Black Mirror y Her han tenido un impacto especial en el cine. El realismo futurista, vinculado siempre a la distopía, adquiere ahora un matiz particular. Tras alcanzar los albores del nuevo milenio y viendo rotas las promesas sobre coches voladores y ciudades en la Luna, la ciencia-ficción ha adquirido un matiz más cercano a la tecnología que ha más ha revolucionado nuestros tiempos: las tecnologías digitales. Spike Jonze lo tenía presente a la hora de hablar sobre las relaciones humanas y la soledad entre la multitud. Como en Lost in translation, Her da la esperanza de encontrar consuelo y amor en donde menos te lo esperas. Zoe parece ir por el mismo camino, pero ni siquiera llega a rascar la superficie.
El transhumanismo tiene una particular representación dentro de la ciencia ficción. Cyborgs, androides y/o inteligencias artificiales a menudo van unidos a la reflexión sobre el siguiente estado del ser humano, pero también sobre la propia esencia del mismo. Zoe (Léa Seydoux) tiene la misma crisis de identidad que Rachel al darse cuenta de que se trata de un ser artificial. Los recuerdos almacenados, ¿qué son ahora? Meros datos. Blade Runner trabaja este tema de forma constante. En cambio, Zoe apenas lo menciona. La dinámica en la película ronda siempre entre los mismos conceptos: el amor entre dos entes de distinta condición, la artificialidad de las relaciones humanas en el siglo XXI, la capacidad de sentir como característica humana… Nada que no hayamos visto antes en Her, por no alejarnos demasiado. El problema no está en la repetición (fijémonos en What Keeps You Alive), sino en el tratamiento de sus temas. Como si de un envoltorio brillante, el guión de Zoe escupe sin más frases e ideas sin que los protagonistas se las crean. No llegamos a entender por qué la pareja protagonista se quiere, no llegamos a ver por qué Cole actúa como lo hace, ni siquiera en los giros de guión se entiende lo que ocurre a nivel emocional entre los personajes porque o no se demuestra o no se comprende. Lo único que el espectador aprecia es que se lo pasan bien un tiempo y luego no. Al final, el mensaje resulta tan artificial como sus personajes, forzándonos a pasar demasiadas cosas por alto.
Podría achacar el problema al ritmo frenético de la cinta, que apenas deja espacio a que sus personajes actúen como deberían más allá de poner caras largas. Sin embargo, me inclino a pensar que dicho ritmo es fruto de la precariedad. Zoe es una caja vacía, pero ni siquiera una bonita. Los momentos románticos, con poco que destacar, son llevados sin más como en tantas otras películas. La realización prima más que la dirección; la cámara al hombro y la naturalidad dan poco de sí a la hora de crear imágenes llamativas, y el montaje, a ritmo de la típica música al estilo de M83, acelera la película de forma práctica, al contrario de maestros en ese aspecto como son P. T. Anderson o Christopher Nolan, que persiguen el clímax.
Son muchos los temas en los que podría haber profundizado, como la interesante droga del amor. Son muchos los recursos que podría haber utilizado si el tiempo y la imaginación hubieran dado de sí. Son tantas las cosas en las que podría haberse mejorado para que Zoe no fuese más que la maltratada sombra de un género que me da lástima.