Facebook nos deja con el culo al aire. ¡Alucina!

Por Pecados Capitales @PecadosCap

Hola, amig@   Aquí estoy de vuelta, una semana más, después de los novillos de la semana pasada. Que, ¿qué estaba haciendo para faltar a esta cita tan importante? No voy a decírtelo, al fin y al cabo la censura es como el Sur; también existe… Sólo te diré que fue por culpa de un exceso de trabajo. ¿Qué trabajo? (risas maliciosas). Eso entra en la categoría de «secreto de sumario».   Pero vamos, si tienes mucha curiosidad, y al margen de que eso suponga una intromisión inconcebible en mi intimidad, sólo tienes que consultar a Michal Kosinksi o al muy reverenciado David Stillwell, que seguro que ellos te informan de ello con un margen de error bastante minúsculo.

Doctor Davil Stillwell

   ¿Qué quién son esos? Te diría que no quisieras saberlo pero, al fin y al cabo, si ellos tienen acceso a la información, por qué no vas a tenerla tú…   Estos eruditos resultan ser dos cerebritos del Centro de Psicometría de la Universidad de Cambridge que, gracias a algunas herramientas informáticas, como la aplicación myPersonality de Facebook, han parido un estudio —matemático, eso sí—, con el que han conseguido tenernos a los usuarios de las redes sociales más fiscalizados que Hacienda, a juzgar por lo publicado esta semana en Proceedings of the National Academy of Sciences y el Financial Times.   Sí, sí, no abras tanto los ojos que se te van a salir de las órbitas. Al parecer, esos inocentes «me gusta» con los que generosamente todos regalamos a nuestros amigos virtuales, pinchando sin recato aquí y allá cuando no tenemos nada mejor que decir, dan un montón de pistas sobre nuestra personalidad, incluidos si poseemos ciertos hábitos de consumo de drogas o si nuestros padres se separaron cuando éramos jóvenes.   A través de esos inocuos clics, no solamente Kosinksi y sus secuaces pueden determinar nuestra raza, nuestras creencias religiosas, nuestras tendencias políticas, nuestro nivel educativo y demás con un porcentaje de acierto que te dejará pasmad@, sino que incluso es capaz de decretar nuestra orientación sexual y, si me apuras, el número de veces que practicamos —¡Dios mío, qué miedo, que yo soy Lady Lujuria!—. ¡Alucinante, ¿verdad?!    Pues alucina, alucina, que este informe revela algunas correlaciones tan curiosas e inesperadas, como que las personas que pinchaban un «me gusta» para «curly fries» tienen un CI más alto que el resto, mientras que los que daban a «me gusta» en «patinar con calcetines sobre el suelo» es poco probable que tomen drogas.   ¿Qué cómo llegan a esas conclusiones? Pues fácil. Te pondré un ejemplo.   Resulta que en cuanto la participante de un grupo en concreto empieza a interesarse, por poner un caso, por las páginas de patucos y entra en el último número de la revista Ser padres, los algoritmos revelan sin ningún margen de error que dos más dos en este caso sí son cuatro y que la interfecta está embarazada.    Lo mismo ocurre con las páginas web y las listas de reproducción de i-tunes o youtube que aparecen enlazadas y que nosotros visitamos. Éstas muestran un perfil sobre nuestra persona más fiel que el padrón municipal; edad, sexo, profesión, nivel educativo, rasgos de personalidad individuales y, bueno, lo dicho… TODO lo que somos.   El famoso dicho de «dime con quién andas…» ha pasado a ser «dime con quien facebookeas y te diré quién eres»   Desde luego, yo desde que me he enterado soy mucho más cauta con mis «me gusta», porque ya sabemos que mi objetivo es hacerte pecar, pecar lujuriosamente, pero que digo yo que tres narices les importa a estos expertos de la ciencia social computacional cuántas veces y con cuántos individuos he practicado yo esta semana, ¿verdad?   Tanto bombo político con la vulnerabilidad de la intimidad del individuo y la protección de datos para que, haciendo uso del dinero del contribuyente, no hagan más que inventar herramientas oficiales con las que saltarse las normas a la torera apoyándose en lo que se ha dado en llamar el marketing dirigido.   Fijaos hasta qué punto llega, que incluso Kosinksi y sus chicos reconocen las posibles repercusiones dañinas que pueden llegar a ofrecer estos muestreos sin el consentimiento del público objetivo e, incluso, sin que siquiera lo sepan. Y digo yo, ¿no es esto anticonstitucional?   Porque, imaginad (que ya es mucho imaginar) que este tipejo ha descubierto que yo soy una de esas nuevas embarazadas que, como los pacientes de hemorroides, lo llevo en secreto mientras puedo porque soy menor de edad y pertenezco a una sociedad donde esta situación está inaceptable para una mujer soltera… Sin embargo, este marketing dirigido ha puesto mi condición en conocimiento de ciertas empresas que, durante los siguientes meses, me han bombardeado con la publicidad que a ellos les conviene, lo que ha hecho que mis padres se enteren…   Sí, amig@, el daño es irreparable. Además, aunque estos sociólogos computacionales no lo reconocen, llegados a este punto, seguro que también saben después de cuántas intentonas he conseguido el «milagro de la naturaleza», con qué número de donantes espérmicos, si el futuro papá es mi pareja oficial o, por el contrario, se trata de la oficiosa… Vamos, que llegado el caso, seguro que han averiguado ya con cierta seguridad el color de los ojos de la criaturita que porto en mi seno, su raza y, si me apuras, la carrera que el futuro muchachuelo o muchachuela elegirá cuando alcance la mayoría de edad.

   Así que, amig@ mí@, volviendo al principio; si quieres saber cómo, cuánto y dónde he pecado esta semana de ausencia, ponte en contacto con el tal Kosinksi, que al parecer va a sacarte de dudas. Bien es verdad que yo he puesto al límite mi nivel de privacidad y que, como me entere de que estos pájaros se pasan un pelo, ejerceré todos mis derechos, pero...   Lo difícil será que esto arroje algún resultado. ¡Por Tutatis —que diría Obelix—, estamos indefensos!