Oskar Werner y Julie Christie.
Este blogger ya se había planteado lo que posteo aquí, más adelante, y por olvido, por pereza, no lo sé, no había escrito la sensación que me produce Farenheit 451 en nuestra época. Y hablo tanto de la novela de Bradbury como de la adaptación al cine que haría Truffaut. El escritor español Rafael Argullol realiza un análisis al respecto. Me has ganado en escribirlo Argullol, pero mejor que fue así:
El otro día -quizá como preparación del día de Sant Jordi- emitieron en televisión Fahrenheit 451, película de François Truffaut sobre el relato de Ruy Bradbury. Se trata, ya saben, de la escenificación de un mundo en que los libros son perseguidos y quemados por parte de un cuerpo singular de bomberos que, en lugar de apagar incendios, se dedica a propagarlos, siempre que haya letra impresa por medio. Con algún anacronismo, la película conserva una gran intensidad visual. En cuanto a su diagnóstico profético, le sucede lo mismo que a las novelas de Orwell y Huxley: acierta en cuestiones esenciales, aunque es incapaz de prever los grandes cambios tecnológicos. Eso le otorga un cierto aire naïf tanto al contrastar la maldad como al sugerir la resistencia al mal.Al contrario de lo que pronostica la película, como demuestra festivamente el día de Sant Jordi, estamos rodeados de libros, aunque en su mayoría nunca serán leídos y con mucha probabilidad, serán destruidos sin que ningún lector haya asomado la nariz en ellos (bajo la dictadura de la novedad los editores se han convertido, ellos mismos, en destructores sistemáticos de sus propios libros).
Lo curioso del caso es que, aun disponiendo de tantos libros, nuestros contemporáneos tienen la misma mentalidad que los habitantes de la película de Truffaut: en ambos casos se trata de una rabiosa necesidad de ser analfabetos, pese a que la sociedad haya gastado tanto en su alfabetización. Nuestros contemporáneos, como aquellos personajes ficticios, sienten miedo y desdén por los libros pese a que un día al año se sienten pródigos y compran un libro preferentemente televisivo. El olfato de Truffaut funciona con lustros de antelación: la verdad está en el marco publicitario que alecciona a los analfabetos a través de la pantalla.
La voluntad tenaz de analfabetismo coincide con la obsesión de unos seres humanos que creen que la felicidad reside en un igualitarismo por abajo. "Cuanto menos personas más felices seremos". Un buen lema antiilustrado que preside la película de Truffaut y nuestra vida social. Entre Sant Jordi y Sant Jordi, todo un año de Fahrenheit 451 en los cerebros.