Que todo va bien lo subraya la fiebre de los últimos días, el virus o lo-que-coño-sea que me ha tenido casi una semana en cama, unos días navideños en los que no ha habido cena de nochebuena, ni comida de navidad, ni renos, pastores o villancicos.
Uno, por aquello de la literatura, siempre buscó la fiebre intentando encontrar aquello con lo que Cortázar abrió Salvo el crepúsculo, la cita de Yourcenar:
Sans doute avait-il la fièvre. Mais peut être la fièvre
permet-elle de voir et d’entendre ce qu’autrement
on ne voit et n’entend pas.
Es decir, aquello que sólo la fiebre permite ver y oír. Pero ha sido en vano. La fiebre sólo me ha traído un sueño ligero y, claro, ninguna revelación. Algo de malestar, sudor y cambios de camisetas y pijamas. Así, ya me dirán ustedes cómo hace uno literatura.
Que todo va bien lo subrayan las luces azules en los árboles de las avenidas, este frío vertical, también azul, las imágenes repetidas todos los años en los telediarios (las compras, el gordo, el baño helado de navidad...) como una especie de condena a la que uno está atado de por vida, los atascos, las aglomeraciones, tanto sinsentido en un ir y venir que, lejos de conducir a algún lado, nos ata más a todo esto.
Que todo va bien lo subrayan estas líneas, el fondo, azul también, de esta pantalla, los dedos buscando las teclas, la noche de este domingo, helado y extraño.
Que todo va bien lo subraya, sobre todo, el sin embargo que cierra estas líneas.
Y sin embargo...