El Bosque de HierroTAONOS (XI)Nueva Fantasía Heroica11 de 23
Antes del anochecer, cuando el sol se esconde tras las sierras y apenas ofrece un mundo en penumbras,
la vanguardia llegó a los Bosques de Hierro. Grandes rocas y abetos gigantes flanqueaban la senda como antiguos vigías. La luz moría. Era el momento de pensar en la noche y encender hogueras que calentaran los pies fríos de los soldados.—Todavía no reposéis, noble Ciros, pues más allá se abre un claro en el que encontraréis una fuente de hierro.
Ciros se giró y gritó a la tropa:— ¡Seguidme!Prosiguieron la marcha, casi sin ver donde pisaban. Antes de llegar al claro, uno de los hostigadores que protegían el grueso de las fuerzas, exclamó: «¡Nos atacan!». Como si hubieran surgido de la misma tierra, los hombres salvajes acuchillaban las piernas de los soldados grises. La sorpresa y la confusión se incrementaron por el desplome de rocas y tierras desde una pendiente aguda que cerraba la derecha del camino, un alud que cegó a los hombres y escondió a sus atacantes. Ciros desenvainó, tosiendo, yendo a derecha e izquierda, protegiéndose los ojos. Algo lo agarró por los tobillos y sin dudar descargó su espada, que tajó el brazo de un salvaje.—¡Señora! ¡Aresha!—¡Me llevan! ¿Dónde estáis? Ciros se lanzó hacia la voz, sin ver, despreciando la posibilidad de hallar una daga en sus entrañas. La volvió a oír, y volvió a correr a tientas entre la nube de arena y polvo que los rodeaba.No obtuvo respuesta. Dejó caer la espada al suelo, dominado por la desesperación. La arenilla y el polvo de nieve se fueron posando y los hombres del bosque se retiraron, a la vez que el gobernador llegaba a la carrera desde la retaguardia.—¡Ciros! ¡Señor! ¿Os han herido? Éste no respondió. A su alrededor se hallaban los cuerpos de algunos hombres y de los salvajes caídos.
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Fantasía Heroica, Taonos