Falta de cariño

Por Louzan
Hay dos vinos que me han gustado especialmente en los últimos días y quiero hablar de ellos.
Uno es este Eido da Salgosa de 2014 que me regaló el amigo Antonio Portela. Lo hacen por Tomiño tres de esas extrañas personas que deciden que sería buena idea apostar por la tierra y hacer algo con ella. Vino, por ejemplo. Y así se ponen a hacer blancos en la margen izquierda de la Ría de Vigo. Y está rico. Es fácil, fresco y abierto,  fragante en nariz y sin demasiadas aristas en boca. Un vino para reflexionar sobre lo fácil que sería hacer buen vino si realmente se quisiera hacer tal cosa.
También me gustó este Manuel D´amaro de 2011 a base de tinta Pedral. Esta la compré hace ya un tiempo en Vide Vide, en Compostela y la dejé en barbecho para hacer uno de esos pequeños experimentos a los que me aboca no poder beber vino todas las veces que yo quisiera. Y esta ocasión fue el lunes 12 y una visita con comida que necesitaba de un tinto fresco y sin historias, lo que viene siendo un tinto Rías Baixas. Y este tinto, con sus 3 años de botella, sin ninguna aspiración de longevidad o crecimiento es precisamente eso; vino para beber.
Si, lo se. Todo el vino es para beber. Pero, cuando me cuesta terminar una primera copa, por ejemplo, de una Garnacha chocolatera de Campo de Borja o de un tinto de la Ribera pleno de maderas y molduras forestales (lo que viene siendo un showroom de Ikea) recuerdo que, quizá, la simpleza de esa frase no sea tan imbécil como parece. Porque, amigos, no todos los vinos "son para beber". Algunos son para aparentar que uno sabe mucho de vino, que tiene muchos medios y una bodega de alta tecnología o que tiene mucho dinero, vete tu a saber.
Este Pedral no. Este es un buen vino. No va mucho mas allá y lo pillamos en su tramo final, a punto de despedirse de todo y de todos. Pero cayó la botella, sin esfuerzo y sin apreturas.
Esto de beber, de vender vino, de degustarlo y de disfrutarlo se ha convertido en algo bastante estúpido. Uno pulula por la web y se encuentra cosas como este anuncio de la foto, donde sin rubor ni complicaciones, se ofrece "beber gratis" como acicate y reclamo para que quien quiera se apunte a una web y "visite y beba gratis vinos de bodegas de toda España". Dejando a un lado que si yo fuese el responsable de una de esas bodegas pediría ya mismo que me borrasen como bodega visitable, la verdad es que no me extraña lo mas mínimo nada de todo esto.
No me extraña que la web lo use, porque le funciona seguro. La gente es por norma idiota, o eso parece, y le encanta leer términos como "gratis", "oferta" o "regalo" en las promociones de bienes y servicios que se van cruzando por la web. Les gusta verlo y lo siguen a pesar de que nadie da nada gratis, ni regala nada ni hace ofertas del 800%. Eso dicen al menos los estudiosos del marketing online. Ese tipo de mensajes son los que concentran un mayor número de clics y provocan más atención que todos los demás juntos. Y este hecho supone que la gente cree que en internet aquellos que ofrecen bienes o servicios no cobran, los regalan o los ofrecen siempre a precios irrisorios y muy por debajo de su coste real. En resumen, el problema no es que alguien use este tipo de mensajes para lograr registros. El problema es que a la gente le sirven y, lo que es peor, a las bodegas (en sentido general) no les importa. Un mensaje en la web afirma que si uno se registra podrá beber gratis en bodegas de toda España y no le importa a nadie. A nadie.
Por otra parte, esto no es nuevo. El enoturismo, como  forma sencilla para acercar la cultura del vino a visitantes de toda España, pisa fuerte en múltiples zonas pero cojea en una cuestión; el reclamo principal está en lo mucho que uno puede beber de diferentes vinos. No, no lo mucho que puede "probar", "catar" o conocer, no. Digo lo mucho que se puede "beber". Muy pocos escupen en las visitas a 5 euros a bodegas cooperativas de toda España. Te ponen vino, en cantidad, y tu te lo tragas. Y esta actitud tiene un precio, y no es pequeño. Da la sensación, aunque la realidad pueda desmentirlo, de que en realidad el vino que se ofrece al visitante no cuesta nada. Es gratis, demonios. Aprovechémonos.
Es en cierto modo solo un clavo mas del ataúd. Hace unos días  Tao Platón compartía en twitter esta información de la web de la revista Marie-Claire  bajo el epígrafe "Vinos para una bodega clásica". Para empezar, yo titularía mejor la historia como "Vinos para una bodega rica" porque de la selección propuesta solo un vino baja de 20 euros por botella, dos se quedan en ese precio y la mayoría supera (con creces) los 40.
De hecho, una botella de cada uno de los vinos propuestos por la "especialista" de la revista, son 10,  supondría que la bodega "clásica" rondase un importe cercano a los  1900 euros. Si si, dos mil pavos. Una botella de cada. Esto es fomentar el consumo y el resto son hostias.
Hay mucha mitología de mercadillo en el mundo del vino. Este artículo, lo de ofrecer vino gratis, son solo síntomas de una realidad patente solo para quien rebusca y oculta para el público en general. El vino necesita el mito, precisa del glamour, de la mística, si. Pero, de igual modo, es obligatorio que se devuelva el consumo a su realidad práctica. Hay que vender vino, hay que cobrar ese vino y hay que revertir ese cobro en ingresos y nuevas inversiones. Es así, si, pero tiene mucho mas. Porque sin la mística, sin el glamour, el vino que hace Pepito de su pequeña finca, de donde salen unas 20.000 botellas que le cuestan unos 2,10 euros la unidad no puede competir en ningún terreno ni circunstancia con el vino de Bodegas Marques del Marquesado (nombre supuesto) que elabora un millón de botellas que le cuestan unos 60 céntimos cada una. Si, llenas de vino.
Así que lo de las uvas felices, lo de levitar tres centímetros por encima de la viña mientras se aulla a la luna, lo de sacarse fotos divertidas, o esotéricas o hacer el mamarracho es solo una parte mas del marketing necesario para que Pepito venda su vino a un precio regular y el mercado lo descubra. Ojo, lo descubra, no "lo valore". Eso no tiene ninguna relación con el vino. Eso hoy lo deciden otros.
Ahora, la calidad no es cara. Eso dicen, al menos, aunque quien lo dice cobra un pastón por los menú degustación en su restaurante. Pero da igual. Su imagen es conocida, valorada como sinónimo de calidad y prestigiosa y eso es lo que vende. La calidad, por lo tanto, no es importante. De hecho, es lo menos importante porque la calidad la cualifican y cualifican los gurús, las guías y ciertos medios y personas que han logrado posicionar su opinión como la que decreta y determina que un vino es bueno o "vale lo que cuesta", en lenguaje económico.
Estos dos elementos, por lo tanto, viajan juntos, si, pero en paralelo. El vino es o no popular, conocido, demandado, interesado.... y, a parte, es bueno o no en función de puntos, opiniones o twitts. Así de simple. Y por mucho que un colectivo concreto de consumidores informados, de amateurs o "frikis" se esfuerce en desmentir cuando así lo considera esas opiniones del "establishment" de turno, la cosa es tal y como la estoy describiendo. A unos les va bien con este sistema, a otros no tanto y a algunos ni les va ni les viene. Pero es un sistema abonado al fracaso a largo plazo, corrupto por definición y viciado. El consumo interior cae año tras año de forma inexorable y lo hace, entre otras razones, por la afirmación de que un vino del que se hacen 3000 botellas es igual que otro del que se hacen 3 millones. Ni mejor ni peor, igual. Y no lo es. No-lo-es.
Para terminar, quiero hacer referencia a este post del amigo Mariano Fisac sobre el Silius que elaboran en Quiroga (Lugo) dentro del territorio de la DO Ribeira Sacra los de Atrium Vitis. La historia merece una lectura, sobre todo ahora, tras la salida de la DO Rioja del mastodonte Artadi (tres millones de euros de facturación anual). Esta gente, los del Silius de 2014, que antes se llamó de otra manera y tuvo contraetiqueta decidieron que los limites de su perversión personal estaban en el análisis de su tinto de 2014, que al no cumplir los parámetros de la DO no podía pertenecer a ella. Y no. Dijeron que no. Arriesgaron, porque cambiaron de nombre a su vino y lo sacaron al mercado sin contraetiqueta, pero les salió bien. Podía haberles salido mal.
Podían haberse "comido" el vino y arruinarse (mucho o poco), pero se habrían arruinado dignamente. Sería un drama, seguro, pero un drama digno, de quien prefiere no vender el vino antes que atiborrarlo de cosas para cumplir unos criterios. Y no pasa nada de nada. Nada. Y el vino en cuestión no es, por supuesto, ni mejor ni peor que otros por este gesto. Y sus autores no son ni mejores ni peores viticultores o bodegueros, para nada. Simplemente, a partir de este gesto, cuando yo y otra media docena de personajes vemos en un estante ese vino pensamos; "anda mira, este vino... "
Este vino.....