Quizás es que todos los griegos son así, en general, y no un rasgo exclusivo del cine de Yorgos Lanthimos con el que esta Pity es, inevitablemente comparada, ya que comparten ambos directores, Babis Makridis en este caso, al mismo guionista, Efthymis Filippou. Y con ‘así’ nos referimos a este tipo de personas con una indudable tara mental, sobre todo afectiva, que acaba desencadenando una tragedia allá por donde van. Sí, quizás es algo propio de la cultura griega, que eso de la tragedia se lleva en los genes, o, simplemente, es que Filippou se encuentra cómodo manejando este tipo de caracteres y situaciones.
Pity no podía ser la excepción que confirmase la regla. Al igual que pasaba con ‘Canino’, la simple exposición de la sinopsis podría suponer un tremendo spoiler. Y, a la vez, es tremendamente complicado acercar un somero análisis de esta película sin revelar parte de la trama. Que sí, incluye un protagonista, digámoslo de manera suave, un poco tarado emocionalmente, y con un universo de sentimientos a su alrededor con sus propias normas y valores. Lo único que vamos a adelantarle al espectador que Pity está protagonizada por un hombre de mediana edad cuya mujer está gravemente enferma, en coma, y sin esperanzas de despertar. A su cargo, un hijo adolescente más preocupado por jugar con el móvil que por hacer las tareas de la casa. Un buen día, la mujer despierta. Y nada vuelve a ser como antes.
El principal escollo que atravesamos viendo Pity es que es un trabajo un tanto descompensado en el ritmo y los cambios de tono y género (muy caros, por otro lado, en el cine de Lanthimos) pueden desconcertar al que se enfrente a esta película esperando que la trama se desenvuelva por terrenos demasiado transitados. Lo mejor es, sin duda, acompañar al personaje principal por un viaje al terror inesperado e inevitable, intentando contener la risa, cómplice, hasta la explosión final.