Estos taurinos! Todo esto era demasiado poco para ser condenados.
Pero hubo sorpresa, sorpresa. El juicio, del que ya avisabámos antes que era pura patraña, contaba con el inesperado testamento de una víctima: un juanpedro. Detrás de un biombo, auspiciado por el anonimato, se veía su silueta de carnero derrengado. Entre sollozos, cantó y contó el mal que le habían hecho: `me serraron los cuernos, ¡como tengo tantos!, me secuestraron, me encerraron y ya una vez en la plaza, me sacaron sangre, menudo pinchazo me pegaron en el lomo, menos mal que duró poco. Para colmo me cortaron las dos orejas y el rabo, y ahora tengo verdaderas dificultades para espantar las moscas y oir los cencerros de los cabestros.´ Esta escalofriante declaración dejó con media estocada pescuecera a los toreros. Además, malas caras traían todos, porque aunque sólo pudo ser uno el torturador de aquel testigo, todos sabían que habían hecho lo mismo con cienes como aquel. Se acongojaron -acojonaron no suena bien en un relato- y esa fué la primera y última vez que un torero pasó miedo con un juanpedro.
Este terror les duró poco, pues quiso la providencia que al entrar en la sala, vía aérea, una paloma mensajera a entregar un documento, una ráfaga de aire tirara el biombo y se descubriera la verdad. El testigo era falso, todo era un montaje. Allí lo único que había, en el centro de la sala, una cabra enana con dos plátanos en la cabeza. Menudo circo tenían montado. Aún así, no hubo clemencia ni vergüenza y todos fueron declarados culpables en distinto grado, con distintas condenas.
Los mozos de espada y sus ayudantes, fueron acusados por ser cómplices de asesinato, treinta años y un día. Los críticos fueron de todos los que salieron mejor parados, como siempre. Penas menores de prisión por encubridores. A algunos se les obligó a sacarse el graduado en la trena.
Toreros y subalternos serían condenados a cadena perpetua. Tortura, agresiones, intento de homicidio y acoso, según el acta. Los artistas fueron a parar al penal del Puerto de Santa María, mientras que los de castellanas maneras dieron con sus huesos en Alcalá Meco. Aquellos que años antes se dormían en lujosos hoteles y le daban al fumeque con buenos habanos hoy iban a compartir tabaco de contrabando con nuevos compañeros de habitación: rayas de mar y camellos que cumplían su pena por tráfico de drogas; viudas negras condenadas por violencia de género o un chorlito que había sido acusado de abandono de nido. Tratamiento aparte recibieron los heterodoxos, los del violín, la rana o las -inas. Su nueva casa sería el Psiquiátrico de Ciempozuelos, dónde a modo de capote de paseo se pondrían unas camisas de fuerza trenzadas por arañas, y compartirían pabellones con vacas locas y cabras con sonoros cencerros.
La peor parte se la llevaron los puntilleros, desolladores y carniceros, que fueron ejecutados al alba, tras ser declarados culpables de crímenes contra la animalidad, tortura y genocidio. Un batallón de avispas del Séptimo Avispero de la Infantería fueron sus verdugos. De nada sirvió que los movimientos ecologistas que luchaban por igualar los derechos de los hombres al de los animales, pidieran el indulto al mismísimo Jefe del Estado. Pero era agosto y, como todos los años, el león estaba en Mallorca, con sus competiciones de vela. Nada hubo que hacer, ni siquiera enterrarlos se pudo. Sus restos mortales fueron trasladados al tanatorio de la M-30, sociedad anónima dirigida a medias por gusanos y buitres, que solían dar buena cuenta de los clientes y con estos no hicieron excepción.
FIN
El final es tan abrupto, tan desgraciado, porque en este mundo y en esta fábula, está prohibido ser felices y comer perdices.