―Y tú ¿cómo estás?―Yo sigo igual que siempre ―fue una mentira tan grande que pareció verdad. Él sintió sus escasas palabras durante un silencio cálido en el que le acarició la cara.―Feliz Navidad, Silvia ― Franco se alejó cargado de sus bolsas y su vida. Silvia no tuvo más remedio que desabrocharse por miedo a morir asada, quemada en los rescoldos de un fuego antaño fabuloso. Volvió a escuchar los villancicos que escupían los altavoces callejeros e intentó perderse de nuevo en el vaho de su aliento, en el frío del aire, en los adornos, pero ella ya se había quitado el abrigo e intuía el enorme árbol de Navidad entre lágrimas.Texto: Anabel Consejo PanoIlustración: Elísabet Bertolín Consejo
―Y tú ¿cómo estás?―Yo sigo igual que siempre ―fue una mentira tan grande que pareció verdad. Él sintió sus escasas palabras durante un silencio cálido en el que le acarició la cara.―Feliz Navidad, Silvia ― Franco se alejó cargado de sus bolsas y su vida. Silvia no tuvo más remedio que desabrocharse por miedo a morir asada, quemada en los rescoldos de un fuego antaño fabuloso. Volvió a escuchar los villancicos que escupían los altavoces callejeros e intentó perderse de nuevo en el vaho de su aliento, en el frío del aire, en los adornos, pero ella ya se había quitado el abrigo e intuía el enorme árbol de Navidad entre lágrimas.Texto: Anabel Consejo PanoIlustración: Elísabet Bertolín Consejo