Una madre recibe una llamada del colegio de su hijo. Este se ha hecho daño. La madre tiene que pedir permiso para salir del trabajo para recoger al niño. A partir de aquí, Lucía emprenderá una odisea hasta el encuentro. Los intuidos problemas personales (poco o nada sabemos de ellos), la burocracia, la falta de empatía (propia y ajena) y la mala suerte convertirá el viaje en un tratado sobre la desesperación donde el aire (y su falta) pretende ser un protagonista mas de una película interesante en su planeamiento pero fallida en su presentación final.
La tercera película del director argentino Arturo Castro Godoy propone un ejercicio de estilo donde la elipsis brilla por su ausencia. Planteada como un relato en tiempo real, Aire acompaña a Lucía de forma exhaustiva llegando a la angustia. El problema es cuando esta narración más que transmitirnos el desasosiego de la protagonista, se convierte en hastío gracias a lo desagradable de su personaje. Tampoco ayuda demasiado la arbitraria puesta en escena: los planos generales donde Lucía se convierte en un elemento más del escenario, se alternan con planos en cámara en mano con la obvia intención de transmitirnos el estado de ánimo de Lucía.
La propuesta de Castro Godoy demuestra una intención loable tanto en el relato como en la ejecución pero se pierde en lugares comunes (el asma y el Asperger) que sirven de metáfora demasiado trilladas para todo lo que nos está contando. Aire es una película con buenas intenciones cinematográficas que quedan demasiado al descubierto provocando un hartazgo que hace que lleguemos a su final (tras escasos 70 minutos) tremendamente agotados pero no por las razones que su director querría. Finalmente, el desnivel entre el trabajo de los actores con algunos secundarios de escaso nivel, acaban por hundir Aire.