Keynes, en los años 30 del siglo pasado, predijo que las personas solamente trabajarían una media de 15 horas a la semana, y que esta cantidad de trabajo sería más que suficiente para que la gente disfrutase de una buena vida. Si revisamos los vaticinios de Keynes, es evidente que en algún punto de su razonamiento cometió un error flagrante. Hoy en día trabajamos más horas, si cabe, que en los tiempos en los que los seres humanos carecían de los bienes necesarios para poder llevar una vida digna.
¿Qué ha pasado para que nuestra vida no haya mejorado en la dirección que apuntaba Keynes?. Quizás suceda algo parecido a la sensación del hambre, cuando sufrimos la escasez de un recurso nos comportamos de tal manera que buscamos la acumulación para evitar futuras penurias.
El sistema en el que vivimos fomenta en nosotros una sensación de escasez constante; siempre necesitamos algo que no tenemos y que nos gustaría poseer. Este modelo económico está diseñado para generar un deseo incesante por atesorar recursos que nos permitan acceder a más cosas. En este caso, la moneda de cambio es el dinero, bien que conseguimos trabajando y que nunca es suficiente para dar salida a las necesidades de una sociedad permanentemente insatisfecha con lo que tiene. Esta rueda se mueve a una velocidad que es proporcional al vacío de la vida de las personas: cuanto más trabajamos más necesitamos. Y la pregunta es: ¿cuánto es suficiente?.
No creo que podamos decir que vivimos tiempos de escasez en el mundo occidental, más bien podríamos decir que vivimos tiempos de abundancia extrema. Se trata de un espejismo que no nos permite ver dónde reside la respuesta a la pregunta antes planteada. Trabajar para ganar dinero es tan ridículo como decir que comemos para engordar. El problema es que seguimos trabajando para atesorar, para acumular, porque la sensación de falsa escasez la vamos heredando generación tras generación, convirtiendo al trabajo en un medio para satisfacer falsas necesidades. El resultado, es la esclavitud moderna en la que vivimos, una esclavitud en forma de horas invertidas en dejar a nuestras vidas sin un contenido real, sin tiempo para hacer lo que nos gusta, simplemente porque poca gente tiene claro lo que le gusta realmente.
Invertir el proceso es complicado porque tenemos demasiados impedimentos. ¿Cuántas veces habremos hablado de la vocación en este blog?... Parece una palabra muy bonita a la que podemos considerar una utopía como otra cualquiera. Quizás ahí resida el principio del problema: abandonar lo que nos gusta para dedicarnos a lo que nos exige el medio. Quizás ahí se ponga en marcha la falsa sensación de escasez, de buscar un trabajo que maximice nuestros recursos y minimice el tiempo para poder disfrutarlos.
Las teorías de Keynes no me parecen en nada desacertadas, simplemente que no tuvo en cuenta el papel fundamental que en ellas iba a jugar la voracidad humana. Hemos convertido al ocio en una palabra sin significado, y no hay peor cosa para las personas que el aburrimiento, con lo cual, hemos acabado convertido el trabajo en nuestro mayor pasatiempo. Mientras el dinero siga siendo el motivador por el que nos dedicamos a cualquier actividad, es difícil que podamos generar un ritmo más equilibrado para nuestras vidas.
Nadie puede fijar los límites de la riqueza humana excepto uno mismo. Dice Epicuro: “Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco”. Quizás esta frase esconda buena parte de nuestro problema, y la solución estoy seguro que no reside en seguir invirtiendo nuestra vida en tratar de alimentar una falsa sensación de escasez.
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