Si una película consigue transportarte al antiguo Egipto, os aseguro, que es esta. Cuanto difícil pudo haber sido gobernar para algunos Faraones, en un imperio plagado de costumbres religiosas. Uno comprende quizás un poco mejor, el porque Akenatón rompió con todo, dejando el culto a un solo dios, restándole el poder a los sacerdotes.
LOS SACERDOTES EN EL ANTIGUO EGIPTO
Una de las cosas más curiosas del antiguo Egipto es que se trataba de una civilización en la cual sólo una persona podía ejercer como sacerdote: el faraón. Los egipcios creían que era el único ser humano capacitado para entrar en comunicación con los dioses.
Seguro que estáis pensando que algo falla, ¿cómo era posible si resulta que todo el valle del Nilo está repleto de templos? ¿Acaso nunca se celebraban ceremonias en ellos? ¡El faraón no podía estar en todas partes a la vez! Bueno, la verdad es que el faraón no realizaba personalmente las ceremonias de los templos. En realidad lo que hacía era dejar que otras personas lo hicieran en su nombre. Por esa razón en las paredes de los templos nunca aparecen representados sacerdotes. El único al que se ve adorando a los dioses es al faraón. Era un modo de dejar claro a todo el mundo que si bien los sacerdotes ocupaban el puesto del faraón, era porque éste así lo había querido y que, en realidad, sólo el rey podía comunicarse con los dioses.
Las obligaciones de los sacerdotes egipcios no eran muy pesadas, en principio sólo tenían que realizar la ofrenda divina una vez por la mañana y otra vez por la tarde. El ritual llevaba su tiempo y antes de entrar en el sanctasanctórum (así se llama la habitación al fondo del templo en donde estaba la estatua del dios, guardada dentro de un pequeño armario de piedra con puertas de madera) tenían que purificarse: afeitarse la cabeza, enjuagarse la boca con agua, con sal y bañarse en el lago sagrado del templo.
A pesar de lo aburrido que pueda parecer tener que repetir esto dos veces todos los días, ser sacerdote tenía sus ventajas, pues después de presentarle las ofrendas al dios del templo, los sacerdotes ¡se las repartían entre ellos! Era el modo que tenían de cobrar su salario. En realidad, los sacerdotes egipcios eran unos privilegiados y era un puesto que muchos deseaban y que en el caso de los templos más importantes de Egipto (el del dios Ra en Heliópolis y el de Amón en Tebas) el faraón permitía ocupar sólo a personas de su confianza.
No obstante, el trabajo de los sacerdotes no se limitaba a realizar esta ceremonia. Había ciertos sacerdotes que se encargaban de estudiar el cielo por la noche, vigilando las estrellas, las constelaciones y demás, de este modo podían llevar con exactitud el calendario y sabían en qué día estaban y cuándo había que realizar determinadas fiestas.
Este tipo de sacerdote, que podía ver al dios y cuidaba de su estatua, no era el único que había en Egipto. Existían otros que realizaban tareas diferentes, tareas que no eran obligación del faraón.
El más importante era el «sacerdote funerario», que realizaba las ofrendas necesarias para que una persona muerta pudiera seguir viviendo en el Más Allá; se encargaba de mantener vivo el culto a los muertos y por ello cobraban un salario.
Uno muy importante era el «sacerdote lector». Como resulta que en Egipto había muy pocas personas que supieran leer (aproximadamente una de cada cien) era necesario que una de las que sí sabía se encargara de ir leyendo de un libro (bueno, en realidad de un rollo de papiro) los diferentes textos y los distintos pasos que había que dar para que un ritual se realizara adecuadamente; sólo así eran efectivos.
Como veis, los sacerdotes egipcios no se parecen mucho a los sacerdotes modernos.
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