La única antítesis conocida del fascismo es la libertad.
La izquierda grita "Que no vuelva el fascismo", pero el fascismo ha vuelto, ahora teñido de rojo socialista, pactado con los que quieren romper España, mimando a los asesinos de ETA, indultando a golpistas y corruptos, asaltando el Poder Judicial, expoliando al ciudadano con impuestos, sometiendo a los medios de prensa, convirtiendo a los políticos en reyes y engordando cada día más el Estado.
Hay rasgos típicamente fascistas que tienen plena vigencia en la España de Sánchez, como las mentiras del poder, el expolio vía impuestos, el asesinato de las clases medias, el deterioro de la democracia y la opacidad en el ejercicio del poder, entre otros.
A Pedro Sánchez no le tiembla el pulso ni siente vergüenza cuando miente o engaña. A Hitler le ocurría lo mismo. Para llegar al poder hizo decenas de promesas que después no cumplió, casi tantas como Pedro Sánchez.
Pocas cosas son tan fascistas como hipertrofiar el aparato de propaganda, someter a los medios de comunicación, usar esos medios para adoctrinar y manipular y controlar la Fiscalía y la Justicia, rasgos todos ellos desarrollados por el sanchismo.
Los pactos sanchistas con enemigos de España, golpistas y hasta amigos del terrorismo, sin otro fin que gobernar, son fascismo puro, como también lo es el uso arbitrario que Sánchez hace de las subvenciones y del dinero público, siempre al servicio del poder, nunca del bien común.
El último movimiento del sanchismo, el traslado a cárceles vascas, para que allí gocen de amplias libertades, de asesinos etarras atiborrados de sangre, como Henry Parot, sin otro fin que complacer a sus socios de BILDU, son puro fascismo.
En la España de Sánchez, el fascismo no es una amenaza, ni un peligro, sino una realidad llena de vergüenza y dureza.
Francisco Rubiales