Feliz Cumpleaños

Por Expatxcojones

Argentona, 1988. Yo, vestida de payaso junto a mi padre. expatriadaxcojones.blogspot.com


Este fin de semana hemos celebrado el cumple de Terremoto. Cuatro añitos.Tocaba hacer una fiesta. No se me da muy bien. No tengo dotes de organizadora. Me da pereza. Pero esto es lo que se hace por los hijos y yo no quería ser menos.
Primero fui con una amiga a Ceuta. A comprar: Alcohol. Mucho. Piñata. Caramelos. Comida. Bebida. Después, hablé con los del tenis para que me alquilaran una sala. Molesté a mis amigas para que me consiguieran el teléfono de un mago. El día en cuestión me levanté pronto. Cogí tijeras, cordel y una bolsa llena de globos y guirnaldas. Me subí a las sillas y lo decoré todo lo mejor que pude. Mandé al Kalvo a recoger la tarta que había encargado y a comprar el hielo para las cervezas. A la hora prevista lo tenía todo listo. Los invitados empezaron a llegar. Una hora y media después la teníamos liada.
Valió la pena. Terremoto se lo pasó bien y los mayores también. No me extraña. Con la cantidad de alcohol que había cualquiera se aburre. Hizo un día precioso. Un paréntesis de sol después de una semana entera lloviendo sin parar. Al día siguiente el niño se levantó, todavía, cansado y yo, con resaca.
Y fue entonces cuando me acordé de mi padre. Y sonreí. Sí. Tiene cosas que no me gustan pero tiene otras… que lo hacen ser una persona especial. Estaba poco en casa. Trabajaba y viajaba mucho. Pero cuando estaba nos dedicaba su tiempo y toda su atención. No es un padre al uso. Nunca lo ha sido y nunca lo será.
Me acordé de él y llamé a mi madre. Me había estado mandado mensajes para preguntarme que tal había ido todo.
   —Creo que la gente se lo ha pasado bien. Yo, la primera.   —¿Y el niño?   —El niño súper contento.    —Ahora me doy cuenta del trabajo que cuesta organizar este tipo de cosas…   —¡Uyyy! Todavía lo recuerdo. Tu padre tardaba casi una semana en recuperarse… siempre se quedaba afónico.    —¿Está aquí?   —No. Ha ido a su clase de Tai Chi. No vendrá hasta la hora de comer.   —Dile que lo llamo luego.   —Vale.    —Adiós.   —Adiós.

Argentona, 1983. Yo soy la niña de la primera fila vestida con pantalón rosa.

  Mi cumpleaños es en enero, justo una semana después de reyes. La gente está arruinada. Cansada de gastar, comer y beber. Mala época para celebrar nada. Pero mi hermana mayor nació en agosto. El treinta y uno para ser exactos. Y mis padres aprovechaban esta fecha para celebrar los tres cumpleaños el mismo día.
Nosotros pasábamos el verano en un pueblo. Se llama Argentona. Es un pueblo pequeñito. Allí teníamos una casita. Situada en una pequeña montaña. Había otras, ocho en total. Me encantaba ir. Nos pasábamos el día jugando a nuestra bola y solo íbamos a casa para las comidas. Parecíamos unas salvajes.
Cada año, sobre el quince de agosto, mi padre se encerraba en una de las habitaciones que teníamos en la casa para prepararse. Se lo tomaba muy en serio. Llamaba a sus amigos, todos muy hippies y dispuestos a colaborar. Recuerdo a Elisa, que se disfrazaba de hada y nos contaba cuentos. Recuerdo a Toni que junto a mi padre se vestía de oso, de payaso, o de lo que fuera necesario. Después, los dos cogían sus guitarras y nos cantaban canciones. Pero la cosa no quedaba ahí. Mi padre también hacía de payaso y de mago. Era, y sigue siendo, el hombre orquestra.
Se pasaba dos semanas preparando los números. Durante este tiempo no lo podíamos molestar. Se encerraba solo en ese cuarto y lo oíamos trastear. Necesitaba encontrar la indumentaria adecuada, escribir los guiones, ensayar los trucos y comprar el attrezzo.
Eran unas fiestas espectaculares. Había más de cincuenta niños y todos venían con sus padres. Los vecinos, tres chicos que se habían quedado huérfanos siendo muy pequeños, eran como de la familia. Ellos arrimaban el hombro como el que más. El pequeño hacía de ayudante en el show de magia. El mayor, que tenía buena mano para las manualidades, ayudaba con la decoración de la fiesta. Un año, con la ayuda del mediano, preparó una gymkana. Dibujó y pintó no sé cuantos elefantes. De medio metro cada uno. Luego, los escondieron por el bosque y nosotros teníamos que encontrarlos.
La fiesta duraba casi todo el día. No se dejaba nada al azar. Todo estaba organizado. Había papel de wáter para el juego de las momias. Cubos con agua para el de las manzanas. Hacíamos carreras de sacos. Corríamos con la música al juego de las sillas. Y mí preferido: romper la olla. Se colgaba una olla de barro en un cordel. Previamente se había llenado de golosinas y pequeños regalitos. Entonces los niños hacíamos una cola. Al que le tocaba, se ponía un pañuelo en los ojos para no ver y cogía un palo. El objetivo era darle a la olla, siguiendo las indicaciones del resto. Parece fácil pero no lo es. El que lo conseguía era vitoreado pero solía ser el que se quedaba sin nada, pues en lo que tardaba en descubrirse los ojos, los demás habíamos arrasado.
Todos los niños querían venir. También los mayores. Mi padre preparaba tartas con su espuma de afeitar. Bastantes. Y con el rollo de los payasos siempre acababa pringando a los invitados. Cuanto más mayores, puestos y serios, mejor. Iba a por ellos.
Mi padre tiene muchas cosas que no me gustan. Nadie es perfecto y él no es una excepción. Es un tipo singular. Nada corriente. Y esto tiene cosas buenas y otras que no lo son tanto. Pero gracias a él mis recuerdos de infancia son difíciles de olvidar.