Los procedimientos democráticos, la mayor parte de las veces, no son sino el instrumento del que se valen los fascistas para hacerse con el poder.
Porque la democracia es uno de las mayores engañabobos que existen.
Su etimología es sólo eso, un juego de palabras: demos, pueblo, y cratos, poder, o sea poder del pueblo, para el pueblo, por el pueblo: esto es lo que dijo de ella aquel inmenso visionario que fue Abraham Lincoln, uno de los presidentes Usa asesinados-¿por qué todo presidente que realmente resulta ser demócrata allí son asesinados?-pero éste hombre que, además de demócrata, era un perfecto insensato, creyó realmente en lo que decía de modo que no tenía otro remedio que acabar así.
A Kennedy, el pobre, le pasó lo mismo y a su hermano y continuador, los Usa son un pueblo demasiado peligroso para los demócratas, por eso hay tan pocos allí realmente.
Pero ya me he ido otra vez más allá de Úbeda, volviendo al tema yo quería escribir hoy sobre ese inmenso fascista que es Rajoy.
Rajoy, como Fraga, es un irredento admirador del Caudillo. Todo lo que ha leído, aparte del Marca, son las obras del que fue mentor de Franco, Gonzalo Fernández de la Mora, y para este señor sólo había una manera de hacer política: el nazifascismo.
Le dedicó a nuestro pequeño Führer a fin de que fuera su libro de cabecera, su obra cumbre: El crepúsculo de las ideologías, no es raro, pues, que aquel asombroso genio que gobernó España milagrosamente le dijera a uno de sus ministros, recién nombrado: “Y, por favor, Fulanito, haga v. como yo: no se meta nunca en política”.
Ésta es la base esencial del nazifascismo: para gobernar no se necesita ninguna clase de ideología sino fuerza, mucha fuerza, toda la fuerza bruta que se pueda acumular.
Anoche, mientras hacía como que cenaba, vi en la tv uno de esos discursos que Hitler propinaba a su gente y sentí un escalofrío del que hoy todavía no me he repuesto. Me reafirmé, creo que defintivamente, en mi idea básica de que el hombre es una puñetera mierda pinchada en un palo.
Porque no es posible que, de otra manera, millones de personas caigan en la fascinación que les producen unos tipos que no sólo en el fondo sino en la más superficial de las apariencias eran absolutamente rídículos: el bigotito de Hitler, los pantalones bombachos de Mussolini y el gorro cuartelero de Franco, por sí solos hubieran bastado para descalificar a estos hombres no ya para dirigir un país sino tan siquiera un estanco.
Y, sin embargo, sucedió, tal como ahora está sucediendo otra vez, que una ola incontenible de nazifascismo asola a Europa y al norte de América.
Y los hombres, y las mujeres, neonazifascitas, están también ahora marcadas por el estigma de la zafiedad inconfundible.
No es de recibo que a Europa la maneje a su antojo una especie de fantoche hermafrodita que ni siquiera usa faldas y otra acicalada tipa que parece el anuncio de Vogue, ambas son, en su apariencia, tan ridículas ahora como en aquellos tiempos lo fueron Hitler, Mussolini y Franco.
Y luego están esos personajes secundarios que sin embargo detentan el supremo poder en sus naciones.
Por supuesto que todos ellos son nazifascistas puesto que tienen una concepción del Estado como una antigualla que sólo hay que utilizar para acabar de alienar a las masas. Los pueblos y mucho menos aún los individuos ni siquiera existen, sólo lo hace el Capital, concepto curiosísimo en unos tipos que abominan de Marx.
"Money, money, money", el dinero es lo único por lo que vale la pena luchar en el mundo y a fuer que llevan esta idea hasta sus últimas consecuencias.
No hay ciudadanos, o sea, hombres de carne y hueso con una capacidad infinita de sufrimiento, ni países, ni ideologías ni leches. Sólo existe un dinero absolutamente intransitivo que no se sabe, al fin, para que sirve porque los que lo tienen sólo pueden comer tres veces al día y dormir una sola vez por las noches.
De modo que una vez que Anita Jaguar Mato, tiene ya su buen coche, en el garaje, y el mejor de los aparatos de rayos para tostarse, ¿para qué coño quiere más, como ese engendro del mismísimo demonio, el condenado faraón, si ya se ha gastado él sólo más que todo el resto de alcaldes de España juntos, qué más quiere?
El poder, coño, el poder absoluto, la droga más adictiva que existe, todos ellos quieren ver como los pobres sufren mientras ellos flotan por esos paraísos artificiales de la locura más insensata porque, al final, no les debiera de caber ninguna duda, todo esto explosionará por algún sitio y nos llevará a todos, justos y pecadores, al mismísimo carajo.