Fascismos, neofascismos y caldos de cultivo
Por Lparmino
@lparmino
Fotografía Vitaliy Ragulin - Fuente
En el espectro político, lleno de matices, colores y siglas, se ha tendido a desvirtuar el término “fascismo” alterando el significado originario de la palabra para convertir ese antiguo ideario en un arma arrojadiza de controvertidas consecuencias. Esta híper – ampliación conceptual ha procurado que el ideario fascista se haya asimilado con cualquier forma de totalitarismo; e, incluso, con cualquier forma de pensamiento contraria a la esgrimida por quien use el término en cuestión. Nuestros políticos y sus voceros no tienen ningún reparo para llenar sus discursos y peroratas de “fascismos”, “fascistas” y “fascistoides” a la mínima de cambio para referirse al adversario político. Sin embargo, pese a ese abuso en la política actual que ha desvirtuado el significado primigenio de un término peligroso y de negras resonancias por un pasado temible no tan lejano, no es menos cierto que algunas premisas básicas que han puesto las bases de los “fascismos”, en sentido amplio, responden a un lógica recurrente que puede explicar, en parte, el actual ascenso de los extremismos y las posturas radicalizadas en el panorama europeo actual.
Manifestación de España 2000
Valencia, 9 de octubre de 2012
Fotografía: Luis Pérez Armiño
Los fascistas italianos habían planeado una espectacular toma del poder mediante una marcha multitudinaria de los “camisas negras”, fuerza paramilitar del Partido Nacional Fascista italiano, que tendría lugar el día 28 de octubre de 1922. Sin embargo, la temeraria acción resultó un fracaso, lo que no impidió que Mussolini se convirtiese en jefe del Estado el día 30 del mismo mes (a este respecto, es de gran interés la información contenida en la página Web de Artehistoria). En efecto, los fascistas tomaron las riendas del país gracias a la ineptitud de la clase política italiana, entregada a las intrigas y los juegos de intereses partidistas y personales, y la aquiescencia de Víctor Manuel III. Posteriormente, en una Alemania brutalmente azotada por una crisis económica devastadora, el Partido Nacional – Socialista Obrero, encabezado por un antiguo veterano de la Primera Guerra Mundial, Adolf Hitler, triunfaba en las elecciones de 1933 tomando el control del Gobierno alemán. El posterior desarrollo de los regímenes de corte fascista y totalitario, incluyendo el español con sus peculiaridades, marca el episodio de brutalidad más descarnado de la historia contemporánea. Fuera de consideraciones en torno a lo apropiado o inexacto del término “fascismo” para aplicarlo a movimientos extremistas en la actualidad, no se puede negar el ascenso de determinadas posturas que podrían encuadrarse con facilidad dentro de la derecha más extrema. Uno de los casos más recientes, el del partido griego Amanecer Dorado, ha sorprendido por la violencia desarrollada, tanto en su discurso fanático y exacerbado, lleno de proclamas xenófobas, como en las calles, con grupos de matones que recorren las ciudades griegas amedrentando a la población inmigrante. De hecho, como muy bien señala Xavier Casals en su blog sobre extremismo y democracia, una de las principales lecciones que debemos tomar en consideración sobre los resultados de las últimas elecciones griegas es que la “imagen agresiva” de estos grupos “amplificada por los medios de comunicación” no tiene porque perjudicarlos. Si Grecia ha sido el más elocuente escenario del ascenso de determinados grupos radicales asociados a la idea general de fascismo o extrema derecha, esta tendencia es prácticamente general en toda una Europa azotada por una crisis sin solución aparente.
Manifestación de España 2000, Valencia
9 de octubre de 2012
Fotografía: Luis Pérez Armiño
El actual descrédito del panorama político europeo se ha convertido en caldo de cultivo perfecto para el crecimiento de este tipo de grupos. Es evidente el desgaste de las instituciones democráticas tradicionales nacidas al amparo de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial y la falta de confianza de la sociedad en la clase política actual, sacudida por mil y un casos de corrupción. Al pernicioso ambiente político se suma la inestabilidad financiera que, de la noche a la mañana, ha provocado un caos económico de consecuencias imprevisibles que ha repercutido sobre amplios sectores sociales. La especulación y un complejo financiero etéreo son la supuesta causa de un rápido incremento de los niveles de pobreza en muchos países. Mientras, las autoridades que deberían poner freno al deterioro alarmante de los niveles económicos no han hecho más que demostrar su ineptitud para hacer frente a todos estos males, en muchas ocasiones haciéndose encubridores de los mismos intereses causantes de la machacona crisis.
Manifestación de España 2000
Valencia, 9 de octubre de 2012
Fotografía: Luis Pérez Armiño
La crisis puede degenerar políticamente en unas consecuencias que van más allá del simple descalabro de las formaciones que tradicionalmente se han repartido el poder. Ya no se trata del fin del bipartidismo antes perpetuo tan habitual en la política europea ni del surgimiento de nuevas corrientes de opinión que definan nuevos escenarios y novedosas formas de acción política. Una de las consecuencias más funestas de la actual crisis puede describirse en el resurgimiento y afianzamiento de grupos de extrema derecha e inspiración “fascista”, de tendencias totalizadoras y excluyentes, que han encontrado en el actual contexto político y económico el caldo de cultivo más adecuado para enfervorizar a las masas mediante recursos paternalistas y estúpidos en nombre de conceptos tan perniciosos como la nación, la religión o la raza, y que apelan al recurso negativista basado en el odio del otro.En estos días, la clase política tradicional se lleva las manos a la cabeza y trata de demonizar novedosas formas de expresión e innovadoras corrientes de opinión que tratan de canalizar de forma original el descontento social. Sin embargo, los políticos aferrados a sus sillones deberían temer más a los viejos fantasmas del pasado.Luis Pérez Armiño