La biografía del director Manoel de Oliveira es bastante curiosa. Nació en una familia acomodada, y desde siempre quiso ser un galán de Hollywood, sin embargo desde que comenzó su carrera como director, a día de hoy lleva más de sesenta obras, siempre se ha realizado películas europeas que rarísimamente podrían haberse hecho en Estados Unidos. A sus ciento cuatro años de edad sigue sin parar de dirigir, y saca una película casi de forma anual.
Gebo es un contable que vive con su mujer y la esposa de su hijo, que está desaparecido y parece que está metido en turbios asuntos. Cuando finalmente este último hace su aparición, lo hará convertido en un delincuente que será capaz de robar hasta a su propia familia.
La anciana Doroteia, interpretada por Claudia Cardinale, tiene su propio reflejo en Sofía, que si bien en ocasiones le increpa, es su propia imagen de juventud. En cambio Gebo no encuentra esa sombra que le corresponde, antaño era su hijo, pero cuando volvió, este no es lo que era. La pareja de ancianos llevan una vida rutinaria y placentera, su hijo quiere romper dicha rutina, quiere llevarles la contraria. Gebo se desvive por sus seres queridos, aquí viene un spoiler, y tanto por su mujer como por su hijo, él se termina entregando a la policía ocupando el lugar de su retoño convertido en criminal.
Buenas intenciones e ideas interesantes, pero el producto final es pesado, aburrido, y no consigue trasmitir gran cosa desde su crispante estatismo.