En definitiva, se trata de vivir en un presente continuo, generado a base de momentos, de experiencia consumida a modo de comida rápida.
Pero le veo un problema: todo ello puede llegar a crearnos una falsa apariencia de novedad, lo que acabaría de un plumazo con el escepticismo, el desapego y con la capacidad crítica y el pensamiento. Cada fraude sería el primero, cada robo único, cada recorte aislado y cada uno de ellos nos sorprendería en nuestra inocencia feliz.
Y aquí viene el segundo problema. Yo, al menos, no podría ser tan feliz ahora que veo detenidos a Teddy Bautista y sus secuaces por plagiar las peores series B de mafia y corrupción si no supiera lo que lleva a sus espaldas esta sociedad sin ánimo de lucro para el prójimo que ha estado presidiendo durante los últimos años ni lo infeliz que ha hecho durante años al gremio de peluqueros, por poner un ejemplo. ¿Qué felicidad es ésta, entonces, que ha de basarse en un presente cerrado en compartimentos estancos? Muchas veces los expertos resultan demasiado felices en sus teorías…