Fervudo por San Antón, remedio pueblerino

Por Biscayenne
Como no sé muy bien en qué día vivo, el viernes pasado resultó de sopetón ser San Antón. Y yo con estos pelos. Y sin acordarme.
Básicamente, me da igual que sea San Antón o San Sursum Corda. Prueba de ello es que no llevo reloj y que siempre pienso que es domingo cuando es sábado. Por eso, cuando el otro día viendo en la tele un reportaje sobre gente chalada que lleva perritos disfrazados a bendecir exclamé "¡Ha sido San Antón!", el que se sienta en el otro sofá me miró raro: "¿Y?". "Pues nada, que me he acordado de Vega".
Vega soy yo, y también es mi pueblo. Vega es Vega de Infanzones. Donde nació mi padre y mi abuelo y mi bisabuelo y hasta el último de mis ascendientes de piel cetrina. Vega son los veranos de mi infancia y los tres años que pasé viviendo allí por cosas del destino. Vega es chorizo, garbanzos y pimentón, y en mi cabeza marida perfectamente con el bacalao a la vizcaína y las almejas en salsa verde. Porque yo soy de Bilbao pero más de pueblo que las amapolas.
En Vega ya no hay moñigas en las calles ni gente con madreñas porque de repente le sobrevino el s. XX. Yo recuerdo perfectamente el tiempo en el que no había asfaltado, ni teléfono, ni tractores, y seguro que mi madre se acuerda demasiado bien de cuando fue por primera vez y no encontró neveras ni baños. Ahora llega hasta interné, no os digo más.
Pero por San Antón me viene siempre a la cabeza la imagen del pueblín como era antes, en blanco y negro. Con desayunos de sopas de vino y vecinos esperando la menor ocasión para alegrar el ánimo y el estómago.

Lo más bizarro de esta foto no es el dulzainero ni la señora cafetera en mano, sino la novia vestida de negro. Sí, es una boda.


Las Navidades se alargaban casi hasta el 17 de enero (hasta San Antón Pascuas son) porque ese día había procesión, vermú matinal, pasodobles, verbena y toda la pesca. Los cofrades del santo rifaban un pavo y daban chorizo dentro de la ermita a todos los niños, cuestión ésta de la que se acuerda muy mucho mi padre y de la que se deduce que merendar chorizo era el súmmum.
En la iglesia se cantaba el ramo y se ofrecían hogazas o molletes, que ya bendecidos se llevaban a casa para repartirlos entre familia y animales y que el santo patrón de los cochinos les conservara la salud mediante ósmosis digestivo-milagrera. 
Lo del pan aunque parezca raro tiene su aquel: los frailes de la orden hospitalaria de San Antonio Abad (San Antón para los amigos) trataban en la Edad Media a los enfermos de fuego sacro, fiebre de San Antonio o lo que es lo mismo, ergotismo. Esta plaga que producía alucinaciones, quemazón, gangrenas, abortos y en muchos casos la muerte, fue terriblemente común entre los siglos IX y XV. Hasta mucho después no se descubrió que era provocada por la ingesta frecuente de centeno contaminado con cornezuelo. Como la mayoría de los pobres comía centeno en vez de trigo, caían como moscas mientras flipaban gracias al LSD que tiene el cornezuelo. Por pura chiripa en los hospitales antonianos se alimentaba a los pacientes con pan de trigo candeal en vez de centeno, así que cuando los enfermos iban allí se ponían mejor. Oh, milagro.
De ahí viene la tradición de repartir panes, también llamados cotinos, el día del santo. No tengo la receta y ni falta que me hace, porque no sabría igual. Entonces las hogazas se cocían una vez a la semana en horno de adobe, con el hurmiento (fermento, masa madre) que habías guardado o el que te prestaba la vecina.
Lo que sí tengo es la fórmula del fervudo (equivalente a "hervido"), que es el típico vino caliente especiado con el que se acompañaba el pan. Lo mismo sirve para atemperar el cuerpo que para curar el catarro, o eso dicen. Así son los remedios pueblerinos: friegas parriba y alcohol pabajo. 
Fervudo leonésDificultad, así de primeras:cero, apta para estados de confusión mental derivada de procesos gripales  Probables complicaciones:a veces es difícil sacar la miel del bote sin manchar, lo sé Sabor: a cogorza viejuna  Receta de inspiración: sabiduría popular  INGREDIENTES (para uno)


1 copa generosa de vino2 cucharadas de mielorégano y romero


PREPARACIÓN: El vino, tinto o rosado. Yo uso uno clarete de mi pueblo, como tiene que ser, casero. Es tan sencillo como poner a hervir el vino, y cuando esté caliente, echar la miel, revolver hasta que se disuelva y a continuación echar una cucharadita de orégano y una miaja de romero. Dejar cocer un par de minutos más, colar y trasegar aún caliente.
Se bebe a sorbines mientras aún arde, sujetando el vaso con las manos para calentárselas.

Fervudo y recuerdos del pueblo: las gafas de picapedrero de cuando mi bisabuelo trabajó levantando el puente de Vega y unas castañuelas.


El sabor es reconfortante pero puede que sea un gusto adquirido. ¿Que esto es una chanfaina y no es receta ni nada y que menudo churro? Me importa un güito, yo aquí escribo sobre lo que me da la gana y en tiempo de nieves me pongo un poco sentimental.
Ya era hora de hablar de mi pueblo y de su sabor, de su olor perdido a moñiga y del que aún tiene a estufa de leña. Con tiempo y un poco de suerte (la que mantiene en pie a mis paisanos más ancianos) seguiré sonsacándoles historias y recetas trasnochadas, de días de jotas y mandil almidonado.