Poco después, el Deportivo estuvo a punto de empatar gracias a un remate magistral de Valerón que chocó con el palo. Pero a partir de ahí, un Deportivo apático y sin defensa fue un juguete en manos de un Atlético agresivo, insaciable, liderado por el medio del campo, los canteranos Mario, Koke y Gabi, la otra de las grandes virtudes rojiblancas y que promete dar guerra. Pero, sobre todo, la actuación del colombiano fue lo que mató al Deportivo. Por difícil que fuera lo que intentara, todo le salía bien. Los imberbes centrales coruñeses, Insúa y Roderick, se fueron del Calderón con un castigo excesivo. No sólo la inexperiencia y la nula contundencia fue la culpable de la goleada. Falcao fue un martillo pilón, y ni el mismísimo Cerbero hubiera evitado semejante exhibición.
De penalti, aprovechando un rechace, una preciosa volea desde fuera del área...hasta con el culo si hubiera querido, anoche las metía de todos los colores. Incluso con el partido sentenciado, Falcao arriesgó el cuello tirándose en plancha para rematar un despeje de Aranzubia, habiendo un defensa a su lado dispuesto a despejarlo de un patadón, tal era el hambre del Tigre. No quería meter tres, ni cuatro, ni cinco. Si hubiera podido, metería cincuenta. Piedad no parece ser una palabra que se encuentre en su diccionario, y los cinco zarpazos fueron la prueba de su falta de compasión ante presa tan dulce e inocente. Es un animal que pocas defensas son capaces de domesticar, y anoche sacó las retráctiles para hacer sangre. Hoy, mientras los medios lo santifican, el se esconde en la maleza al acecho de su próxima víctima. Un cazador cazado. Uno más en su lista. Falcao es una bestia salvaje. Indomable.