Sepulté mis ojos con el Cuento de Navidad partido sobre mi pecho y al abrirse el día, la felicidad inundó los periódicos, forzó ralentizar las agujas de las paredes, ahuyentó los frunces de los viajeros de las calles por un día. El sol se filtra sin olvidar una noche estrellada, serenada por el silencio que anhelaba este moribundo mundo. Silencio. Y ahora un pálpito en el susurro. Enredo mis pasos en los pasillos, arrincono el deber, exhibo el sosiego, leo tu sonrisa, oigo tu mirada clara y viva. Cual Charlie Brown he conquistado la sonrisa tras los estancos de las ONG's que acumulan capital en uno de doce meses, los prados urbanos en los cuales se inflan señoras con torres de laca y señores con engominados cascos, el cielo travestido por artificiales ilusiones que parpadean las sombras bípedas entre laberintos de escaparates. Se me ha ablandado el puño por tu culpa. Eres tú, quien me lees, sonríes y me deseas felicidad cuando te la deseo. Eres tú, mi Navidad. Eres tú.
Sepulté mis ojos con el Cuento de Navidad partido sobre mi pecho y al abrirse el día, la felicidad inundó los periódicos, forzó ralentizar las agujas de las paredes, ahuyentó los frunces de los viajeros de las calles por un día. El sol se filtra sin olvidar una noche estrellada, serenada por el silencio que anhelaba este moribundo mundo. Silencio. Y ahora un pálpito en el susurro. Enredo mis pasos en los pasillos, arrincono el deber, exhibo el sosiego, leo tu sonrisa, oigo tu mirada clara y viva. Cual Charlie Brown he conquistado la sonrisa tras los estancos de las ONG's que acumulan capital en uno de doce meses, los prados urbanos en los cuales se inflan señoras con torres de laca y señores con engominados cascos, el cielo travestido por artificiales ilusiones que parpadean las sombras bípedas entre laberintos de escaparates. Se me ha ablandado el puño por tu culpa. Eres tú, quien me lees, sonríes y me deseas felicidad cuando te la deseo. Eres tú, mi Navidad. Eres tú.