La directora francesa Mia Hansen-Løve aterrizaba en el Festival de Sevilla con la promesa de un cambio de rumbo en su carrera, con cambio geográfico mediante. Maya nos presenta al personaje de Gabriel (Roman Kolinka, ya presente en El porvenir) tras haber sido secuestrado en Siria. Con el objetivo de reponerse de tal trauma emprenderá una huida hacia la India donde nació debido a su condición de hijo de diplomático. Allí conocerá a la joven Maya.
El amor de edades divergentes es una constante en algunas de las películas de Hansen-Løve (Un amor de juventud, El porvenir) y aquí vuelve plantear la relación discutida (y discutible) entre el treinteañero Gabriel y la extremadamente joven Maya. Así, el amor de la chica hindú sirve como salvación al joven reportero, un argumento que hemos visto demasiadas veces y en el que la directora no ofrece ninguna novedad reseñable.
Esta falta de novedad en el planteamiento (joven blanco occidental viaja a país “exótico” para reencontrarse a sí mismo) lastra toda la película haciendo que Maya suponga un serio traspiés en la carrera de Hansen-Løve. Ya no queda ni rastro del dominio de las elipsis que otras veces había manejado magistralmente, nada de la hondura y reflexión de otras obras. Maya ni siquiera hace honor a su título. La actriz que la interpreta carece de carisma y su robótica interpretación en poco ayuda; y ni siquiera la película la tiene a ella como centro y queda un personaje desdibujado.
Para acabar de rematar la decepción que supone Maya, la directora no consigue escapar al sentimiento de culpa neocolonial de paraíso perdido frente a la gran vorágine occidental del neoliberalismo. Su discurso político acaba siendo simplista suponiendo una de las mayores decepciones del festival, sobre todo teniendo en cuenta la notable carrera anterior de Mia Hansen-Løve.