La fe es la pasión por lo posible y la esperanza es el acompañante inseparable de la fe -escribió Kierkegaard-. Pero los términos están tan vinculado a la religión que sospechamos de sus intenciones semánticas. Cuando alguien tiene en su vocabulario las palabras fe y esperanza nos induce a catalogarla como mínimo como "persona espiritual" -que cada uno interprete las comillas como les parezca en positivo o en negativo-. Y las primeras impresiones marcan mucho las relaciones sociales. Sin embargo, estos términos surgen en la antigüedad y se refieren a aspectos espirituales relacionados con el conocimiento interno del ser humano. Conócete a ti mismo y el comprenderás el Mundo -escribió alguien cuyo nombre olvidé-. Y para llevar a cabo esta terea era necesario -y es- creer en uno mismo y tener la certeza de que dentro de uno está cambio que es necesario y que es posible. Venían a predicar que la introspección mental es la solución para la comprensión del Mundo y el Universo. Pero, como en el juego del teléfono (ese que se pasa una mensaje en voz baja por varias personas), el resultado del mensaje inicial queda proporcialmente distorsionado a la longitud de la cadena de personas por la que pasa el mensaje. Cuando llegó el concepto oriental de fe y esperanza del lejano oriente a oidos de las religiones medievales, el mensaje se incrustó de lleno de acepciones cerradas de esa espiritualidad abierta universal y pasó a tener una connotación más hermética y cerrada. Y aún sigue así. Las semántica de las palabras tienen un gran poder, para lo bueno y para lo malo.