Las declaraciones optimistas del monarca no son fáciles de entender en un momento de la historia de España en el que una parte cada día más numerosa y cualificada de la sociedad exige cambios, regeneración, justicia, democracia y castigo para los muchos corruptos y sinvergüenzas afincados en el poder político.
La opinión de Felipe VI refleja un preocupante divorcio con la realidad de España y un grave desconocimiento de las ideas y sentimientos ciudadanos, lo que constituye un problema más para la democracia española, que padece ya un duro divorcio entre sus líderes y la ciudadanía.
Contrariamente a lo que afirma el rey Felipe, hace cuatro décadas, España era, en muchos aspectos, mejor que la actual. Había menos corrupción, menos desempleo, menos desencanto, menos conciencia de que la democracia es un fraude, menos desprestigio de los políticos, menos frustración entre los jóvenes, menos endeudamiento, menos despilfarro, menos gigantismo enfermizo en un Estado plagado de parásitos y menos deterioro del liderazgo, entre otras muchas cosas.
Que el Jefe del Estado se sienta satisfecho en un país donde la pobreza avanza, las clases medias han perdido más de tres millones de miembros y la sensación de desgobierno e injusticia es agobiante, representa un problema grave de desconexión con la realidad y con la ciudadania.
Sería bueno que el rey, en lugar de rodearse de aduladores y amigos millonarios, se asomara a la ventana de España para contemplar y entender como vive su pueblo.
Francisco Rubiales