El pasado 23 de mayo –el día de mi cumpleaños–, tras salir del trabajo, me apeteció hacerme un regalo: por supuesto, iban a ser libros. Además, ese día descubrí que pasa un autobús cerca de mi casa que me deja en la puerta de la librería Juan Rulfo en Moncloa, especializada en libros hispanoamericanos (su página web AQUÍ). Semanas antes había visto en esa web que tenían un libro de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, 1947) que no se comercializa habitualmente en España. No estaba en los anaqueles: tuvieron que buscarlo en el almacén.
Hace unos meses ya comenté en el blog el libro Dos mujeres de Gandolfo (ver AQUÍ), publicado en Argentina en 1992 y en España en 2011 –casi 20 incomprensibles años después– por la editorial Periférica. Me interesó Gandolfo y lo busqué en Iberlibro. Encontré estos Ferrocarriles Argentinos que fueron publicados por Alfaguara Argentina en 1994, y reeditados allá en el 2007 por la pequeña editorial El Andariego, con una tirada de 1.000 ejemplares. Sé que me atraen estas pequeñas historias de escritores semisecretos, esta búsqueda de libros que tienden a la desaparición, y que suelo privilegiar su lectura por encima de otros de tal vez mayor calidad y difusión comercial, y sé que esto puede ser sólo una sugestión debida a la sensación de exclusividad que me proporcionan. Pero en este caso estoy convencido de que es realmente extraño –y sangrante– que la obra de un escritor de la talla de Elvio E. Gandolfo –desarrollada en gran parte en los años 80 y 90 del siglo XX– no se haya publicado más que tímidamente en España hasta 2011, porque me está pareciendo un escritor original, arriesgado, con afán exploratorio, subyugante.
Cuando estaba leyendo el libro, hice algo que no es muy recomendable si escribes un blog de reseñas literarias: busqué y leí algunas otras reseñas sobre Ferrocarriles argentinos. Encontré una estupenda, escrita por Hernán Lakner, en un blog llamado El interpretador (ver AQUÍ). En ella Lakner habla de la mezcla de géneros a la que juega Gandolfo, de la ruptura de los códigos de esta literatura para llega a “otra cosa”.
El cuento que abre el libro, La oscuridad bajo la mesa, es un cuento costumbrista –un oficinista regresa antes de la hora esperada a su casa y descubre a su mujer siéndole infiel–, pero que también tiene un toque expresionista –la escena parece dominada por un halo de irrealidad–. Y en esa mujer que pierde sus rasgos cotidianos, gracias a la extrañeza del sexo desenfrenado, podríamos encontrar una relación con la amenaza misógina que ya comenté al hablar de los personajes femeninos de Dos mujeres.
No es una línea recta, donde el mundo de los adultos se trastoca ante la aparición de unos extraños juguetes, es quizás el más claramente fantástico (de corte kafkiano) del conjunto. En éste, como en todos los otros cuentos, me parece relevante cómo Gandolfo siempre parte del detalle cotidiano para transformar la realidad.
Los dos relatos más extensos me han parecido los mejores del libro: Un error de Ludeña es un policiaco clásico, con personaje solitario y frío; pero tal vez podría tratarse también de un cuento político, ya que no acabamos de averiguar si la banda que contrata a Ludeña, como conductor en una fuga, es una banda de criminales o de revolucionarios. Llano de sol es un relato de ciencia-ficción, pero no de una ciencia-ficción tecnológica, sino de un futurismo decadente: el solitario empleado de una central eléctrica, en un momento histórico en el que Argentina se ha partido en diversos estados, donde el Obelisco de Buenos Aires –símbolo nacional– fue derribado al final de la guerra civil que asoló al país, tiene que asumir la derrota de un amor escasamente correspondido. Sobre este último relato he podido percibir la influencia beneficiosa de Philip K. Dick (a quien Gandolfo ha traducido al español).
A este último autor californiano también interpela el relato El terrón disolvente: “Lo que me dijo Fiambretta era totalmente demencial. Que nosotros, Cañada de Gómez, Buenos Aires, el bar de Callao y hasta las películas, no existían. Que vivíamos engañados, drogados (…) todos aquí nacemos con una especie de LSD que se nos asienta en los receptores de serotonina en el momento de nacer” (pág. 104). Este párrafo es Dick puro.
Me ha desconcertado el cuento Andante, ya que empieza siendo un relato costumbrista, sobre un hombre que acude a un cine nocturno, y yo esperaba que ese realismo se quebrara en algún momento. Lo extraño de este cuento ha sido que empieza siendo realista y también acaba así, ¿y entonces…?
El bulto del casino es un cuento fantástico al más puro estilo Julio Cortázar, sobre sueños que se mezclan con realidades. En este cuento me ha parecido detectar, como ya me ocurrió con Dos mujeres, la influencia de H. P. Lovecraft. Cuando Gandolfo escribió el párrafo que voy a reproducir estoy seguro que estaba pensando en el autor de Providence: “Aun cuando en el sueño caminara sobre la vereda opuesta, lo hacía pegado a la pared, como esperando que algo innominado y oscuro rompiera la costra y saltara sobre mí” (pág. 87).
Destacaría también el realismo del último cuento, el que da título al libro, sobre alguien que quiso ser escritor y que nunca escribió: una triste evocación de la dictadura.
Me ha gustado la reflexión que Hernán Lakner hace sobre la figura del “lector salvaje” en su entrada del blog citado, cuya lectura vuelvo a recomendar.
Elvio E. Gandolfo es un escritor marginal, pero no por falta de talento, sino porque sus obras son difíciles de ubicar; su libros –especulo– pueden poner en un aprieto al posible editor o lector que se atreva con ellos. De hecho, es posible que el problema de Gandolfo sea el contrario al de la falta de talento: explora territorios nuevos, juega a su antojo con los géneros, toma elementos de la baja cultura y los eleva hacia otros ámbitos, abriendo caminos no trillados.
No sé si la editorial Periférica tiene pensado editar en España los libros de Gandolfo, tras lanzarse con Dos mujeres. Esta semana le he escrito un correo a Julián Rodríguez, el editor de Periférica –tenía su e-mail del Encuentro de blogs literarios- y él muy amablemente no me ha contestado. Si Periférica no va a seguir con Gandolfo creo que la editorial perfecta para un libro como Ferrocarriles argentinos sería Salto de página. Les escribiré también.
Mientras tanto ya he comprado un tercer libro de Gandolfo, Sin creer en nada, editado en Argentina en 1988, y cuya adquisición me llevó al patio interior de un edificio, a un almacén en el bajo, y a un librero argentino con el que tenía que quedar a una hora concreta, porque no está siempre allí, y lo mejor: a una conversación de una hora y diez minutos con el librero, básicamente, sobre la decadencia de Occidente. Ya hablaré de esto.