FATIGA INCENDIARIA
Publicado en Levante, 15 de julio de 2012
Estos días, ando pensando en los muchos que se encuentran perdidos en el marasmo de noticias, reportajes, artículos, etc., sobre los recientes y desgraciados incendios que nos han asolado, y desolado casi una cuarta parte de nuestra provincia.
Mucho se ha escrito, pero observo poca reflexión; y bastante componenda. Unos atacando, otros defendiendo. Explicaciones para todos los gustos. Hasta incluso hay quien afirma que esto se debe al crecimiento de la población, en un tic neomalthusiano: ¡la realidad es precisamente la contraria! Lo que se ha quemado corresponde a poblaciones escasamente habitadas. Por poner un solo ejemplo, y según el INE, Dos Aguas, en 1930, tenía 1.133 habitantes; hoy día, residen 565. Por tanto, hace 50 años, en esas poblaciones, estaban censadas el doble de población y con gente joven; y no como ahora, que son la mitad, ancianos y sin apenas regeneración poblacional. Disparates. Ya lo siento. Es que de todo lo que he leído –y no ha sido poco- lo más sensato lo han dicho algunos brigadistas antiincendios a propósito de preguntas de cómo con 1.800 personas y 40 medios aéreos sobre el terreno no se pudo controlar el fuego. La respuesta no deja resquicio: un fuego de esas características no hay forma humana de controlarlo en las condiciones en que se dio y cómo se dio.
Hace unas semanas fui por varias zonas de excursión, algunas de las que se han quemado. Pude comprobar con mis ojos el desastroso estado de abandono de nuestros montes. Resultaba pavoroso. Está hecho unos zorros y las condiciones, por el actual año de sequía, eran espectaculares para que se produjera lo que se ha producido.
¿Cómo se puede remediar? ¿Qué podemos hacer para prevenir estos desastres de cara al futuro y que nuestros hijos y nietos puedan disfrutar lo mismo que disfrutaron nuestros abuelos y bisabuelos? La respuesta, en mi opinión, es que hay que regresar a una selvicultura como la que hubo durante siglos. Entonces no había brigadistas, medios aéreos de prevención, todoterrenos y camiones cisterna de bombeo… y, sin embargo, los montes no se quemaban, al menos como ahora: grandísimas extensiones y de forma totalmente descontrolada.
Pues eso: hay que ser más humildes y preguntar a los abuelos y bisabuelos de los pueblos cómo los lugareños cuidaban antaño lo que consideraban que era suyo y de lo que obtenían unos beneficios, quizá de subsistencia, pero que cuidaban con mimo. Hoy no sucede esto: pensamos en grandes medios, grandes recursos, grandes espacios naturales que, por ley, protegemos. Y no sirve de nada a la hora de la verdad. Algo se ha hecho mal, desde hace décadas, en la política forestal. ¡Es tan difícil darse cuenta! Porque supone dar al traste con tantas supersticiones, prejuicios ideológicos, simplezas… No tenemos alternativas: o cambiamos, o nuestros nietos seguirán viendo unos montes desolados, pelados, deforestados, medio desertizados, que nosotros les habremos dejado.