Ya he comentado que en la pasada Feria del Libro de Madrid, el último domingo, compré en la caseta de la editorial Valdemar dos libros, Noctuario de Thomas Ligotti (comentado la semana pasada) y éste de Felices pesadillas. Los mejores relatos de terror aparecidos en Valdemar. Se trata de una antología de relatos seleccionados por los propios editores de Valdemar entre todos los libros que habían publicado entre 1987 (año en que Valdemar empezó a funcionar, supongo) y el 2003 (año en que tuvieron esta idea, que ahora mismo ya va por su tercer volumen). En el corto prólogo del libro, los editores Rafael Díaz Santander y Juan Luis González Caballero, nos cuentan que han realizado esta selección de 40 cuentos con la premisa de que no se repitieran autores, y se han centrado en gran medida en el siglo XIX porque es la gran época del relato de terror clásico.
En 2011, para acompañar a mis alumnos en su viaje de fin de curso a Mallorca, me llevé a la isla el libro de Valdemar Una antología de cuentos de terror en el mar. Recuerdo que me lo pasé muy bien con estos cuentos, y para este 2015 en el que iba a pasar quince días en el norte de la isla me pareció una buena idea llevarme esta otra antología de cuentos de terror. Si la de cuentos de terror en el mar tenía 624 páginas y 19 cuentos, esta tiene 982 páginas y 40 cuentos. Desde ahora mismo que estoy tecleando en mi ordenador, refugiado del calor de julio en la biblioteca Eugenio Trias del Retiro, me doy cuenta de que no voy a poder comentar todos los cuentos, que esa labor sería ardua y desproporcionada, pese a que de cada uno tengo algunas pequeñas anotaciones (hechas en la playa, más de una). Así que voy a comentar algunos, intentando encontrar criterios para agruparlos o por el contrario tratando de mostrar su singularidad.
De entrada he echado de menos algo que sí que tenía Una antología de cuentos de terror en el mar: una ficha introductoria a cada cuento que hablara del autor, sus principales obras y en qué año fue publicado por primera vez el relato. Algunos escritores son de sobra conocidos, y de otros se puede deducir su nacionalidad por el nombre, pero entre los menos conocidos y pertenecientes al mundo anglosajón he dudado más de una vez si serían norteamericanos , británicos o de tal vez (que no creo) australianos, etc. Los cuentos están ordenados por la fecha de nacimiento de los autores, y esto hace –supongo- que en algún momento relatos escritos años después que otros aparezcan antes en la antología.
El libro empieza con Vampirismo de E.T.A Hoffmann. Después de acabar con el libro de cuentos de Thomas Ligotti, y sobre todo con su tercera parte que, como ya conté, me cansó un poco, me gustó leer este relato, en el que la fuerza de lo narrado no estaba en la atmósfera creada sino en el mero avance de la trama. Vampirismo contiene alguna escena espeluznante y cumple perfectamente con las expectativas. El segundo cuento, Las aventuras de Thibaud de la Jacquière del escritor Charles Nodier, me ha parecido peor, pero quiero hablar de él porque ya detecto una de las fuentes de las que emana el terror en el siglo XIX. Cuando comenté Una antología de cuentos de terror en el mar me percaté de que los miedos del hombre cambian con el tiempo: en el siglo XIX los viajes largos se hacían en barco y estaba muy presente para el hombre de la época la posibilidad de que se dieran naufragios y que se muriera en el mar. De ahí toda esa literatura sobre la posibilidad de la muerte en el mar. En los primeros relatos de esta otra antología, observo que uno de los miedos más claros para las personas del siglo XIX era no ya el miedo a la muerte (que también) sino el miedo a la condenación por morir en pecado. Una persona del siglo XIX normalmente tenía conciencia religiosa, lo que implicaba (en la época) que además de la existencia del cielo como premio estaba la del infierno como castigo. Así en Las aventuras de Thibaud de la Jacquière un joven disoluto invoca tanto al demonio que éste se le acabará apareciendo para hacerle pagar por sus pecados. Otro hecho llama mi interés: estos cuentos de terror platean situaciones bastante atrevidas para la época, que en muchos casos tienen que ver con pulsiones sexuales sublimadas. Así en estos ambientes de pecadores (con alto riesgo de que se les aparezcan los demonios y de caer en la condenación eterna) nos encontramos con orgías (Las aventuras de Thibaud de la Jacquière, El elixir de larga vida de Honoré de Balzac o La muerta enamorada de Théophile Gautier), deseos sexuales fuera del matrimonio o simplemente inconvenientes, entre los que destacaría la necrofilia (La muerta enamorada de Théophile Gautier), y subversión de las normas sociales establecidas (El joven Goodman Brown de Nathaniel Hawthorne). Así que los cuentos fantásticos y de terror del siglo XIX en gran medida son, a pesar de ese trasfondo del binomio pecado-condenación (del que se sirven como de un juego) una literatura subversiva y por tanto con mucha capacidad para adelantarse a su tiempo.
Se incluye aquí Rip van Winkle de Washington Irving, que he leído en otras dos antologías en los últimos años. Es un buen cuento, pero deberíamos puntualizar que es más un cuento fantástico que de terror. No me ha gustado mucho La bofetada de Carlota Corday de Alexandre Dumas, porque este relato se basa en una pequeña anécdota y no existe en él una verdadera trama de personajes.
Una de mis grandes lagunas como lector es la de no haber leído nunca los cuentos completos de Edgar Allan Poe, aunque sí que he leído La narración de Arthur Gordon Pym y algunos de sus cuentos más significativos. No había leído antes el que se incluye aquí: Los hechos en el caso del señor Valdemar. Me ha parecido original, con el deseo de dar una visión científica del experimento de hipnotizar a una persona a punto de morir. El cuento acaba con el siguiente párrafo: “Mientras ejecutaba rápidos pases hipnóticos entre exclamaciones de «¡muerto!», que literalmente explotaban en la lengua y no en los labios del paciente, su cuerpo entero, de pronto, en un solo minuto o incluso en menos tiempo, se contrajo, se deshizo, se pudrió entre mis manos. En el lecho, a la vista de todos los presentes, sólo quedaba una masa casi líquida de repugnante, de execrable putrefacción.” (pág. 154) Imagino que a esto es a la que se refiere Jorge Luis Borges cuando afirma que Lovecraft copia lo peor de Poe.
La muerta enamorada de Théophile Gautier me ha parecido uno de los mejores cuentos del libro, todo un relato clásico sobre el vampirismo y el mundo de los sueños. El guardavías de Charles Dickens es otro texto clásico, destacable. Quizás junto a relatos tan bien escritos como estos, otros, como Schalken el pintor de Joseph Sheridan Le Fanú, siendo correctos resulten de calidad inferior.
La araña cangrejo de Erckmann y Chatrian abandona el tema religioso (o tal vez no, porque en esta narración puede estar implicado el vudú caribeño) y se centra en el desarrollo anormal de la naturaliza, hablándonos de otro horror, el que podríamos llamar “horror biológico”. Lo cierto es que el cuento no acaba de estar bien cerrado y más de una explicación queda en el aire.
Una cama terriblemente extraña de Wilkie Collins deja el terror sobrenatural y nos acerca a miedos mucho más mundanos y realistas: el de los asesinos. Collins no defrauda creando un texto de intriga. No es el único en esta línea: Los dualistas de Bram Stoker, un relato sobre la crueldad de los adolescentes resulta estremecedor. Y tal vez podríamos incluir aquí El clan de los parricidas de Ambrose Bierce. Aunque, como he leído en más de una ocasión, Bierce es un género literario en sí mismo y su relato de asesinos no acaba de ser del todo realista, porque tiene toques expresionistas, y lo que se dedica principalmente es a romper las normas sociales de la decencia de la época. En el terror realista también podemos incluir el intersante La máscara de plata de Hugh Walpone. Como cuento de terror realista destaca La extraña cabalgada de Morowbie Jukes de Rudyard Kipling, ambientado en la India, sobre un poblado de personas abandonadas por haber estado próximas a la muerte. Un cuento muy bien escrito.
Junto a un muerto de Guy de Maupassant resulta extraño encontrarlo en esta antología porque no me ha parecido un relato de terror, sino un relato melancólico sobre la muerte de Schopenhauer. Esta idea metaliteraria ha hecho que me pareciese estar leyendo un cuento de Roberto Bolaño.
Nos encontramos aquí con muestras claras de lo que se suele llamar la “historia de fantasmas”, un género literario muy británico. Podemos destacar en este subgrupo una composición como La habitación de la torre de Edward Frederic Benson y por supuesto El grabado de M. R. James, que yo, que he leído todos los cuentos de James (un volumen muy recomendable de Valdemar), no estoy seguro de que sea su mejor cuento, pero en cualquier caso es muy original, y contiene algo que el cuento de Benson no tiene: humor, con una ironía perfectamente inglesa. Me ha gustado el cuento de fantasmas ¿Qué es eso? De Fitz-James O´Brien, donde el lector acaba sintiendo compasión por el fantasma atrapado.
Dentro de los cuentos de fantasmas podemos encontrar una subdivisión muy curiosa: la formada por aquellas narraciones escritas de una forma tan ambigua que admiten una explicación fantástica o bien una explicación realista. En este sentido destacaría La pata de mono de William Wymark Jacobs (que empieza de una forma un tanto artificiosa y termina con una tensión muy bien llevada), El fantasma inexperto de H. G. Wells (que como el cuento de James también tiene humor) y Sredni Vashtar de Saki.
Sé que Valdemar ha sacado otra antología (que acabé leyendo) sobre la gran época del relato pulp. Pero en este libro ya nos encontramos con más de un detalle pulp; en este sentido me ha parecido bastante horripilante y gracioso el final de La novela del polvo blanco de Arthur Machen, y puro pulp es Grillos de Richard Matheson.
No me ha gustado mucho el cuento Intercambio mutuo, sociedad limitada cuyo artificioso planteamiento sobre personalidades que cambian de cuerpo ha hecho que no entrara en él. Tampoco me ha gustado La maldición de los fuegos y las sombras de William Butler Yeats, un cuento con un trasfondo de leyenda patriótica, que lo cierto es que no casaba bien con esta antología.
Creo que esta es la tercera vez que leo La llamada de Cthulhu de Lovecraft y vuelvo a ella, a los cuarenta y un años, y creo que me acaba pareciendo el mejor cuento de todo este libro. Los primeros amores son así, para toda la vida. Lo único es que en las antiguas traducciones de Alianza a los largos periodos de tiempo los llamaban “eones” y aquí Francisco Torres Oliver, el traductor, se empeña en llamar a mis queridos “eones” “evos”, palabra que me gusta menos.
El hombre árbol de Henry S. Whitehead me gusta por su ubicación exótica (este podría haber sido otro criterio para unificar los cuentos), ya que transcurre en la isla de Santa Cruz, en las Pequeñas Antillas Danesas, un cuento que tiene que ver con los ritos africanos en América.
He vuelto a leer Una voz en la noche de William Hope Hodgson, cuento que también estaba en Una antología de relatos de terror en el mar, y me ha vuelto a gustar, claro. Aún tengo pendiente de leer el libro de cuentos de Hodgson que publicó Valdemar.
Me parece bastante destacable El valle de lo perdido de Robert E. Howard (el creador de Conan, el Bárbaro), un cuento que empieza como un western, planteando un enfrentamiento entre dos familias de vaqueros en Texas, que se adentra en el territorio de las leyendas indias, para acabar siendo una historia de extraterrestres y civilizaciones perdidas, sin dejar de pasar por el género de zombis. Un cuento (o novela corta, algunos de estos cuentos están entre las 30-50 páginas) que parece una broma posmoderna escrita por César Aira o Elvio E. Gandolfo, pero que Howard posiblemente escribió sin ninguna ironía, y ser así de moderno, y encima haciéndolo en serio, le convierte en un autor encantador.
Se incluyen aquí dos cuentos escritor originalmente en español: El síncope blanco de argentino Horacio Quiroga y Mater Tenebraum de Pilar Pedraza. El de Quiroga es original, pero yo he leído su Cuentos de amor, de locura y de muerte y aquí había cuentos más terroríficos y mejor escritos. El de Pedraza, que cierra el volumen, es un cuento original, porque mientras que en los otros (principalmente pertenecientes al mundo anglosajón) el fantástico se muestra más puro: en la realidad narrada ocurre algo anómalo que los personajes entienden como anómalo (por ejemplo, alguien ve un fantasma y reacciona con miedo e incredulidad), en el cuento de Pedraza lo maravilloso (encontrarse, por ejemplo, con una mujer vampiro) es asumido como real por los personajes. Mater Tenebraum es un cuento oscuro, a veces incluso sórdido frente a la elegancia anglosajona de, por ejemplo, M. R. James o Benson.
Creo que me han faltado por citar muy pocos cuentos. Algunos como Los muertos se vengan de Claude Vignon, El comerciante de ataúdes de Richard Middeleton o Calor de agosto de William Harvey no es que sean malos cuentos, pero palidecen ante otros de mayor calidad. Se me queda colgado también Pues la sangre es vida de Francis Marion Crawford, que no está nada mal, aunque quizás el tema vampírico resulta ya al leerlo un poco repetitivo, y antes ya se ha leído La muerta enamorada de Gautier, que es mejor. A pesar de todo, me gusta su ubicación italiana. No he dicho nada de Ante la ley de Franz Kafka, que no estoy seguro de si este texto expresionista encajaba muy bien en esta antología. En el prólogo, los editores nos cuentas que estuvieron pensando incluir aquí La metamorfosis, pero lo descartaron porque era demasiado largo.
Y me estaba dejando atrás también –me percato al revisar el índice- dos de los mejores cuentos del libro: El ladrón de cadáveres de Robert Louis Stevenson, un cuento realista que se convierte, por sorpresa, en fantástico en el último párrafo. Y John Barrington Cowles de Arthur Conan Doyle, un cuento sobre extraños poderes mentales que proceden de la India. El nivel de escritura de estos cuentos destaca.
Y creo que al final, pese a mi comentario inicial, sí que he conseguido hablar de todos los cuentos.
En resumen: Felices pesadillas es una estupenda antología de cuentos fantásticos y de terror, que me hace preguntarme por qué a los diecinueve años yo, que había crecido casi exclusivamente con la literatura de género (ciencia ficción, terror y fantasía épica) dejé de golpe todo esto por el realismo tras leer La senda del perdedor de Charles Bukowski. Estos libros de género me apetece leerlos, me doy cuenta, sobre todo en verano, cuando es más fácil rescatar de nuestro interior al adolescente que fuimos. He estado viendo las novedades de Valdemar (antología de relatos pulp, antología de relatos de momias, el nuevo libro de Ligotti, el tercer volumen de cuentos antologados por la editorial…) y no sé si voy a resistirme hasta el próximo verano. Estos libros son muy divertidos.