De arriba para abajo con algún tirabuzón
Cuando abrí este libro no esperaba, ni por asomo, encontrarme con una colección de relatos semejante. Lo digo así, tranquilamente, de entrada, por si a alguno le echase para atrás la portada, cosa que, por otro lado, entendería. No, Montaña rusa es una obra repleta de relatos originales, de historias cuya complejidad va más allá de lo mostrado o de los siempre bienvenidos giros inesperados de última hora. Fernando López Guisado es un autor al que seguirle la pista.
El libro, nombrado así por uno de sus relatos, es una recopilación de cuentos cortos de terror (al menos en su mayoría) con serios y descarados flirteos con la ciencia ficción. Pero también podemos encontrarnos relatos más propios de la narrativa, la fantasía o, incluso, de la literatura infantil. El sentido del humor está siempre, o casi siempre, presente en cada relato. Está claro que, al tratarse de historias de terror, es un humor más bien macabro y oscuro. Pero, cuando se lo propone, la sonrisa te la arranca.
Pero si ha habido algo que se me ha llevado por delante ha sido la capacidad de narrar. Si bien no destaca tanto a la hora de crear imágenes, sí que es capaz de dejar la impronta de lo que quiere mostrar. Y para ello se sirve de un buen repertorio de símiles que, colocados estratégicamente, aportan unos ingredientes que dotan el texto de vida. Muy pocos autores son capaces de conseguirlo. No tan bien.
El alcohol baja por la garganta como si hubiera pegado un sorbo a una batería de coche vieja. Sabe a letrina flambeada con queroseno, café soluble fabricado con tierra de tumba.
Y es que en Montaña rusa nos encontramos con historias bastante más complejas de lo que es directamente mostrado en los relatos. Todas y cada una de ellas, incluso las más breves, tienen un trasfondo que las soporta y embellece. De nuevo, se trata de algo de enorme mérito al tratarse de 28 relatos. Por cierto, y aprovechando que todavía no he dicho nada negativo de esta obra (como veis, no hay demasiado malo que decir), me preguntó por qué tanto relato, por qué una colección tan extensa. Es cierto que en esto me puede mi enemistad con las antologías demasiado largas, pero es que en Montaña rusa hay algunos cortes que apenas tienen que ver temáticamente con el grueso de cuentos. Por mucho sentimiento que despierte Claxon, un relato sobre la Guerra Civil española no tiene cabida en una colección mayormente de terror. Y lo mismo ocurre con Tuétano, con Ocho patas o (y digo esto sintiéndolo mucho) con el relato que da nombre al libro.
Tampoco hubiera incluido aquellos cuentos que no están a la altura de los mejores, pues existe bastante diferencia entre los más conseguidos (la mayoría) y los más flojos (alguno hay). Entiendo que esto es algo más subjetivo, pero creo que Ascenso, Windigo, La bruja, Última llamada o Turno de noche no se encuentran al mismo nivel que otros grandes cuentos de los que más adelante voy a hablar por separado. Esta criba que creo necesaria en todos los buenos libros de relatos, además de dar una unidad temática, da coherencia y empaque, aparte de aligerar considerablemente el peso. De nuevo lo digo: no me parecen buena idea las antologías de más de 200 páginas. A no ser que seas Cortázar, claro.
Los 4 magníficos de Montaña rusa
De entre una colección que raya casi siempre a gran nivel, voy a rescatar unos cuantos relatos que me parecen sencillamente espectaculares.
En Lugares comunes, el autor juega con la siempre sugerente posibilidad del multiverso y de los lugares que comparten al mismo tiempo (y por causas desconocidas) dos dimensiones paralelas. Una historia de ciencia ficción que se vale de su trasfondo y significado para llegar a ese terror pretendido (y conseguido).
Lo peor de una mentira es tener que traérsela de un lado a otro como un pequeño monito de feria con sus platillos de metal en tu oído sin que te deje trabajar en paz.
Con Repostería americana, volvemos al humor con zombis (en mi opinión, uno de los puntos fuertes del autor en este libro). Una sorpresa tras otra, una serie de eventos imposibles de un padre que, para colmo de sus desdichas, un día decide morirse (y ya de paso quedarse de okupa en su propio salón).
Hay unos cuantos relatos más que me gustaría mencionar antes de llegar al que creo que es el número uno: El reflejo de Lorelei, Plastilina, La melodía de Ulises, El negocio familiar, Vacas y Pariz. Mucho y bueno de donde tirar.
Ahora sí, el número uno se lo lleva el relato que, con razón, nombra el libro al completo: Montaña rusa. Una inocente partida de ruleta rusa entre dos pobres desgraciados. Una situación imposible en un cuento que es oro puro. Pues, pese a todo, y como ya dije antes, creo que este relato no debería entrar en la colección. No por su calidad, que es indudable, sino porque no acompaña al resto temáticamente (al menos, es difícil de encajar en el terror). No pretendo ser quisquilloso ni joder la marrana, pero yo lo dejaría fuera. Y lo digo así, tranquilamente, como al principio de esta reseña. Y no me tiembla el pulso al hacerlo, ya que, ahora que conozco la habilidad del autor con el formato corto, sé que podría colocarlo en cualquier otra colección de cuentos. Yo, por lo menos, me quedo a la espera de la siguiente.