Fascinación Por Egipto

Por Ciencia
Los recientes descubrimientos en Egipto han hecho remontar en el tiempo el registro de su civilización más allá de la construcción de las pirámides», publicaba National Geographic en el primer artículo que dedicó a la tierra de los faraones. Corría el mes de noviembre de 1901, y el texto daba a conocer el trabajo de William Flinders Petrie en Abydos, donde el arqueólogo británico investigó, entre 1899 y 1904, trece tumbas reales correspondientes a los últimos predinásticos y a las  I y II dinastías. Desde la publicación de aquel temprano artículo sobre Egipto, las páginas de la revista han informado a lectores de todo el mundo sobre los descubrimientos que se han sucedido en el país del Nilo, en varios casos fruto de proyectos respaldados por la misma Sociedad. El trabajo de los egiptólogos ha experimentado grandes cambios desde las excavaciones de Petrie. La alimentación, por ejemplo, es hoy mucho más variada: ya no se reduce a las latas, a menudo caducadas, que aquel ofrecía a quienes lo visitaban en el yacimiento arqueológico; aunque la arena, hoy como entonces, sigue posándose sobre los alimentos que uno se lleva a la boca cuando está al aire libre. Por supuesto, también ha cambiado la tecnología de que disponen los científicos. Pero sobre todo ha cambiado la relación de los egiptólogos con el país donde desarrollan su labor, y el propio sentido de esta. Durante más de 40 años, Petrie trabajó según un sistema que permitía a los arqueólogos quedarse con una parte de sus hallazgos, piezas que finalmente iban a parar a manos de los mecenas privados o las instituciones que esperaban recibir hermosas obras de arte a cambio de su aportación pecuniaria. Pero en 1922 Egipto dejó de ser un protectorado británico para convertirse en Estado independiente, y en adelante pasó a ejercer el control de las antigüedades. Todas las excavaciones estarían bajo la supervisión de la Administración egipcia, y todos los hallazgos pertenecerían a Egipto y permanecerían en el país, salvo en los casos en que las autoridades decidieran hacer una excepción. Si la independencia de Egipto contribuyó a poner fin al expolio del rico pasado faraónico, la arqueología comenzó a moverse en la misma dirección: su propósito ya no era cobrar piezas extraordinarias, sino reconstruir la historia en todas sus dimensiones, desde los aspectos más modestos de la vida cotidiana hasta los gloriosos reinados de los soberanos. Para ello podían resultar decisivos simples fragmentos de cerámica, una humilde fuente de información que al metódico Petrie le permitió fijar la cronología anterior a la era de las pirámides. Ahora los arqueólogos estaban al frente de equipos que documentaban meticulosamente cada uno de sus pasos, puesto que la excavación de un yacimiento supone, en la práctica, su desaparición. Pionero en esta labor fue Howard Carter, quien dedicó diez años a excavar la tumba de Tutankamón y a documentar sus hallazgos con extrema minuciosidad.
National Geographic Society ha prestado un apoyo decidido a esta concepción de la arqueolo­gía, perfectamente compatible con el escalofrío de emoción que suscitan los grandes descubrimientos. Así, en 1998 ofreció las páginas del magazine a Kent R. Weeks, profesor de la Universidad Americana de El Cairo, para que relata­ra su apasionante experiencia con la tumba KV5, en el Valle de los Reyes. En 1825 ya había visitado la sepultura el viajero inglés James Burton, quien cavó un túnel hasta las tres primeras cá­­maras, y posteriormente la examinaron Carl Richard Lepsius y el propio Howard Carter en 1902, aunque este consideró que no contenía nada de importancia. Posteriormente su entrada desapareció bajo los escombros y el lodo, pero la tumba no cayó en el olvido. Weeks, que había promovido el proyecto de cartografiar el conjunto funerario del Valle de los Reyes y trazar las plantas de sus tumbas, se dispuso a localizarla y excavarla. En 1989 halló la entrada de la que es la mayor tumba jamás construida en la necrópolis tebana: el gigantesco mausoleo subterráneo destinado a acoger los restos de los hijos del faraón Ramsés II, donde ya se han despejado más de un centenar de cámaras y corredores de los más de 200 que podría llegar a tener. La informática, una herramienta que ha pasado a ser fundamental en la labor cartográfica de Weeks, permitió a Ray Winfield Smith acometer desde 1966 un proyecto pionero en su género, auspiciado por la Universidad de Pennsylvania e IBM: la reconstrucción virtual de los templos que el rey Ajnatón levantó en Karnak a su dios Atón. Los recintos habían sido desmantelados por los soberanos posteriores, que restauraron el culto tradicional de Amón, y sus bloques de pie­dra se utilizaron para otras construcciones. Pero nosotros podemos contemplar esos templos desaparecidos después de que un ordenador ensamblara las fotografías de unos 35.000 fragmentos de piedra en un rompecabezas colosal. Así lo explicaba el mismo R. W. Smith en la revista de noviembre de 1970: «Mediante las fo­­tografías de los rostros esculpidos en estos bloques, y la ayuda de un ordenador, hemos hecho coincidir miles de piedras y hemos visto cómo soberbias obras de arte cobraban forma de nuevo después de miles de años desvanecidas».
Si la Sociedad contribuye a recuperar, estudiar y dar a conocer lo que desapareció, también ayuda a conservar lo que aún perdura. En 1966 y 1969, las fotografías de George Gerster publicadas en la revista dieron testimonio del más hercúleo esfuerzo nunca puesto en marcha para preservar el legado de la historia: el traslado de los dos templos que Ramsés II excavó en Abu Simbel, a fin de evitar que quedaran sumergidos por el lago que debía formar la nueva presa de Asuán. En la actualidad, la prioridad máxima es la conservación: en 1987 la Sociedad contribuyó a confirmar la existencia de una segunda barca solar enterrada junto a la pirámide del faraón Keops en Gizeh. Tras su localización, la cámara fue sellada y permaneció sepultada hasta 2012, cuando pudo empezar a excavarse con seguridad. Gracias a investigaciones como esta conocemos cada vez mejor el Egipto faraónico. Un conocimiento que National Geographic pone al alcance de todos los lectores con su nueva colección Historia, la más fascinante ventana que hoy se abre al pasado.
Fuente: nationalgeographic ZONA-CIENCIA