Western Universal de bajo presupuesto sobre la ola de paranoia que levanta en un pueblo, aparentemente modélico, la presencia de un notorio asesino a sueldo, cuya sola presencia cataliza las miserias morales de los ciudadanos. Tan modesta en apariencia como depurada en el fondo expone bien la capacidad de Jack Arnold para convertir en inusitadamente denso casi cualquier material de partida, proponiendo en este caso toda una reflexión acerca de la muerte y la culpa en el marco de uno de los habituales vehículos (con “b”) al servicio de Audie Murphy, muy esforzado aquí como metafísico killer de hierática presencia, enfrentado al único hombre verdaderamente honesto del pueblo, un médico hijo de herrero al que interpreta Charles Drake, beneficiado por un aire noble y un físico mezcla de Joel McCrea y Sterling Hyden. El duelo final cuenta con ciertas reminiscencias de Terror In A Texas Town una película de este último, también del año 59 y dirigida por Joseph H. Lewis.
Variación western sobre Moby Dick que reúne a Wild Bill Hickok (Charles Bronson) con Caballo Loco (Will Sampson) poseídos por la obsesión de cazar a un casi mitológico bisonte de pelo blanco. Magníficamente interpretada (incluyendo presencias secundarias de gente como un genial Jack Warden y en roles más episódicos Kim Novak, John Carradine, Stuart Whitman o Slim Pickens) y dirigida con garra. Admite todo tipo de registros, desde lo metafísico a lo puramente aventurero y lo abiertamente legendario dentro de un desarrollo cercano al tebeo y favorecido por un empleo fascinante del contraste entre la aspereza de las localizaciones naturales y el tono irreal de unos decorados de cuento de terror. Insólita y apasionante, algo perjudicada por el paso del tiempo en aspectos técnicos, revela como J. Lee Thompson malgastó gran parte de su talento en productos que en poco o nada conectaban con una sensibilidad cercana al fantastique. Banda sonora, formidable por cierto, a cargo del finado John Barry.
Tres soldados sudistas fugados de un campo de prisioneros terminan por unirse a las guerrillas irregulares, siendo entonces obligados a guiar una caravana, que oculta un cargamento de oro, hasta una emboscada. Uno de los pocos westerns de su director, especializado en este tipo de producciones medias y responsable de esa joya de la fantasía infantil que es Los 5000 dedos del Dr. T, y una película agradable de ver pese a su aire conocido. Un mucho de acción, un bastante de peligros, alguna escaramuza india y un poco de romance entre alguno momento meritorio y ciertas composiciones muy plásticas que se completan con un terceto masculino de altura, el siempre noble Joel McCrea, el gran secundario James Whitmore y el turbio Barry Sullivan, y con la belleza rojiza de Arlene Dahl, la cual protagoniza la mejor escena de la película: un baile nocturno de creciente tensión sexual.
Entretenida variante sobre el subgénero de casa encantadas con la cual su director pretendió virar con respecto a su anterior terror bárbaro (aunque sin abandonar por completo la truculencia sangrienta) acercándose a ciertas propuestas de Jaume Balagueró o Brad Anderson y tomando como referente el horror japonés de finales de los 90 y primeros 2000 (amén de ser el remake de una cinta coreana). Magnífico diseño del escenario central, un señorial centro comercial calcinado del que solo sus espejos permanecen impolutos y más que competente primera mitad, muy bien rodada y de efectiva progresión. Pese a su pirotécnica deriva la elegancia de Aja en la puesta en escena y algunos apuntes subterráneos interesantes sobre el doble o la percepción sirven para que la película supere el nivel medio de la coetánea producción norteamericana terrorífica, lo cual tampoco es mucho decir.
Un grupo de aventureros americanos dispuestos a recuperar unos diamantes hundidos medio siglo atrás chocan con las advertencias de una anciana dama local, viuda del capitán que comandaba el barco, sobre la existencia de una maldición sobre los marineros muertos que ahora custodian el pecio. Mixto de aventuras exóticas y horror de a perrona con dirección del muy experimentado Cahn. Bastante mediocre en conjunto pero con el encanto indefinible de las producciones independientes de ínfimo presupuesto de los 50 supone una curiosa aportación a la mitología zombie y deja un par de imágenes logradas: los muertos vivientes caminando bajo el agua y el cerco de velas que mantiene presa en su cama a una zombificada Allison “The fifth foot woman” Hayes.
Una joven viuda decide independizarse de la familia de su difunto marido y marcharse con su hija a vivir a una vieja casa de la costa que nadie quiere alquilar ya que por allí anda el espíritu de su antiguo dueño, un tronante marino. Tercera realización de su autor y su primera gran película. Un melodrama fantástico que lo mismo ironiza con lo gótico que abraza un romanticismo sin sombra de cinismo. Sutil y elegante, rebosa finura en el humor y una enorme capacidad para caracterizar a sus protagonistas y secundarios, estando además iluminada y rodada con maestría. Pudorosa y profunda, melancólica y arrebatada, toda una reflexión sobre la soledad elegida y la perduración del amor pontenciada por una insuperable banda sonora de Bernard Herrman. Rex Harrison compone un fantasma inolvidable pero quien verdaderamente no es de este mundo es Gene Tierney.
Un ex-convicto recién salido de la cárcel solo encuentra trabajo como conductor en una corrupta empresa de transportes. Seco film de acción británico, dirigido por el blacklisted Cy Endfield, un autor a recuperar, que respira cierto aire hawksiano (aunque sin su sentido del humor) en su modulación de un universo viril y peligroso, admitiendo también influencias del noir según Jules Dassin o hasta del antológico El salario del miedo de Clouzot. Violenta y muy bien rodada se beneficia de un reparto formidable que escuda a Stanley Baker y la desaprovechada Peggy Cummins, incluyendo a un Patrick McGoohan despreciable y al gran Herbert Lom de italiano postizo, además de un jovenzuelos Sean Connery y una irreconocible Jill Ireland.
Menos que tolerable producción tardosetentera a mayor gloria de la peor versión de Bronson, aquí en la compañía de su señora, Jill Ireland como novia del gangster tonta del bote a la cual el archiduro debe ir a sacar de Suiza antes de que la maten. Dispersa y vulgar apenas la sostienen la dignidad profesional del interesante Stuart Rosenberg y un gran equipo de característicos (menos Rod Steiger que está como siempre: inaguantable), entre los cuales aparece el fascinante Henry Silva en su recurrente rol de asesino sin escrúpulos.
Un film agudo, divertido y triste, de rara lucidez que tomando la forma de biopic excéntrico lo mismo reflexiona sobre la entraña de la cultura popular Americana, que sobre la deconstrucción de la personalidad de acuerdo a la singular figura de Andy Kaufman. Coherente con la anterior obra de sus pareja de guionistas, Scott Alexander y Larry Karaszewski quizás los profesionales más interesante de los 90 supone igualmente la mejor película de Forman desde “Alguien voló sobre el nido del cuco”. Rodada y montada con enorme precisión, brilla tanto en la pura reconstrucción de época como en la capacidad de observación y penetración en el personaje y su entorno, además de facilitarle a Jim Carrey el trabajo de su vida permitiéndole buscar la verdad bajo un comediante que nunca dejaba de actuar.
Noir más bien grisáceo sobre un ex-combatiente herido en Okinawa, amnésico y cuyo rostro ha sido reconstruido, a la búsqueda de un misterioso hombre llamado Larry Cravat. Excesivamente monocorde en cuanto a puesta en escena y saturada de diálogos (brillantes y repletos del humor esquinado o el toque cínico del autor en muchos casos, pero de todas formas más de los recomendables), tiene además que cargar con el lastre del mediocre protagonismo del prematuramente fallecido y hoy olvidado John Hodiak. Permite intuir algunas de las constantes de Mankiewicz, como el engaño, el falseamiento de la personalidad, la puesta en escena de elaboradas mentiras o incluso es idea del “juego” que subyace a lo largo de su filmografía, pero por el contrario la falta de nervio general desperdicia el potencial paranoico de la premisa. En todo caso no es despreciable por completo y sin duda a Christopher Nolan podría resultarle muy interesante.
Estirado regreso de Robert Rodríguez sobre el mismo material con el que fabricó casi todos sus títulos previos y especialmente el más divertido que este Planet Terror. Huérfana de ritmo y formalmente paupérrima, además de confundir el tono anarcoide con el batiburrillo “va…le todo” y pretender una lectura política risible. La mantienen viva el carisma mostrenco de Danny Trejo, el hallazgo de un Steven Seagal reconvertido a villano (Robert de Niro, en cambio hace el más absoluto de los ridículos), algunos chistes/excesos aislados y el hecho de que, a su modo, es exactamente tan cutre y lamentable como el cine al cual pretende remedar/homenajear/parodiar.
Western agradable de ver y rápido de olvidar que supone una de las contadas incursiones cinematográficas tanto de su realizador como de su estrella, el televisivo cowboy Robert Fuller. Se adhiere a la corriente del género virada a la acción con protagonismo de grupo dispar en territorio hostil que estaba de moda a mediados de los 60. En este caso una partida de soldados de incógnito a la búsqueda de un tesoro robado al final de la guerra por los confederados, al cual son guiados por el único superviviente de la escaramuza, teniendo, además, que cargar con una hermosa mujer si no quieren delatarse. El buen ritmo no da posibilidades al aburrimiento, los tópicos se suceden y como era de esperar, el genial y ya veterano Dan Duryea roba la película sin esfuerzo con uno de sus habituales villanos encantadores y sibilinos.
Desbarrante film de acción marcial coreano sobre la conflictiva relación de un grupo de amigos a uno y otro lado de la ley tras la muerte de uno de ellos. Esquemática en lugar de estilizada, atropellada en vez de vertiginosa, mediocremente interpretada y carente de personalidad (los guiños abarcan del cine hongkonés al Walter Hill de “Los amos de la noche”). Así y todo se deja ver por su aire de tebeo pasado de rosca y aunque su clímax final remita directamente, por escenografía y concepción, al “Kill Bill” de Tarantino también pueden rastrearse algunas ideas llamativas en cuanto a empleo del color y el espacio que parecen rendir homenaje al cine sesentero de Seijun Suzuki o Yasuharu Hasebe.