La periodista Federica Montseny i Mañé (Madrid, 1905 - Tolouse, 1994) fue la primera ministra en la historia de España (y una de las primeras de Europa). Pero aquí no acaba la peculiaridad de su cargo: el de Montseny fue uno de los mandatos más cortos (no llegó ni a los seis meses) y, sobre todo, de los más contradictorios: fue una de las anarquistas más activas de su época y, durante mucho tiempo, azote del Gobierno de la República del que acabó formando parte por petición del entonces presidente Francisco Largo Caballero. "Lo que nos divide de los comunistas es que nosotros vamos a la destrucción del Estado porque consideramos que es la opresión y que el poder, en manos de quien sea, será siempre poder y tenderá a crear sus intereses", había declarado años antes. "Y esos intereses serán tan poderosos que todas las ideas revolucionarias quedarán ahogadas; los ejemplos de la revolución rusa y de otras que la han sucedido nos lo demuestran".
Montseny fue víctima de otra revolución, la del alzamiento contra el régimen republicano, y la decisión de liderar el Ministerio de Sanidad y Asistencia Social (tras pertenecer al Sindicato Único de Profesiones Liberales de Barcelona y sumarse a la redacción de Solidaridad Obrera) la tomó en plena Guerra Civil. "Me preocupa más el curso de la guerra y de la revolución que la buena marcha del ministerio", llegó a reconocer entonces. Eso no significa que no se tomara en serio su cargo; de hecho, impulsó muchas iniciativas en su corto mandato, a pesar de que la mayoría no llegaran a buen puerto: planeó centros de acogida para la infancia que se diferenciaran de los deprimentes orfanatos de la época, comedores para embarazadas, alternativas a la prostitución, una lista de profesiones a ejercer por personas discapacitadas y el primer proyecto de ley del aborto en España, arrumbado por la indiferencia de Largo Caballero y la oposición de Negrín, el médico que ocupaba el Ministerio de Hacienda.
Montseny: "Me preocupa más el curso de la guerra que la buena marcha del ministerio"
Todas las decisiones de Montseny estaban movidas por unos ideales profundamente humanistas que incluso la llevaron a enfrentarse a los movimientos feministas de la época. "En España, en realidad, no existe feminismo de ninguna clase. Si alguno existiera, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante que su arribo al poder significaría una gran desgracia para los españoles", llegó a escribir en las páginas de La Revista Blanca, un publicación intelectual de la época. No es que la periodista estuviese en contra de ese movimiento, sino que rechazaba su carácter pacato y su falta de base humanista. Como ha matizado después la historiadora Mary Nash, "Montseny estimaba que el feminismo español se caracterizaba por su falta de inquietudes sociales y por su retraso respecto al progresismo relativo de los demás movimientos feministas europeos ya que, en comparación con Inglaterra o Francia, creía que este adolecía de los defectos generales de la falta de humanismo e idealidad común. Una falta de independencia de la que sí gozaban las feministas extranjeras".
Su activismo contra el alzamiento no terminó con el cese de su mandato ministerial. En 1939, fue la responsable del Departamento de Sanidad de la Comisión de Batallones de Voluntarios que trató de organizar, en vano, la resistencia frente al avance de las tropas del general Yagüe. Finalmente, al igual que otros miles de insurrectos, cuando terminó la Guerra Civil se exilió a Francia, donde trabajó para la Junta de Ayuda a los Refugiados Españoles (JARE) y el Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE). Perseguida por la policía nazi (aliada con la franquista) estuvo en libertad vigilada hasta que el país galo se liberó de la ocupación alemana en 1944.
Montseny no regresó a España hasta la llegada de la democracia en 1977. Durante ese tiempo se había instalado en Toulouse y cambiado su nombre por el de Fanny Germain, con el que firmaba los artículos para periódicos anarquistas como Espoir. Cuando volvió del exilio, lejos de acomodarse en el prestigio intelectual y político del que ya gozaba, siguió luchando por sus ideas o, más concretamente, por la devolución del patrimonio sindical incautado a la CNT tras finalizar la Guerra Civil. Mantuvo sus ideales hasta el final: se opuso frontalmente al nuevo régimen constitucional y a los Pactos de la Moncloa. Pasó sus últimos años en Toulouse, donde murió en 1994, si bien su impronta ha quedado reflejada en las calles de decenas de ciudades españolas. Incluso un parque parisino homenajea su memoria.
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