Se trata, además, de una reforma que desequilibró en perjuicio de los trabajadores la negociación colectiva, el ámbito natural para que empleados y empresarios pacten las condiciones de trabajo, incluidas las relativas al horario. Por eso, la grandilocuente propuesta de la ministra apelando a un pacto nacional resulta algo forzada y fuera de lugar. Hay, no obstante, algo mucho más complicado de cambiar que la reforma laboral si queremos acabar algún día con una jornada de trabajo de sol a sol aunque eso no nos haga más productivos que nuestros vecinos europeos.
Es la arraigada cultura laboral de un país en el que quien se va a casa antes que el jefe es un gandul merecedor de entrar en la lista del próximo expediente de regulación de empleo. Esto nos lleva a pasar horas y horas en el puesto de trabajo perdiendo literalmente el tiempo sin aportar nada a la empresa, sólo nuestra sin par presencia de currito abnegado.
A la ancestral costumbre de pasarnos media vida en el curro, hay que añadir la no menos arraigada desconfianza en el trabajo en casa que permiten las nuevas tecnologías de la información que, sin embargo, sí usan cada vez más las empresas para mantener al trabajador siempre atado a sus obligaciones laborales. Con todos estos ingredientes más lo que supone ser un país turístico y los horarios que ese hecho implica, tenemos una radiografía de la jornada laboral en España mucho más compleja y que va mucho más allá de la hora a la que plegamos que tanto preocupa a Báñez.