Federico García Lorca .- Romance del emplazado

Publicado el 29 noviembre 2018 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanica
¡Mi soledad sin descanso! 
Ojos chicos de mi cuerpo 
y grandes de mi caballo, 
no se cierran por la noche 
ni miran al otro lado, 
donde se aleja tranquilo 
un sueño de trece barcos. 
Sino que, limpios y duros 
escuderos desvelados, 
mis ojos miran un norte 
de metales y peñascos, 
donde mi cuerpo sin venas 
consulta naipes helados. 

Los densos bueyes del agua 
embisten a los muchachos 
que se bañan en las lunas 
de sus cuernos ondulados. 
Y los martillos cantaban 
sobre los yunques sonámbulos, 
el insomnio del jinete 
y el insomnio del caballo. 

El veinticinco de junio 
le dijeron a el Amargo: 
Ya puedes cortar si gustas 
las adelfas de tu patio. 
Pinta una cruz en la puerta 
y pon tu nombre debajo, 
porque cicutas y ortigas 
nacerán en tu costado, 
y agujas de cal mojada 
te morderán los zapatos. 

Será de noche, en lo oscuro, 
por los montes imantados, 
donde los bueyes del agua 
beben los juncos soñando. 
Pide luces y campanas. 
Aprende a cruzar las manos, 
y gusta los aires fríos 
de metales y peñascos. 
Porque dentro de dos meses 
yacerás amortajado. 

Espadón de nebulosa 
mueve en el aire Santiago. 
Grave silencio, de espalda, 
manaba el cielo combado. 

El veinticinco de junio 
abrió sus ojos Amargo, 
y el veinticinco de agosto 
se tendió para cerrarlos. 
Hombres bajaban la calle 
para ver al emplazado, 
que fijaba sobre el muro 
su soledad con descanso. 
Y la sábana impecable, 
de duro acento romano, 
daba equilibrio a la muerte 
con las rectas de sus paños.