Al principio el Nazario no quería, no iba con él eso de quedase en pelotas delante del personal, y menos de don Antonio, que tenía un plumazo feo. Pero el caballo no entiende de buenas costumbres. Cuando fuimos al estudio para hacer el trato, ya teníamos allí las papelas. Tenía sicología ese don Antonio, me cago en su estampa. Antes de que me diera cuenta ya estaba el Nazario crucificado en el suelo, con la chuta en la vena, descoronándose, esa risa suya que no se sentía. Yo nunca estaba seguro de si reía o lloraba. O de si estaba vivo o muerto, que en eso está el misterio de rendir el alma. Aquella tarde le hizo fotografías. Pero fuimos más veces para que lo dibujara del natural y tomara medidas, no escatimaba la Hermandad con el jaco.
No llegó a verse en la cruz el Nazario. Cuando tenía el mono no se veía los brazos, y por más que yo le decía tócate Nazario, no ves que los tienes en su sitio, hasta que no le buscaba la vena no se los encontraba. En una de esas se me quedó arrebujado como un pajarico al lado de una chimenea de una casa en derribo. Yo no me di cuenta al principio porque siempre se quedaba quietecito con esa mueca suya con la que uno nunca sabía. Era muy reservado el Nazario, no era de muchas palabras, no. Me di cuenta al amanecer, cuando la lumbre se apagó y yo estaba caliente y él frío. Días después me ligaron en Cartagena. Más de diez años estuve en el truco, eso fue lo peor. Hasta amoqué, como te he dicho, allí se aprende pronto a poner el culo. Al salir, estuve enredando un tiempo por Barcelona, y luego me vine para el pueblo, ¿qué iba a hacer? Al principio no quería verlo, me daban grima las dos largas filas de nazarenos con velas, y no sé cómo aguanté la risa cuando el Rebuscao se arrancó a cantarle una saeta. Toda aquella gente que antes huía de nosotros como de la peste, ahora adoraba al Nazarío. Detrás de él, custodiándolo, desfilaban el alcalde y el cura, el jefe de la policía y la guardia civil.
Federico de Arce. La vieja. Descrito Ediciones, mayo de 2015. Imagen de portada: Carlos Sánchez Gómez.