Por Augusto Rodríguez
(Tomado de Viaje al centro de la ficción, Guayaquil: Abya-Yala, pp. 57-61)
Los fenómenos de este circo están listos para robar, beber, golpear, devorar, arrasar, no tienen dios ni ley. Muy pronto matarán al dueño de esa pocilga y se apropiarán del lugar. Más tarde lo quemarán, nada quedará para el recuerdo; todo merece desaparecer del mapa de la tierra, quizás algún día alguien vaya a visitarlos, pero cuando eso sea posible, ya no habrá nada ni nadie para contarlo, ellos son los hijos del odio y de la miseria:
El hombre bala
Dicen que el hombre bala se jubiló joven porque en las alturas nunca encontró la pólvora que apagara sus deseos.
El ilusionista
El ilusionista es un fraude: de las mangas le saltan sapos, de los zapatos las culebras, del sombrero enanos horrorosos, de los bolsillos payasos espantosos; cuando todos esperaban ver volar a la paloma de la muerte.
La mujer barbuda
La mujer barbuda siempre está triste porque los hombres que ansía nunca la desean; más de uno la ha confundido con un mamífero o con la mascota de algún desconocido y siempre se tiene que quedar sola frente al espejo cuando todos se marchan. Desde esta navidad ha prometido renunciar e ir a un buen peluquero.
El payaso
El payaso llega borracho todos los días con su maquillaje descorrido, con su panza al aire semidesnudo a contarle al público sus chistes pasados de moda que no hace reír ni a un muerto.
La pulga
Alguien del público aplastó por error a la súper pulga mientras siguen pensando en el funeral se preguntan: ¿en el más allá seguirá soñando sus grandes sueños de pulga?
Los trapecistas
Los trapecistas han vivido la mayoría del tiempo en las alturas casi no conocen el término tierra o cama. Algún día tendrán que envejecer, pobres de ellos que ignoran que no hay presupuesto, ni para una red de auxilio.
El domador
Ayer las fieras se devoraron al cuarto domador del mes, la verdad es que ya nadie quiere ese puesto, dicen que el dueño del circo y las fieras llegaron a un acuerdo más que económico a un pacto de carne.
Los enanos
Tiene tanta mala suerte el dueño de este circo: que hasta los enanos le crecieron, dice la gente del pueblo. Lo cierto es que ahora andan firmando comerciales publicitarios o trabajando en los aeropuertos de la ciudad.
Los siameses
Un prestigioso médico los operó con éxito, ahora que cada uno vive en una ciudad diferente. Lo único parecido es que los dos se casaron: uno con una rubia de grandes pechos, el otro con una morena de gran trasero.
Los monos
Los monos se escaparon nadie sabe de ellos, algunas malas lenguas dicen: que viven chupando de la teta del Estado o que están haciendo grandes negociados en el Congreso Nacional.
La mujer de tres senos
La mujer de tres senos se marchó con sus varios amantes de turno, nadie sabe de ella solo que es feliz con sus centenares de hijos deformes.
El músico
A pesar de que muchos se han ido y de que muchos siguen yéndose, el músico del circo sigue tocando sus innumerables instrumentos mientras los perros vagabundos del pueblo: le siguen aullando.
Las jaulas
Todas las fieras se han fugado pero todavía en las madrugadas se escucha el eco de los gruñidos, aullidos y sonidos de las fieras mientras se despedazaban entre sí.
El hombre elefante
El hombre elefante llora siempre porque no se ha podido fugar. De la pena los pocos espectadores todavía le siguen lanzando maní a su inmunda jaula.
El hombre goma
A veces se paseaba por el desolado circo mostrando todas sus habilidades y destrezas hasta que un día se quedó pegado al cemento fresco de una calle. Como nunca más pudo despegarse del asfalto, lo hicieron estatua; ahora es una más de las estatuas de la ciudad, aunque nadie sepa quién es ni qué hizo para estar allí.
El hombre robot
Tenía todo el cuerpo maquillado de pintura gris, bailaba como un verdadero robot y hablaba como máquina. Un día él mismo se electrocutó entre tantos movimientos y voces ahora es un maniquí quemado.
Los leones
Los leones dan pena sin dientes, sin pelos en la cabeza, se asuntan por todo y por todos. El otro día vieron pasar a un ratón y se pusieron a llorar del miedo.
El presentador
El presentador oficial era un charlatán de quinta clase. Algunos dicen que se fugó con el poco dinero de la taquilla, otros que era el mismísimo demonio y que puso un circo (la competencia) muy cerca de la ciudad, al parecer tiene mucho éxito.
El titiritero
Yo soy el titiritero tengo en una mano el rostro de Dios y en la otra el de Satanás. Contaré chistes del más allá, si no les gusta el espectáculo, el estimado público pueda abandonar el circo. Total, la guerra del bien y del mal ha durado toda la vida y yo tan solo he sido un simple testigo de los hechos.
El musculoso
Siempre fue una de las atracciones del circo, las muchachas se morían por él, soñaban hacer el amor con un hombre que tenía tantos músculos y una gran fuerza de varón. Lo único malo para ellas, es que el musculoso es homosexual y su pareja muy celosa.