Fe y cultura en el proceso evangelizador de américa y perú

Por Joseantoniobenito
FE Y CULTURA EN EL PROCESO EVANGELIZADOR DE AMÉRICA Y PERÚ

Historia del Perú. Del Perú Antiguo al Contemporáneo UCSS, Lima, 2012, pp. 121-142

José Antonio Benito Rodríguez

La Iglesia del Perú, como la Iglesia entera, es una roca, pero una roca que navega. Firme, resistente, pero no está quieta, camina, navega... Como antaño los cruzados medievales al grito de ¡Dios lo quiere!, o los navegantes misioneros ¡avanti y Dios nos valga!, los fieles cristianos del tercer milenio, todos nosotros, pueblo de Dios en camino, cuerpo de Cristo prolongado, nos sentimos lanzados a la gran misión continental tras la campanada de Aparecida. Dos mil años de rica historia nos sostienen, una realidad presente dramática nos cuestiona, una esperanzadora meta nos estimula con nuevo ardor. Juan Pablo II, al comenzar el Nuevo Milenio, formuló un deseo que les propongo como objetivo prioritario en el presente curso:

"¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: "Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre" (Hb 13,8)" (1-1-2001)

Tratamos de realidades, acontecimientos, no de ideas y menos de ideologías Y está claro que -como muy bien dice el sínodo "Ecclessia in America" "el mayor don que América ha recibido del Señor es la fe, que ha ido forjando su identidad cristiana. Hace ya más de quinientos años que el nombre de Cristo comenzó a ser anunciado en el Continente. Fruto de la evangelización, que ha acompañado los movimientos migratorios desde Europa, es la fisonomía religiosa americana, impregnada de los valores morales que, si bien no siempre se han vivido coherentemente y en ocasiones se han puesto en discusión, pueden considerarse en cierto modo patrimonio de todos los habitantes de América, incluso de quienes no se identifican con ellos". ¿Qué sucedería si quitásemos todos los referentes culturales cristianos en América? ¿Su arte (arquitectura, escultura, pintura, joyería), música, literatura? Sencillamente, América desaparecería, no sería.

No he encontrado nada más completo y bello para caracterizar esta nueva realidad de la América cristiana, evangelizada que las palabras del Papa Benedicto XVI en la sesión inaugural de la V Conferencia el pasado mayo del 2007: ¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente. Ha significado también haber recibido, con las aguas del bautismo, la vida divina que los hizo hijos de Dios por adopción; haber recibido, además, el Espíritu Santo que ha venido a fecundar sus culturas, purificándolas y desarrollando los numerosos gérmenes y semillas que el Verbo encarnado había puesto en ellas, orientándolas así por los caminos del Evangelio. En efecto, el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta...La utopía de volver a dar vida a las religiones precolombinas, separándolas de Cristo y de la Iglesia universal, no sería un progreso, sino un retroceso. En realidad sería una involución hacia un momento histórico anclado en el pasado. La sabiduría de los pueblos originarios les llevó afortunadamente a formar una síntesis entre sus culturas y la fe cristiana que los misioneros les ofrecían. De allí ha nacido la rica y profunda religiosidad popular, en la cual aparece el alma de los pueblos latinoamericanos... Todo ello forma el gran mosaico de la religiosidad popular que es el precioso tesoro de la Iglesia católica en América Latina, y que ella debe proteger, promover y, en lo que fuera necesario, también purificar.

4.1. Eclesiástica 4.2. Civil

La Corona Española era la suprema rectora debido a las facultades otorgadas por el Real Patronato o Vicariato Regio, que degenera en Regalismo sobre todo con los Borbones. A través del Consejo de Indias o funcionarios indianos intervenía en todos los aspectos excepto los sacerdotales: selección y envío de misioneros, distribución, alimentación, construcción de iglesias. Era un arma de doble filo pues podía llevar a uno de los extremos: el regalismo o la teocracia. Gracias al equilibrio y buen entendimiento de virreyes y obispos, dará buenos frutos.

4.3. Territorial

Hasta 1 546 el metropolitano fue el arzobispo de Sevilla. En 1546 se crearon los arzobispados de Santo Domingo, México y Lima. En 1824 se añaden 5 arzobispados más y 36 obispados. Las diócesis estaban integradas por parroquias (españoles o criollos) y doctrinas (indios, mestizos o negros).

Las Órdenes misioneras estuvieron constituidas por los franciscanos (desde 1493), mercedarios (1493), dominicos (1510), agustinos (1532), jesuitas (1566) y capuchinos (1647). La mayor parte de los evangelizadores fueron enviados directamente por España y a costa de la Real Hacienda: 16 000 religiosos hispanos y 1 000 extranjeros aproximadamente. Con los religiosos colaboraron los indígenas (sobre todo los niños), miembros del clero diocesano y algunos seglares españoles.

4.5. Asambleas Jerárquicas: Juntas, Concilios, Sínodos

En el siglo XVIII se celebraron algunos concilios que recogen la presión regalista del momento.

Condición del indio. Nivelintelectual, desarrollo moral, convicción en sus creencias ancestrales.

6.3.1. La Espada (El Sector Civil)

Debemos comenzar citando la labor de los Reyes: Isabel la Católica, Carlos I, Felipe II.y su papel protector y vicarial respecto a la Iglesia de América y que se concreta en leyes, instituciones, vida de la que forman parte muy directa los virreyes y otros "funcionarios" reales. Baste con citar la ley de la Recopilación de Indias: "...el fin principal que nos mueve a hacer nuevos descubrimientos es la predicación de la Santa Fe Católica". Más allá de la confesionalidad estatal al uso entre las naciones protestantes, España propugnó un estado misional haciendo de "la difusión de la fe el primero y principal fin del gobierno temporal de las tierras y pueblos de ultramar sometidos a su poder". Gómara: "Quien no poblare, no hará conquista; y no conquistando la tierra, no se convertirá la gente; así que, la máxima del conquistador ha de ser poblar."

Se ve esta interdependencia en las funciones de los virreyes, representantes personales y directos del rey:

6.3.2. La Reducción

El escaso número de agentes y la dispersión de los indios motivó la necesidad de congregar a los nativos en pueblos para potenciarles humanamente y evangelizarlos. Las reducciones serán tanto el nombre dado al proceso de congregación como al poblado resultante. Destacaron las de los Jesuitas como modelo de inculturación, respeto de sus costumbres y difusión del evangelio.

6.3.3. La Lengua. Inculturación

Tres fueron los métodos fundamentales que pusieron en práctica en el aprendizaje de las lengua nativas. El primero consistió en que, antes de dedicarse a la evangelización, los nuevos misioneros invirtiesen un tiempo con los veteranos que ya dominaban el idioma, como lo hacían, por ejemplo los franciscanos de Venezuela hacia 1690. El segundo, en aprenderlo en centros misionales situados en la retaguardia de la evangelización, teniendo por profesores a los misioneros que habían trabajado ya entre los indios. A esta modalidad pertenecen, los centros de lenguas Jesuíticos de Pátzcuaro y Tepotzotlan; los 17 colegios de misiones fundados por los franciscanos en toda América entre 1683 y 1816 en las que se impartía una clase diaria de idiomas indígenas; la casa seminario de los capuchinos en Trinidad en 1707, e incluso las cátedras universitarias que existieron para este fin. El tercer sistema de aprendizaje consistió en que los propios indígenas ejercieran de profesores de los futuros misioneros.

El indio, para ser cristiano, necesitaba ser hombre. Ello suponía el abandono de sus costumbres "ferinas" o salvajes y la práctica de las propias de una sociedad civilizada. Esa "policía" o vida civilizada venía a coincidir con la adquisición de los hábitos de la sociedad occidental. Esta transculturación supuso:

En esta luchase distinguen claramente dos etapas. En la primera, se procederá a una destrucción pública, sistemática, irrisoria y solemne; es el método que P. Borges denomina "tábula rasa". En una segunda fase, la misión consistirá en combatir el rebrote de la herejía en el culto privado. Señala el experto en la extirpación de las idolatrías, P. Duviols, que "todo el esfuerzo era para obtener de los indígenas una adhesión espiritual libre, basada en una amplia tolerancia de las bases materiales y rituales de la religión autóctona". No en vano recuerda el P. Acosta en varios de sus escritos que todas las manifestaciones culturales autóctonas, no contrarias o indiferentes al cristianismo, había que conservarlas e incluso potenciarlas.

Un hito cumbre en el proceso de extirpación lo supondrá la dinámica actividad visitadora y cultural del P. Arriaga que escribe "La extirpación de la idolatría en el Perú" en 1621. Seguidor en buena medida de las ideas del P. José de Acosta, cree que la solución del problema idolátrica está en la visita, tanto en su vertiente judicial como y -esto es primordial- la misional. Este último escribirá que para "arrancar la idolatría del corazón de los indios y la visita judicial propiamente dicha, que destruirá las manifestaciones materiales de la idolatría". Como escribe J.C. García su "proyecto apunta al corazón mismo del problema, a la razón de ser de la presencia de la Iglesia Católica en América. Por lo tanto superar también la ineficacia de los curas doctrineros, visitadores y aún obispos".

La primera universidad data de 1538, en Santo Domingo. Se crearon para los criollos aunque estuviese abierta a los indios y mestizos. Contaron con el placet del papa y del rey. Siguieron el modelo de Salamanca, Alcalá o Valladolid. En el Siglo XVI se fundaron 6 universidades que en siglos posteriores sumaron hasta 25, destacando las de Lima y la de México.

La catequesis infantil solía impartirse en las escuelas por la mañana y por la tarde, casi como a los adultos pero con mayor intensidad.

Conviene subrayar como mérito excepcional de estos catecismos la traducción al quechua y aymara de conceptos sutiles y difíciles, gran parte de los cuales se tradujeron también a otras lenguas vernáculas de dentro de Perú, como la collana, cañeri, purgay, quillasinga y puquina, y fuera: en la lengua general del Reino de Chile, la araucana, en el guaraní, la mosca de Bogotá.

Pensemos en los centros de vanguardia que formaban misioneros para la Amazonía como el convento de Ocopa o para los Andes como la Recoleta franciscana de Arequipa.

Estaba integrada por losObispos, Superiores de Órdenes y los Nuncios. Recorrer la galería de los obispos de Lima, todos ellos con la idea de imitar al Santo Arzobispo Mogrovejo.

Conviene insistir en la repercusión social de la fe en el ordinario ambiente laboral ya que es la fuente principal de la actividad del seglar. Como en octubre de 1998 señalaba el experto uruguayo G. Guzmán Carriquiry, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos, en el Encuentro Mundial de Cofradías celebrado en Sevilla (España) las cofradías tienen cuatro características fundamentales:

Ella ha recordado la cercanía del Padre y de Cristo a los hombres de la América colonial; por ese motivo ella los ha invitado constantemente a la comunión con el Señor (n.11). En la reciente carta apostólica "Ecclesia in America" (1999), Juan Pablo II, acogiendo las aportaciones de los padres sinodales, recordará de nuevo el rol protagónico de María en la evangelización del Nuevo Mundo: "En todas partes del continente, gracias a la labor de los misioneros, la presencia de la Madre de Dios ha sido muy intensa desde los días de la primera evangelización. En su predicación, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen como su realización más alta. Desde los orígenes -en su advocación de Guadalupe- María constituyó el gran signo de rostro maternal y misericordioso

Casi todos los especialistas coinciden en afirmar que la cristianización del Perú es un acontecimiento decisivo en la formación de la identidad nacional V. A. Belaunde en su obra Factor de identidad. Peruanidad llegará a decir que la peruanidad es una síntesis viviente creada por el espíritu católico. M. Marzal escribirá en Religión Católica e identidad nacional (Lima 1979. pp148-9) que tal identidad católica se traduce en el peso de la Iglesia institucional en el Perú y en la religiosidad popular. Por su parte J.A. Arguedas sabe comprender el alma andina y descubrir en ella las raíces profundas de una evangelización que se expresa en las palabras del sacristán en la diminuta iglesia de San Pedro: "Dios es esperanza, Dios alegría, Dios ánimo. Llegó UNPU, enjuermo, agachadito. Salió tieso, juirme, águila. Era mozo no más, Dios hay aquí, en Lahuaymarca. De San Pedro se ha ido, creo, para siempre" (J.M. Arguedas Todas las sangres).

César Vallejo, quien en su lecho de muerte, a finales de marzo de 1938, dijo: "Cualquiera que sea la causa que tenga que defender ante Dios más allá de la muerte, tengo un defensor: Dios".

Un botón que también muestra de este hecho fue la consagración del Perú al Corazón de Jesús como expresión de entrega total y comprometida por los lazos más sagrados que son los del amor. Y de ello supieron mucho Diego de Hojeda, Diego Alvarez de Paz, Rosa de Lima, Martín de Porras, Juan de Alloza, Francisco del Castillo, Paula de Jesús Nazareno, Mateo Crawley (alma del monumento en el Cerro de los Ángeles, Madrid), así como los institutos y cofradías, los escritos y las novenas, los santuarios y monumentos, que llenan nuestra geografía.

Toda ella enriquece archivos y bibliotecas a lo largo de toda América. A lo largo del medio milenio de catolicismo en Perú, sus propios hijos se han encargado de recoger por escrito una suerte de anamnesis como a diario la Iglesia lo vive en la celebración litúrgica. Todo estudio sobre la Iglesia viene a ser un recuerdo de " Producción escrita. las intervenciones salvíficas de Dios en la historia", y "hace memoria" de las maravillas de Dios" (CIC 1103). Tan sólo un botón de muestra: El Padre José de Acosta escribe De Procuranda Indorum Salute. Este libro no sólo pretende describir la realidad indígena sino que como verdadero manual pastoral busca mostrar los caminos y medios para la implantación de la fe en las Nuevas Tierras. Pondrá mucho énfasis en la comprensión y simpatía frente a la persona y para ello considerará de absoluta importancia el aprendizaje y conocimiento de las lenguas vernáculas (La compañía de Jesús exigió a los misioneros el conocimiento del idioma nativo).

ANEXOS Los desafíos de Perú, según Benedicto XVI (Discurso al nuevo embajador de Lima ante la Santa Sede, Alfonso Rivero Monsalve)

Este encuentro nos trae a la memoria los profundos lazos que su Nación ha tenido y tiene con la Iglesia. Desde el primer momento, la fe católica -llevada allí por evangelizadores como santo Toribio de Mogrovejo, cuyo IV centenario de su muerte se ha conmemorado el año pasado- fue acogida y llegó a penetrar poco a poco en los entresijos culturales y sociales de ese pueblo bendito, en el que florecieron muy pronto los primeros santos y santas en suelo latinoamericano. Y como usted ha mencionado, además del santo Obispo, deseo recordar a los santos Rosa de Lima, Martín de Porres, Francisco Solano, Juan Macías y a la beata Ana de los Ángeles Monteagudo, beatificada por el Papa Juan Pablo II en su primera visita al Perú en 1985. También yo tuve ocasión de visitar su Patria en 1986 cuando era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Conservo un gratísimo recuerdo de aquellos días, sobre todo de mis encuentros con personas sencillas de barrios populares, tanto en Lima como en el Cuzco.

En este mundo de rápidas transformaciones sociales, políticas y económicas, su país no es una excepción al experimentar también profundos cambios. Son procesos que inciden directamente en las personas y en sus valores. A este respecto, son notables los esfuerzos realizados por la Iglesia y el Estado en materia de educación y en el uso de las nuevas tecnologías, con el fin de generar una mayor inclusión de los sectores menos favorecidos en los nuevos espacios culturales de nuestro tiempo. Por otra parte, subsisten problemas morales y religiosos que tanto la Iglesia como el Estado deben afrontar, cada uno en el marco de su propia competencia y precisamente para el bien de los peruanos.

Se sabe que el Perú quiere hacer frente adecuadamente al fenómeno de la globalización aprovechando las oportunidades ofrecidas por el crecimiento económico, de modo que la riqueza producida y otros bienes sociales lleguen a todos de modo equitativo. Los peruanos, como todos los seres humanos, esperan también que los servicios de salud atiendan debidamente a todas las capas sociales; que la educación sea patrimonio de todos, mejorando su calidad a todos los niveles; que frente a la corrupción impere la integridad que permita la acción eficaz de las diversas instituciones públicas, ayudando así a superar tantas situaciones de hambre y miseria. Urge, pues, la unión de intentos para hacer posible una continúa acción de los gobernantes ante los desafíos de un mundo globalizado, los cuales deben ser afrontados con auténtica solidaridad. Esta virtud, como decía mi predecesor Juan Pablo II, ha de inspirar la acción de los individuos, de los gobiernos, de los organismos e instituciones internacionales y de todos los miembros de la sociedad civil, comprometiéndolos a trabajar para un justo crecimiento de los pueblos y de las naciones, teniendo como objetivo el bien de todos y de cada uno ( Sollicitudo rei socialis, 40). La Iglesia, que reconoce al Estado su competencia en las cuestiones sociales, políticas y económicas, asume como un propio deber, derivado de su misión evangelizadora, la salvaguardia y difusión de la verdad sobre el ser humano, el sentido de su vida y su destino último que es Dios. Ella es fuente de inspiración a fin de que la dignidad de la persona y de la vida, desde su concepción hasta su término natural, sea reconocida y protegida, como garantiza la Constitución Peruana. Por esto, seguirá colaborando de manera leal y generosa en la educación, en la atención sanitaria y en la ayuda a los más pobres y necesitados.

Desde esta Sede Apostólica se continuará apoyando todo el esfuerzo social que ya se lleva a cabo, para que haya siempre igualdad de oportunidades y cada peruano se sienta respetado en sus derechos inalienables. Por eso, el Episcopado del Perú seguirá fomentando, a la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, la búsqueda de la verdad en el campo familiar, laboral y sociopolítico. Por su parte, los católicos peruanos están también llamados a ser fermento del mensaje cristiano en las instituciones sociales y en la vida pública, para contribuir así a la construcción de una sociedad más fraterna. La Iglesia, consciente de su propia "misión religiosa y, por esto mismo, sumamente humana" ( Gaudium et spes, 11), así como de su deber de proponer la verdad de todo hombre, que por ser hijo de Dios está dotado de una dignidad superior y anterior a toda ley positiva, seguirá trabajando para alcanzar estos objetivos. Ella, "experta en humanidad" ( Populorum progressio, 13), enseña además que sólo en el respeto de la ley moral, que defiende y protege la dignidad de la persona humana, se puede construir la paz favoreciendo un progreso social estable. Por eso es de desear que continúe la mutua colaboración entre el Estado y la Iglesia en el Perú, que hasta ahora ha dado buenos frutos. Señor Embajador, al concluir este grato encuentro renuevo a usted mi más cordial bienvenida, formulando los mejores votos por el éxito de la misión que ahora inicia. Al implorar al Señor de los Milagros que derrame abundantes bendiciones sobre Vuestra Excelencia, su distinguida familia, sus colaboradores y sobre las Autoridades de su País, pido también a Nuestra Señora de las Mercedes que proteja al querido pueblo peruano para que siga progresando por los caminos de la justicia, de la solidaridad y de la paz.

Discurso del nuevo embajador de Lima ante la Santa Sede, Alfonso Rivero Monsalve

Hace más de 150 años que el Perú y la Santa Sede establecieron relaciones diplomáticas. En aquella oportunidad Mons. Bartolomé Herrera hizo entrega a vuestro venerable antecesor Pío IX de la comunicación que lo acreditaba como enviado extraordinario ministro plenipotenciario de mi país ante la Corte pontificia y en la que el presidente de la República de entonces decía que su mayor anhelo era "conservar de un modo indisoluble los vínculos religiosos que unen al pueblo peruano con el Vicario de Jesucristo...Beatísimo Padre, la relación del Perú con la Iglesia Católica se ha caracterizado por un permanente espíritu de entendimiento y cooperación. Esto es así porque se inspira en la fe católica que profesa la inmensa mayoría de los peruanos y porque se nutre de la emoria de las religiosas y religiosos que impulsaron en los siglos XVI y XVII la evangelización: en la santidad de santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, santo Toribio de Mogrovejo, san Francisco Solano y san Juan Macías, entre otros bienaventurados; y en el ejemplo y esfuerzo de numerosos religiosos y religiosas anónimos que llevaron a las más apartadas regiones del país no sólo la fe católica sino también la educación básica. Ellos han contribuido a que los peruanos más humildes se sientan identificados con su país y conozcan sus deberes y sus derechos. La tarea de los religiosos y las religiosas en la consolidación de la nacionalidad y la identidad peruana es algo que el Perú tiene muy presente y agradece. Por ello, el Estado peruano reconoce la colaboración activa de la Iglesia católica en la promoción del desarrollo humano en el país".

Magníficas prédicas del P. Raniero Cantalamesa en este tiempo de Adviento, 500 años después del gran sermón del P. Montesinos en Santo Domingo y que provocó la conversión de Bartolomé de las Casas y las Leyes de Burgos de 1512 http://www.cantalamessa.org/?lang=es "Hasta los confines de la Tierra" La primera evangelización del continente americano

Hace cuatro días, el 12 de diciembre, el continente americano celebró la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, que en México es fiesta de precepto. Es una hermosa coincidencia hablar en esta tercera meditación de la tercera gran etapa de evangelización en la historia de la Iglesia, que se realizó tras el descubrimiento del nuevo mundo. Traigo a la memoria, sucintamente la realización de esta empresa misionera.

Inicio con una observación importante. Europa cristiana, junto con la fe, exportó al nuevo continente también las propias divisiones. Al final de la gran onda misionera, el continente americano reproducirá exactamente la situación que existía en Europa: un sur mayoritariamente católico y un norte mayoritariamente protestante. Nosotros nos ocuparemos aquí solamente de la evangelización de América Latina, por el hecho que fue la primera que se realizó a continuación del descubrimiento del nuevo mundo.

Después que Cristóbal Colón en 1492 volvió de su viaje con la noticia de la existencia de nuevas tierras (que se creía fueran parte de las Indias), se encendieron en España católica, dos decisiones que se mezclaban: la de llevar a los nuevos pueblos la fe cristiana y la de extender a ellos la propia soberanía política. Para esta finalidad se obtuvo del papa Alejandro VI una bula con la que se reconocía a España el derecho de todas las tierras descubiertas más allá de las islas Azores y a Portugal aquellas hacia Europa a partir de dicha línea. Poco después la línea fue desplazada en favor de Portugal lo que le permitió legitimar la posesión de Brasil. Se delineaba así, incluso desde el punto de vista lingüístico el rostro del futuro continente latinoamericano.

Solamente algunos grandes espíritus, ante todo los dominicanos Antonio Montesino y Bartolomé de Las Casas, tuvieron el coraje de levantar la voz contra los abusos de los conquistadores en defensa de los derechos de los nativos. En un poco más de cincuenta años, también por las debilidades y divisiones de los reinos autóctonos, el continente estaba bajo el dominio español y portugués y al menos, nominalmente, era cristiano.

Los historiadores tienden a atenuar los colores obscuros proyectados en el pasado sobre esta empresa misionera. Sobre todo hacen notar que a diferencia de cuanto sucedió con las tribus indígenas de América del norte, en Latinoamérica aunque diezmados, la mayoría de los pueblos nativos sobrevivió con su idioma y en su territorio y pudieron retomarse y reafirmar a continuación su identidad e independencia. Hay que tomar en cuenta el condicionamiento que tenían los misioneros por su formación teológica.

Tomando a la letra y de manera rígida el Extra Ecclesian nulla salus, ellos estaban convencidos de la necesidad de bautizar el mayor número de personas y en el menor tiempo posible para asegurarles la salvación eterna.

Vale la pena detenerse un momento sobre este axioma que tuvo tanto peso en la evangelización. Fue formulado en el III siglo por Orígenes y sobre todo por san Cipriano. Al inicio no se refería a la salvación de los no cristianos, sino al contrario a la de los cristianos. Se dirigía exclusivamente a los herejes y a los cismáticos del tiempo, para recordarles que rompiendo la comunión con la Iglesia ellos se volvían reos de una culpa grave, por la cual se autoexcluían de la salvación. Se dirigía por lo tanto a los que se iban de la Iglesia y no a los que no entraban.

Solamente en un segundo momento, cuando el cristianismo se volvió la religión de Estado, el axioma comenzó a ser aplicado a paganos y judíos, en base a la convicción entonces común (aunque objetivamente equivocada) que el mensaje a esa altura era conocido por todos los hombres y por lo tanto rechazarlo significaba volverse culpable y merecedor de una condena.

Desde la orilla opuesta, en aquella ocasión, algunos hablaron de la necesidad de una "descolonización" y "desevangelización", dando la impresión de que preferían que la evangelización del continente nunca se hubiera realizado, en vez de que se haya realizado como conocemos. Con todo el respeto debido al amor por los pueblos indígenas que movía a estos autores, yo creo que una tal opinión merece ser rechazada enérgicamente.

A un mundo sin pecado y sin Jesucristo, la teología ha demostrado que es preferible un mundo con el pecado pero con Jesucristo. "Oh feliz culpa -exclama la liturgia pascual en el Exultet - que nos permitió tener un tal y tan grande redentor".

¿No deberíamos decir lo mismo de la evangelización de ambas las partes de América, sea la del norte que la del sur? A un continente sin las "equivocaciones y sombras" que acompañaron su evangelización, pero también sin Cristo, ¿quién no preferiría un continente con tales sombras pero con Cristo? Qué cristiano, de derecha o de izquierda (particularmente si es religioso) podría decir lo contrario sin menguar, por ello mismo, en su propia fe?

He leído en algún lado la siguiente afirmación que comparto plenamente: "Lo más grande que sucedió en 1492 no fue que Cristóbal Colón descubrió América, sino que América descubrió a Jesucristo". No era --es verdad- el Cristo integral del Evangelio por el cual la libertad es presupuesto mismo de la fe, pero ¿quién puede pretende ser un portador de Cristo libre de cualquier tipo de condicionamiento histórico?

Quienes proponen un Cristo revolucionario, contestador de las estructuras, directamente empeñado en la lucha incluso política, ¿no se olvidan quizás también ellos de alguna cosa de Cristo, por ejemplo de la afirmación: "Mi reino no es de este mundo"?

Sobre esto vale el juicio de Juan Pablo II que he recordado: que "las luces son mayores que las sombras". No sería honesto desconocer el sacrificio personal y el heroísmo de tantos de estos misioneros. Los conquistadores estaban movidos por el espíritu de aventura y sed de ganancias, pero los frailes ¿qué podían esperarse después de haber dejado su patria y conventos? No iban a tomar sino a dar. Querían conquistar almas para Cristo, no súbditos para el rey de España, mismo si compartían el entusiasmo nacional de sus compatriotas. Cuando se leen historias relacionadas con la evangelización de un territorio particular, se ve cómo los prejuicios genéricos son injustos y lejanos de la realidad. A mi me sucedió estando en el lugar, leer la crónica del inicio de la misión en Guatemala y en las regiones vecinas. Son historias de sacrificios y peripecias increíbles. De un grupo de veinte dominicanos que partieron para el nuevo mundo hacia las Filipinas, 18 murieron durante el viaje.

En 1974, se realizó el sínodo sobre "La evangelización en el mundo contemporáneo". En un apunte manuscrito, puesto al final de un documento (que la Prefectura de la Casa Pontifica tuvo la idea de publicar junto al programa de esta predicación), Pablo VI escribía:

"¿Será suficiente lo que he dicho (en el documento) a los religiosos? ¿No sería necesario añadir alguna palabra sobre el carácter voluntario, emprendedor, generoso de la evangelización de los religiosos y de las religiosas? Su evangelización debe depender de la jerarquía y coordinarse con ella, pero hay que alabar la originalidad, la genialidad, la dedicación, muchas veces de vanguardia y a riesgo propio".

Este reconocimiento se aplica plenamente a los religiosos protagonistas de la evangelización de América Latina, especialmente si pensamos en algunas de sus realizaciones, como las conocidas "reducciones" de los jesuitas en Paraguay, o sea en los pueblos en los cuales los indios cristianos, protegidos de los abusos de cualquier autoridad civil, podían instruirse en la fe y desarrollar su talento humano.

Ahora, como es costumbre, tratemos de pasar al hoy, para ver que nos dice la historia de la experiencia misionera de la Iglesia, que hemos sumariamente reconstruido.

Las condiciones sociales y religiosas del continente han cambiado tan profundamente que, más que insistir en lo que podemos aprender o menos de dicha época, es útil reflexionar sobre la tarea de la actual evangelización en el continente latinoamericano.

Sobre este tema existió y se producen una tal cantidad de reflexiones y de documentos por parte del magisterio pontificio, por el CELAM y las Iglesias locales, que sería presuntuoso poder pensar en añadir algo nuevo. Puedo entretanto compartir alguna reflexión sugerida por mi experiencia en el terreno, habiendo tenido ocasión de predicar en retiros a conferencias episcopales, al clero y al pueblo de casi todos los países de América Latina, y varias veces en algunos de ellos. Además, porque los problemas que se plantean sobe este tema en América Latina no son muy diversos que los del resto de la Iglesia.

Una reflexión es sobre la necesidad de superar una excesiva polarización presente por todas partes en la Iglesia, pero particularmente en América Latina, especialmente hace algunos años: la polarización entre el alma activa y el alma contemplativa, entre la Iglesia del empeño social por los pobres y la Iglesia del anuncio de la fe. Ante cada diferencia, nos sentimos instintivamente tentados a elegir una parte, exaltando una y despreciando la otra. La doctrina de los carismas nos ahorra el trabajo. El don de la Iglesia católica es el de ser, justamente católica, es decir abierta para recoger los dones más diversos que provienen del Espíritu.

Lo demuestra la historia de las órdenes religiosas que encarnaron instancias diversas y a veces opuestas: insertarse en el mundo y la fuga del mundo, el apostolado entre los doctos, como los jesuitas, y el apostolado entre el pueblo, como los capuchinos. Hay lugar para unos y otros. Además necesitamos de unos y otros, ya que nadie puede realizar el evangelio integral y representar a Cristo en todos los aspectos de su vida. Cada uno debería por lo tanto alegrarse de que los otros hagan lo que uno no puede hacer: quien cultiva la vida espiritual y el anuncio de la Palabra y el que se dedica a la justicia y a la promoción social y viceversa.

Es siempre válida la advertencia del apóstol: "Dejemos de una vez por todas de juzgarnos los unos a los otros" (cfr. Rom 14, 13).

Una segunda observación se refiere al problema del éxodo de los católicos hacia otras denominaciones cristianas. Sobretodo es necesario recordar que no se pueden calificar indistintamente estas denominaciones como 'sectas'. Con algunas de ellas, incluidos los pentecostales, la Iglesia católica mantiene un diálogo ecuménico oficial, lo que no haría si los considerara una secta.

La promoción también a nivel local, de este diálogo es el mejor medio para desintoxicar el clima, aislar a las sectas más agresivas y desanimar la práctica del proselitismo. Algunos años atrás se realizó en Buenos Aires un encuentro ecuménico, de oración y para compartir la palabra, con la participación del arzobispo católico y los líderes de otras iglesias, y la presencia de siete mil personas hizo ver con claridad la posibilidad de una relación nueva entre los cristianos, tanto más constructivo para la fe y la evangelización.

En el documento, Juan Pablo II afirmaba que la propagación de las sectas obliga a interrogarse sobre el por qué, sobre qué falta en nuestra pastoral. Mi convicción, según mi experiencia --y no sólo en los países de América Latina- es la siguiente. Lo que atrae fuera de la Iglesia no son ciertamente formas de piedad popular alternativas que más bien la mayoría de las otras iglesias y las sectas rechazan y combaten. Es un anuncio quizá parcial pero incisivo, de la gracia de Dios, la posibilidad de experimentar a Jesús como Señor y Salvador personal, el pertenecer a un grupo que se hace cargo personalmente de tus necesidades, que ora ante ti en la enfermedad, cuando la medicina no tiene ya nada que decir.

Si, por una parte hay que alegrarse de que estas personas hayan encontrado a Cristo y se hayan convertido, por otra es triste que para hacerlo hayan sentido la necesidad de dejar su Iglesia. En la mayoría de las iglesias a las que se aproximan estos hermanos, todo gira en torno a la primera conversión y a la aceptación de Jesús como Señor. En la Iglesia católica, gracias a los sacramentos, al magisterio, a la riquísima espiritualidad, existe la ventaja de no detenerse en este estadio inicial, sino de llegar a la plenitud y a la perfección de la vida cristiana. Los santos son la prueba de ello. Pero es necesario aquél inicio consciente y personal y en esto el reto de las comunidades evangélicas y pentecostales nos sirve de estímulo.

En esto, la Renovación Carismática se revela más que nunca, según la palabra de Pablo VI, "una oportunidad para la Iglesia". En América Latina, los pastores de la Iglesia se están dando cuenta de que la Renovación Carismática no es (como alguno creyó al principio) "parte del problema" del éxodo de los católicos de la Iglesia, sino que es más bien parte de la solución del problema. Las estadísticas no revelarán nunca cuántas personas han permanecido fieles a la Iglesia gracias a este, habiendo encontrado en su ámbito lo que otros buscaban en otro lado. Las numerosas comunidades nacidas en el seno de la Renovación Carismática, aún con límites, y a veces con derivas, presentes en toda iniciativa humana, están a la vanguardia en el servicio a la Iglesia y la evangelización.

La vida de comunidad, el hecho de tener un gobierno centralizado y de los lugares de formación de nivel superior que permitió a las órdenes religiosas de entonces una tan vasta empresa misionera. Pero hoy, ¿que ha sido de su fuerza? Hablando desde na de estas órdenes antiguas, puedo atreverme a expresarme con una cierta libertad. La rápida caída de las vocaciones en los países occidentales está determinando una situación peligrosa: la de gastar casi todas las propias fuerzas en satisfacer las esigencias internas de la propia familia religiosa (formación de jóvenes, mantenimiento de las estructuras y de las obras), sin muchas fuerzas vivas para introducir en el círculo más amplio de la Iglesia. De ahí el repliegue sobre sí mismos. En Europa, las órdenes religiosas tradicionales se ven obligadas a reunir varias provincias en una y a cerrar dolorosamente una casa tras otra.

La secularización es, cierto, una de las causas de la caída de las vocaciones, pero no es la única. Hay comunidades religiosas de reciente fundación que atraen a oleadas de jóvenes. En la carta citada, Juan Pablo II exhortaba a religiosos y religiosas de América Latina a "evangelizar a partir de una profunda experiencia de Dios". Aquí está, creo, el punto: "una profunda experiencia de Dios". Es esto lo que atrae a las vocaciones y lo que crea las premisas para una nueva eficaz oleada de evangelización. El proverbio " nemo dat quod non habet", nadie puede dar lo que no tienen, vale más que nunca en este campo.

El superior provincial de los capuchinos de las Marcas, Italia, que es también mi superior, ha escrito para este adviento una carta a todos los frailes. En ella lanza una provocación que creo haga bien a todas las comunidades religiosas tradicionales escuchar: "Tú que lees estas líneas debes imaginar que 'eres el Espíritu Santo'. Sí, has entendido bien: no sólo estar 'lleno de Espíritu Santo' por los sacramentos que has recibido, pero justo que "eres" el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Y así revestido, piensa que tienes el poder de llamar y enviar a un joven por un camino, que lo ayudas a caminar hacia la perfección de la caridad, la vida religiosa para entendernos. ¿Tendrías el valor de enviarlo a tu fraternidad, con certeza y garantía de que tu fraternidad pueda ser el lugar que le ayude seriamente a lograr la perfección de la caridad en la concreción de la vida cotidiana? En pocas palabras: si un joven viniera a vivir por unos días o meses a tu fraternidad, compartiendo la oración, la vida fraterna, el apostolado... ¿se enamoraría de nuestra vida?".

Cuando nacieron las órdenes mendicantes, los dominicos y franciscanos, a principios del siglo XIII, también las órdenes monásticas anteriores extrajeron beneficio de ellas e hicieron justamente la llamada a una mayor pobreza y a una vida más evangélica, viviéndolo según el propio carisma. ¿No deberíamos hacer lo mismo nosotros hoy, órdenes tradicionales, respecto a las nuevas formas de vida consagrada suscitadas en la Iglesia?

"El Espíritu Santo -decía san Buenaventura- va allí "donde es amado, donde es invitado, donde es esperado" . Tenemos que abrir nuestras comunidades al soplo del Espíritu que renueva la oración, la vida fraterna, el amor por Cristo y con el el celo misionero. Mirar atrás, a los propios orígenes y al propio fundador, ciertamente, pero mirar también hacia adelante.

Observando la situación de las órdenes antiguas en el mundo occidental, surge espontánea la pregunta que Ezequiel oyó ante el panorama de huesos secos: "¿Podrán estos huesos revivir?" Los huesos áridos de los que se habla en el texto no son de los muertos sino de los vivos; son el pueblo de Israel en el exilio que va diciendo: "¡Nuestros huesos están secos, nuestra esperanza se ha desvanecido, estamos perdidos!". Son los sentimientos que afloran, a veces también en nosotros quienes pertenecemos a órdenes religiosas antiguas.

Sabemos la respuesta, llena de esperanza, que dios da a aquella pregunta: "'Infundiré en vosotros mi Espíritu, y viviréis, os estableceré en vuestra tierra, y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago', dice el Señor". Debemos creer y esperar que se realizará también en nosotros y en toda la Iglesia, lo que se dice al final de la profecía: "El Espíritu entró en ellos: volvieron a la vida y se alzaron en pie; eran un ejército grande, grandísimo" (cf. Ez 37, 1-14).

Hace cuatro días, recordaba al inicio, América Latina celebró la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe. Se discute mucho sobre la historicidad de los hechos en el origen de esta devoción. Debemos clarificar lo que se entiende por hecho histórico. Hay muchos hechos que realmente han sucedido, pero que no son históricos porque "histórico", en el sentido más auténtico, no es todo lo acaecido, sino sólo aquello que, además de haber sucedido, ha incidido en la vida de un pueblo, ha creado algo nuevo, ha dejado traza en la historia. ¡Y qué traza ha dejado la devoción a la Virgen de Guadalupe en la historia religiosa del pueblo mexicano y latinoamericano!

Cfr. J. Glazik, en Storia della Chiesa, dirigida por H. Jedin, vol. VI, Milán Jaca Book, 1075, p. 702.

F. Sullivan, Salvation outside the Church? Tracing the History of the Catholic Response, Paulist Press, Nueva York 1992.

Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el Simposio internacional sobre la evangelización en América Latina, 14 mayo 1992.

Juan Pablo II, "Los caminos del Evangelio", nr. 24 (AAS 83, 1991, pp. 22 ss.)

San Buenaventura, Sermón para el IV Domingo después de Pascua, 2 (ed. Quaracchi, IX, p.311).